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El homenaje sonoro a Graciela Iturbide: flamenco y jazz como de aquí a México

La banda del guitarrista Emilio Ribera llena el almacén de La Vega con su tributo a la premiada de las Artes, una aleación de estilos para reinterpretar un puñado de clásicos de la música mexicana

Por la izquierda, César Latorre, David Hernández, Emilio Ribera, Carlos Laiz, Lena Shan y Aitor Herrera, durante el concierto.

Por la izquierda, César Latorre, David Hernández, Emilio Ribera, Carlos Laiz, Lena Shan y Aitor Herrera, durante el concierto. / Irma Collín

Casi al mismo tiempo, mientras en una nave vecina se inauguraba la exposición con la obra de Graciela Iturbide con una visita guiada, siete músicos guiaron su propia ruta, esta sonora y reinterpretada, a través de “los méxicos de Graciela”. En la vieja Fábrica de Armas de La Vega, muy cerca del pabellón donde se exhiben desde este jueves las fotografías de la artista mexicana premiada con el “Princesa de Asturias” de las Artes, la banda del guitarrista gijonés Emilio Ribera pasó un ramillete de clásicos de la música mexicana por el tamiz del jazz y el flamenco hasta componer una imaginativa aleación musical de dos mundos, o más.

El recital se anunciaba “Picante, pero sabroso” y echó a andar tras los pasos de la fotógrafa, buscando una banda sonora con la que revisitar su obra con los oídos. La “road movie” musical que había anticipado la organización transitó del bolero a la ranchera y de “La bamba” a “La llorona” y completó la fusión de continentes y estilos musicales conectando la potencia de la voz flamenca del cantaor David Hernández con la calidez, la dulzura y la templanza de la cantante barcelonesa Lena Shan.

A sala llena, ante cerca de setecientas personas que corearon letras y bailaron sentadas en la nave almacén de La Vega, se escuchó a Lena Shan, barcelonesa criada en el desierto mexicano de Sonora, haciendo sonar “Cucurrucucú, paloma” en una versión íntima y recogida, muy a contracorriente del desgarro y la energía con la que se suele cantar en México el huapango.

Por la pantalla que hacía de telón de fondo iban desfilando fotografías de Iturbide mientras la banda ligaba la bellísima tristeza de su paloma con las aves que son motivo recurrente en la obra de la fotógrafa mexicana. Ella tiene un libro que se titula “Pájaros” y los ha capturado como metáforas de una muy diversa simbología. Al fondo, en algún lugar invisible de la sala estaba el dolor de la pérdida, la de la hija de seis años que se le fue a la artista, y el vínculo simbólico que se percibe en su obra entre los pájaros y la muerte.

Con Carlos Laiz al bajo, César Latorre al piano, la batería de Manu Molina y la trompeta de Aitor Herrera, la banda también usó el poderoso quejío de David Hernández como envoltorio para un acompañamiento musical asociado al viaje que Graciela Iturbide hizo hace algunos años a España para capturar, entre otras, muchas imágenes de poblados gitanos.

Él abrió fuego aflamencando con gusto el bolero “La media vuelta”, nada que ver con Luis Miguel, y el público interrumpió con aplausos su vuelta sobre el “Piensa en mí” de Agustín Lara -y ya también de Luz Casal y Almodóvar-. El cantaor arrancó otra ovación con su “Bikina”, Lena Shan dulcificó a la Chavela Vargas de “Cruz de olvido” y en “La llorona” los dos cantantes pusieron melodía metafórica a una de las fotografías icónicas de la obra de Iturbide, aquella en la que a una mujer le salen dos pájaros, otra vez los pájaros, de los ojos. La concurrencia jaleó la energía de “La pistola y el corazón”, de “Los lobos”, o la mezcla del jazz con los ritmos latinos en que la banda envolvió la “Verdad amarga” que también cantaron Pablo Milanés o Los Panchos. Todo acabó con un “México lindo” coreado y fundido al final con una versión flamenca de “Cielito lindo”.

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