Opinión
Los acueductos más notables de Oviedo
Una historia de las aguas que calmaron la sed
La aportación de agua a las poblaciones siempre constituyó una preocupación constante, máxime cuando los habitantes de las ciudades suelen aumentar de manera progresiva. En el caso de Oviedo debieron de realizarse importantes infraestructuras para conducir aguas lejanas al centro metropolitano, cuyo montaje supuso costes que difícilmente podrían afrontar las arcas municipales. Para ampliar la documentación sobre este tema se recomienda consultar la magnífica obra de Gregorio Abril (2005).

Los acueductos más notables de Oviedo
Aunque no se dispone de narraciones fidedignas sobre el abastecimiento de agua a la colina de Ovetao en el año 761, es muy probable que en la elección de su emplazamiento por Máximo y Fromestano primase la presencia del vital recurso. Veinte años más tarde, los nuevos monjes venidos al asentamiento suscribieron el denominado pacto monástico, en el que se mencionan explícitamente las aguas del lugar. En los Libros de Acuerdos del Ayuntamiento figuran numerosas sesiones, a partir del siglo XVI, dedicadas a manantiales, fuentes, lavaderos, albercas y encañados.
Encañado de la Granda de Anillo
Cuando Alfonso II el Casto traslada la corte a Oviedo a comienzos del siglo IX, intentó solucionar el acuciante problema hídrico que padecía la zona, hecho que es recogido en su testamento o donación al templo de San Salvador de Oviedo, donde se cita la existencia de un "aqueducto". En efecto, en su otorgamiento (año 812) se refiere al mismo aludiendo que utilizaba las aguas de la Granda de Anillo, en San Esteban de las Cruces.
La citada infraestructura real transportaría el líquido potable que surge de un fontanar ubicado en Los Arenales (muy próximo al cementerio municipal) hasta el primitivo centro urbano, a través de una cañería edificada con arcaduces de barro cocido, de unos 1.500 metros de longitud. La autoría de esta labor se atribuye a Tioda, prestigioso arquitecto de la Corte y autor de las más representativas obras de comienzos del siglo IX en el ámbito ovetense.
Aprovechando el desnivel topográfico existente (del orden de 85 metros) el caudal fluía hasta Puerta Nueva y desde allí atravesando las actuales calles Magdalena y Cimadevilla proveía a las dependencias del palacio del Rey Casto, situado en el entorno de la catedral; las excavaciones arqueológicas efectuadas en este ámbito atestiguan efectivamente la presencia de arcaicas conducciones acuosas.
Esta traída supuso un enorme alivio para las necesidades cívicas, aunque con un reparto muy selectivo. Al principio de su puesta en marcha surtió a los conventos, al cabildo catedralicio y a los palacios, mientras que la población llana debía contentarse con el consumo proporcionado por las precarias fuentes públicas que ofrecían un agua cargada de impurezas.
Existe un vacío historiográfico entre la época descrita y el siglo XV, pero cabe sospechar que no hubo ninguna actuación especial sobre el rudimentario sistema de provisión, muy probablemente constituido por algunos manantiales, cuya riqueza sería suficiente para saciar las necesidades demandadas. A finales de ese siglo ya se planteaba la urgencia de emplear las aguas que manaban en el Naranco, llegando incluso a solicitarse para ello "sisas y arbitrios", al decir de Fermín Canella.
A comienzos del XVII se reforzó el suministro consolidando la instalación de las aguas provenientes de la Granda, pues los caños eran de barro poco cocido, y estaban mal unidos entre sí, produciendo grandes pérdidas. La concesión, en 1647, de agua al convento de San Vicente "por tener solamente un pozo en el que solía faltar", parece confirmar la hipótesis de que tampoco era muy abundante el caudal aportado por los veneros del "Oviedo Redondo".
Traída de Los Pilares
El crecimiento demográfico y la insuficiencia hídrica, en parte debida a las abundantes fugas en el encañado de la Granda, obligaron al Consistorio a buscar una solución a la problemática falta de agua del vecindario. Así, en las sesiones municipales de 7, 9 y 14 de noviembre de 1537 los dos cabildos que gobernaban la ciudad (el popular y el catedralicio) acordaron levantar un nuevo acueducto. Según relata Ciriaco Miguel Vigil en su Colección histórico-artística: "En vista de la necesidad de aguas potables para servicio de la Ciudad, se acordó conducir á ella las de las fuentes de Ules, del Boo y Naranco, á cuyo efecto se convinieron la Justicia y Regidores con los señores de la Iglesia, pudiendo ejecutarse las obras con poco daño de particulares, y escaso gasto".
