Opinión
Un Real homenaje sinfónico-coral
El coro de la Fundación Princesa y Oviedo Filarmonía culminan un notable concierto con obras de Brahms y Dvorák
El concierto de los Premios "Princesa de Asturias" es, sin duda, uno de los actos centrales de esta larga semana repleta de eventos culturales que, en la capital asturiana, culminan hoy con la ceremonia de entrega de los célebres galardones. Por si fuera poco, permite a la Fundación exhibir todo su poderío a través del coro, huérfano de apoyo institucional durante el resto del año.
Para esta trigésimo tercera edición del concierto –presidido por sus Majestades, Don Felipe y Doña Leticia, la Princesa de Asturias, Doña Leonor, y la Infanta, Doña Sofía– se optó por diseñar un interesante programa que rendía homenaje a dos de los compositores más importantes de la historia de la música: Johannes Brahms y Antonín Dvorák. Ambas figuras mantuvieron una estrecha relación amistosa a finales del siglo XIX que trascendió los cauces afectivos para materializarse en una suerte de influencias compositivas que se percibían nítidamente en el repertorio de anoche.
Otro de los grandes alicientes de esta velada, más allá del programa, era el papel que jugaba Oviedo Filarmonía, orquesta encargada de llevar el peso del concierto una década después de su última participación en el evento. A juzgar por las buenas prestaciones de la OFIL, seguramente en las próximas ediciones sea más frecuente la alternancia entre ambas sinfónicas, un equilibrio más natural que demuestra el potencial cultural de la región asturiana.
Tras los acordes del Himno nacional, ligeramente lento para conferir una mayor solemnidad al ceremonial que rige el concierto, Lucas Macías –maestro titular de la OFIL– rebajó las emociones del ambiente mediante unos segundos de espera antes de empuñar, nuevamente, la batuta, para afrontar la "Obertura trágica en re menor" de Brahms, que abría el concierto. La cuerda se mostró especialmente incisiva y brillante, con unas maderas notables y unos metales que, a pesar de algunas entradas resbaladizas iniciales, supieron entonarse y plegarse al juego de dinámicas y volúmenes que Macías –dirigiendo sin necesidad de partitura, como en él es habitual– supo imprimir para conferir mayor atractivo a la interpretación.
El coro de la Fundación Princesa de Asturias entró en liza con la segunda pieza del compositor hamburgués, "La canción del destino", una de las obras corales –junto con "Un Réquiem alemán", también en el repertorio de la formación dirigida por José Esteban García Miranda– más destacadas de la producción brahmsiana. El coro se mostró sereno y equilibrado, con una sonoridad empastada entre las diferentes cuerdas y un color redondeado a pesar del relevo que demanda la agrupación principesca. Los coristas exhibieron su fortaleza en la tercera estrofa del poema escrito por Friedrich Hölderlin, un cambio de carácter que evidenciaría momentos de gran expresividad ante una OFIL que aprovechaba sus pasajes en solitario para recrearse en el lirismo que encierra esta página sinfónico-coral.
Punto y seguido a un concierto que cambió de tercio y, ligeramente, de registro, con las "Danzas eslavas, op. 46, número 7 en do menor" de Dvorák, una obra importante para el maestro checo, donde se atisba una clara influencia de las "Danzas húngaras" de Brahms y que le reportaría su primer gran éxito. Macías movió con precisión a los músicos, aportando cierta frescura a la pieza, destapando un crisol de sonoridades y ritmos que convencieron a los asistentes, entre los que no faltaban numerosas personalidades, como buena parte de la corporación municipal, el rector de la Universidad (Ignacio Villaverde), el presidente de la Ópera de Oviedo (Juan Carlos Rodríguez-Ovejero) o el arzobispo, Jesús Sanz Montes.
Pero lo mejor estaba reservado para el desenlace, con el "Te deum, op. 103" de Dvorák, concebido para conmemorar el cuarto centenario del descubrimiento de América. En esta obra, Juliane Banse y Marko Mimica tomaron posiciones en el escenario y fundieron sus voces junto a la orquesta y el coro para regalar una notable ejecución. La soprano alemana, con un timbre algo engolado, se mostró dominadora en un papel de cierta complejidad por su exigente tesitura, esgrimiendo como argumentos su facilidad para la proyección y sus afilados agudos, no reñidos con una voz corpórea aunque de resonancia metálica. Por su parte, el bajo-barítono croata dejó una sugerente línea de canto, con un fiato amplio que le permitió ajustar los fraseos y un color siempre repleto de calidez. El coro se lució en el vivace "Aeterna fac cum sanctis", aportando un sonido contundente y manteniendo con certeza la afinación ante una orquesta celosa de arropar siempre a los líricos y a la formación coral.
Los aplausos siguieron a este apoteósico final y el "Asturias, patria querida", terminó poniendo en pie al auditorio, que no dudó en lanzarse a cantar el himno de la región.
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