Opinión
Rosa todos los días

Rosa García, del Kiosco del Fontán. / MIKI LOPEZ
Al llegar al Fontán, el Oviedo de aire desarrollista se volvía neorrealista por las casas viejas y ennegrecidas, el olor de olores de las flores, el de carne muerta y el pimentón, el de la fruta apilada, el de los chipirones fritos de Casa Ramón y el tostadero de cacahuetes. En aquel Fontán, tañido a sus misas por San Isidoro, las gitanas voceaban bragas en pesetas y llamaban “rubia” a las morenas y el charlatán hacía teatro en corro para su mercancía. Se vendían madreñas bajo los arcos y un paragüero afilaba cuchillos con rueda de piedra y motor de mobylette Al pie de la escalera de la plaza de la carne Rosa vendía periódicos, tebeos y revistas, en competencia con el puesto fijo de la falsa esquina, el estanco de enfrente y el cambio de fotonovelas de Estrella. Hace de esto algo menos de 50 años. Rosa García Busto, que entonces aún no había cumplido los 40, ya llevaba 20 en el negocio.
Mientras hubiera prensa estaba Rosa, abrigada antes del amanecer, abriendo la cola del pavo real de un mundo impreso a todo color. La vi llorar de pie deshaciendo paquetes recién viuda de un trabajador del taller de “Región” y buscar algo con qué sonreír en las conversaciones con cualquiera, como exige el comercio.
Aunque me negó una entrevista donde contara su vida, compartió algunos recuerdos que ahora, que acaba de morir, ya quedan libres para ser escritos. Uno será para siempre un misterio sin resolver. Una mañana de invierno, ante el puesto de cambio de novelas, llamaba la atención un hombre muy guapo con gafas oscuras y abrigo de pieles hasta los pies apoyado en una de las columnas centenarias, que miraba el reloj de muñeca de vez en cuando. Su cita resultó ser Pepín, un vendedor de lotería sin piernas -ignoro si por amelia o por amputación- que se desplazaba con calzas en las manos antes de conseguir una silla de ruedas. El extraño era Camilo Sesto, de difícil incógnito en sus tiempos de éxito inimaginable.
Acabó teniendo el puesto único de prensa y encarnando a la kiosquera por el tipismo que da El Fontán y por estar en él tanto si te retrasabas con el pan como si trasnochabas lo suficiente como para encontrarla montando su mecano entre paquetes. Siempre había prensa, siempre había Rosa y ese “siempre” va desde “El Caso” y el “As”, el “TP” y “Pronto”, los bolsilibros de Bruguera y los fascículos de Salvat, los tebeos de capitanes- Trueno y América- las revistas de destape y la “SuperPop”, los semanarios de la transición y los del cambio hasta los libros de kiosco, las ofertas dominicales de los 90 que reunían lo anterior en un kilo de papel a precio de periódico y los multiplicados “Muy Interesante” y “National Geographic”, Ana Rosa y las cardiorresistentes revistas del corazón con las que dejó el puesto al vaciarse la plaza por la pandemia del Covid hace cinco años.
Descansa Rosa, apenas quedan kioscos y El Fontán está en la puerta del Oviedo Antiguo y en el Instagram de los turistas. Ya es hoy.
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