Opinión
Un espía en Telesforo Juergas

Aficionados del Real Oviedo en la calle Telesforo Cuevas. / LNE
Hubo un tiempo en que, sin haber visto aún la película, emulaba a James Stewart en ‘La ventana indiscreta’. Desde casa de mis padres observaba lo que sucedía en la calle Telesforo Cuevas, ese amable rinconcillo peatonal, recinto sacro del aperitivo, situado en las inmediaciones de la plaza de América. Mis amigos siguen vacilándome a día de hoy con mis costumbres de espía aficionado, para las que a menudo contaba con la asistencia de mi querido “basset hound”, siempre presto a avistar desde la ventana a sus amigos caninos (sobre todo a sus amigas) que paseaban por la zona.
Desde mi puesto de vigilancia fui testigo de la evolución de los negocios de Telesforo Cuevas a lo largo de los años. Cómo no recordar el mítico “Carnaval”, el primero a la derecha al entrar desde avenida de Galicia. Tras su cierre, allá por los comienzos de los 2000, el local atravesó un período conflictivo al ser tomado por un “hostelero” (digámoslo así) que le dio al negocio un cariz exótico (digámoslo así también) con abundantes presencias femeninas de latitudes caribeñas. Eran frecuentes las visitas de la Policía. Una noche, el dueño creyó que uno de los vecinos del portal contiguo, frecuente paseante de Telesforo Cuevas, le estaba vigilando. Tras una intensa discusión en la que el hostelero amenazó con prender fuego al edificio (“¡lo hago aunque acabe en Villabona!”), el malentendido se aclaró y el asunto no desembocó en las páginas de Sucesos. Al poco tiempo, el sujeto abandonó el local y retornó la paz al vecindario.
Otro establecimiento que marcó una época fue el cibercafé, situado enfrente. Ignoro si tuvo alguna vez un nombre concreto: en aquel momento era “el cíber”, uno de esos negocios que proliferaron en la primera edad dorada de internet. La estrella absoluta era el videojuego “Counter-Strike”, en el que se enfrentaban un comando policial y unos terroristas. El éxito fue tal que había lista de espera para jugar. Una vez dentro, cada uno se sentaba en el ordenador, se colocaba los auriculares y se unía a la partida. Eran habituales los gritos y reproches a los torpes jugadores primerizos. Entre los experimentados estaba el encargado del local, un muchacho que se había ganado a pulso el puesto tras echar horas y horas (y euros y euros) frente a la pantalla.
Él era el encargado, pero el jefe era un tipo más mayor que, en las primeras semanas de apertura, acudía al “cíber” exquisitamente vestido de traje, como si regentara un Four Seasons. Con el tiempo acabó relajando la indumentaria, quizá porque entre las actividades comerciales del local, además del uso de ordenadores, empezaron a darse otro tipo de transacciones relacionadas con sustancias de efecto relajante.
Un negocio del que guardo un bonito recuerdo es “Leni”, el pequeño ultramarinos atendido por un entrañable matrimonio (Manolo y Leni) que después fue pasando a otras manos hasta convertirse, hoy, en una peluquería.
“Leni” estaba flanqueado por dos emblemáticos “pubs”: “Copas”, de vocación más nocturna; y “Borrachín”, el lugar que sin duda alguna ha sido el alma de Telesforo Cuevas desde su apertura en 1982 hasta que su histórico dueño, Ángel Rodríguez, colgara recientemente los hábitos. Por la mañana, Angelín nos daba patatas fritas a los niños que jugábamos al balón, y por la noche servía copazos a nuestros padres. Siempre con el mismo cariño y el mismo bigote.
Pero “Borrachín” no sólo no ha desaparecido con la jubilación de Ángel, sino que su testigo ha sido recogido por un grupo de jóvenes que han reformado el local y le han insuflado un espíritu aún más oviedista y festivo. La calle vibra con cada partido y, haya victoria o derrota, la afición prolonga la fiesta hasta bien entrada la madrugada. Risas, gritos, algún vaso roto de vez en cuando. Habría que proponer al Ayuntamiento que este discreto rinconín del centro de Oviedo, que lleva décadas rebosando vida, pase definitivamente a llamarse Telesforo Juergas.
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