Opinión
Caras y cruces
Supongo que les habrá pasado o les sigue pasando. En los trayectos a pie de su rutina ovetense, más o menos a la misma hora (yendo al trabajo, a recoger a los niños, al gimnasio, a clase de zumba…), se cruzan casi siempre con las mismas dos o tres personas. Quizá sólo con una. Son personas anónimas, cuyos nombres desconocemos, pero sus rostros nos resultan ya tan familiares que hasta nos hace ilusión encontrárnoslos. Esos ciudadanos con los que coincidimos cada día en una calle y en una franja horaria sostienen de forma muy sutil nuestra estructura vital. Son agentes de la continuidad, señales de certidumbre. Si un día alguno de ellos no aparece, ¿no se desequilibra un milímetro el cosmos? ¿Dormimos igual esa noche? "— ¿Qué te pasa, cariño? — Nada, que hoy no me crucé en Fray Ceferino con la paisana coja…".
A veces uno no sabe cómo lidiar con estos encuentros. Cuando avistamos a nuestro transeúnte acercándose, intentamos que no se note que efectivamente le vemos, que le reconocemos, que anotamos mentalmente un nuevo cruce en el historial. Ellos suelen hacer lo mismo: miran un poco por el rabillo del ojo, pero al mismo tiempo mantienen la vista al frente, la cabeza recta. Hay reconocimiento mutuo, pero sin saludo. Es en cierto modo un poco violento. Es una familiaridad reprimida, no encauzada, que flota en un vacío legal.
Quizá un buen día haya que armarse de valor, resolver esa TCNR (Tensión Caminante No Resuelta) y dar el paso: "Mire, llevamos años cruzándonos a diario. Basta de esta comedia. Vámonos a comer un chuletón al Naranco". Es jugársela mucho, sin duda. ¿Y si nos dan calabazas y nos toman por locos? Imposible seguir igual. Nos obligarían a cambiar de ruta, a alterar nuestra rutina, a buscar nuevas caras familiarmente anónimas. "Ya no bajo por Gil de Jaz desde aquello…".
Quizás sea mejor dejar las cosas tal como están, en encuentros fugaces, regulares y contenidos. Son momentos de gran valor. No despreciemos el poder taumatúrgico de estos compañeros de tránsito urbano. De algún modo funcionan como espejos que acreditan nuestro ser en el mundo. Al pasar junto a ellos, casi les oímos susurrar: "Todo está bien. Yo estoy aquí porque tú estás aquí. Nos cruzamos, luego existimos".
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