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Opinión

Carlos Farpón Barcina

En homenaje a Angelín el del Borrachín

Oviedo celebra la amistad, generosidad y legado del mítico tabernero

Clientes de distintas generaciones del pub Borrachí­n, posando para la foto de familia del 40.º aniversario.

Clientes de distintas generaciones del pub Borrachí­n, posando para la foto de familia del 40.º aniversario. / MIKI LOPEZ

Este 18 de octubre celebramos en olor de multitudes la vida y obra del gran Ángel Rodríguez, aka Angelín, maestro de la barra y el tapete, que transita por esta vida dejando poso de fraternidad y bondad.

La de Angelín es una historia consagrada al Borrachín, parada y fonda de no pocos gatos del forno que hoy no podemos sino sentirnos huérfanos de bar. Borrachín era ese centinela que, después de más de cuarenta años, todavía alumbraba la noche ovetense bajo la acechante amenaza del mundo moderno, que acaba con todo lo bueno y verdadero a golpe de uniformar mercados, diseños y consumos.

Al bar uno va cuando tiene sed, hambre o ganas de celebrar; a Borrachín se iba a ver a Angelín y, de paso, a todo lo demás.

Porque Angelín no era un simple tabernero. Era confesor sin sotana y psicólogo sin consulta, un amigo tras la barra. Alegre en el triunfo, leal y compasivo ante los zarpazos de la vida, Gelu sabe poner el hombro cuando toca llorar y reírse contigo cuando ya no te queda otra. Su corazón no le permite dejar a nadie en la estacada.

Y, como no podía ser de otra manera, Borrachín era una extensión de su propia personalidad. En el pub regía el derecho consuetudinario de Angelín: clemente con ciertas clandestinidades, riguroso ante actitudes de dudosa caballerosidad y siempre capeando con destreza a la legalidad vigente: antisistema por bandera.

En esa mina cargada de humo, charlismo y camaradería, supo Angelín erigir el mejor activo que poseía el Borrachín: su gente. Jóvenes y mayores, obreros y abogados, soñadores y atormentados, conversadores incansables y tímidos de barra… Todos unidos en torno a nuestro querido tabernero. Es él quien, con su carisma y templanza, consagró el pub como como una Taberna del Buda que jugaba al escondite con el mundo y que conformaba(mos) unos fieles y devotos parroquianos.

En nuestro recuerdo están esas tardes de gloria apostados en aquella barra en la que crecimos y nos definimos. Aquella que ya no está y nos aprieta el corazón con la nostalgia de su ausencia. Aquella barra en la que tomamos las mejores copas de nuestras vidas.

Pero no todo va a ser –como poetizó Foxá– melancolía del desaparecer. Nuestra esperanza se alimenta de la fortuna de seguir disfrutando del Borrachín –ahora en su versión new concept– y, sobre todo, de la alegría de seguir compartiendo y celebrando la vida con nuestro tan querido Angelín.

¡Gloria a Angelín!

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