En efecto, según los regidores municipales el agua que recibía la urbe en 1570 era notoriamente escasa para sus moradores. Tan grave era el asunto que, finiquitando el siglo, se logró traer a la ciudad agua de Fitoria y un tiempo después (marzo de 1612) Felipe III autorizaba imponer un tributo sobre determinadas mercancías "á efectos de volver á traer la fuente de la Granda de Anillo y mantener así ésta, como la de Fitoria", comenzando de inmediato el Ayuntamiento su planificación.
Conocida como "Los Pilares", esta significativa construcción edilicia de finales del Renacimiento (a medio camino entre la arquitectura y la ingeniería), fue proyectada por Juan de Cerecedo el Viejo y se hizo cargo de la tarea en 1570 Juan de Cerecedo el Mozo, el cual a su vez fue sustituido a partir de 1583 por Gonzalo de la Bárzana, arquitecto real, quien las finalizó una vez mejorado el proyecto original. Su inauguración (con una longitud de 390 metros y 41 pilastras y sus correspondientes arcos de mampostería, alguno con más de diez metros de altura) se efectuó en el año 1599.
Esta trascendental intervención proveyó de agua a la capital asturiana durante unos tres siglos, hasta que sus arcos fueron derruidos en 1915 (abominable demolición que contradecía el informe de la Comisión de Monumentos Históricos) para facilitar el ensanche de la ciudad, permaneciendo en pie solo cinco de ellos. En la memoria de los carbayones queda el ingrato recuerdo de una sesión municipal (3 de octubre de 1902; expediente aprobado el 24 de noviembre de 1905) en la que se propuso su derribo.
El acontecimiento fue condenado por la ciudadanía, que logró demorar la demolición un decenio, momento en que se popularizó la "bárbara piqueta municipal". La actual "pista finlandesa" coincide en parte con el trazado de la conducción de agua de Fitoria y del ulterior ferrocarril minero usado para transportar el mineral de hierro de los yacimientos que allí se explotaron.
El depósito del Fresno (hoy, auditorio Príncipe Felipe), haciendo esquina a la calle de Pérez de la Sala y a la plaza del Fresno, supuso una plausible solución ingenieril para asegurar el suministro del agua naranquina (Fitoria, Ules, Boo y Lillo). Este nuevo aljibe fue festejado el día de San Mateo de 1875 con La Fuentona del Bombé.
Acueducto del Aramo
En septiembre de 1896 se aforaron las fuentes que servían a Oviedo y el informe, firmado por Enrique Galán, recoge que el grupo constituido por la de las Dueñas, Prado, Regla, Fontán, Fozaneldi y La Fontica, proporcionaban un caudal de 0,25 litros/segundo; la de La Granda, 0,36 l/s, y las del Naranco (Fitoria, Ules, Lillo y Boo) 5,6 l/s. La suma de todas ellas era insuficiente para satisfacer a unos 46.000 vecinos, a los que correspondía la exigua cantidad de 24,4 litros por persona y día.
La progresiva expansión urbanística motivó tener que buscar recursos foráneos, concretamente los ubicados en la falda oriental de la Sierra del Aramo, tanto en el concejo de Quirós (manantiales de Fuentes Calientes y Cortes) como en el de Riosa (fuentes de Llamo, Code y Las Arrojinas), para después del túnel del Aramo adentrarse en Morcín y Ribera de Arriba. A través de la importante y dificultosa instalación de 90 kilómetros, comenzó oficialmente la llegada del ansiado fluido a Oviedo el 4 de agosto de 1903. Sus características físico-químicas son muy buenas, de manera que podrían calificarse como "aguas de mesa" e incluso ser embotelladas y comercializadas.
En 1928 se edificó un espectacular depósito en la loma del Picayón (Cristo de las Cadenas) con una capacidad de 10.000 metros cúbicos. Obra del ingeniero de Caminos Ildefonso Sánchez del Río, consta de 48 arcos de hormigón armado apoyados en un cilindro central y en el otro extremo sobre pilares de mampostería.
Desde 1982 se aprovechó el aporte de la presa de Tanes, en el alto Nalón, gestionado por la entidad Cadasa. Actualmente las posibilidades municipales acerca del agua son suficientes y se acumulan en varios almacenamientos repartidos por los alrededores (sobre todo en Villaperi y El Cristo).
La nueva construcción subterránea del Cristo, en el Campón (con una capacidad total de 75.000 metros cúbicos), fue precipitadamente inaugurada en 2004 sin conexión a la red de aprovisionamiento, pero no entró en funcionamiento hasta 2020, beneficiándose mientras tanto los viejos depósitos azules de los Quintos (ahora ya en desuso). El problema fundamental que justifica esta enorme tardanza fue debido a su cimentación llevada a cabo sobre un subsuelo geotécnicamente deficiente, afectado por una karstificación e incluso en la zona basal con antiguas galerías realizadas para extraer arena.
Hoy en día impera la normalidad, pues sus 226.000 residentes disfrutan individualmente de una media diaria de 160 litros, que da como resultado un consumo global de unos 36.000 litros/día.
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