¿Cómo suenan las flores? Siempre es primavera en el jardín zen de Byung-Chul Han
La pianista Marta Espinós interpreta en La Vega una selección de piezas musicales escogidas para evocar la “declaración de amor” que el filósofo coreano-alemán hizo en sus obras a la tierra y su “embriagadora belleza”

Marta Espinós, durante el concierto "Música para jardineros". / Fernando Rodríguez
Un día, Byung-Chul Han sintió “una profunda añoranza, incluso una aguda necesidad de estar cerca de la tierra, así que tomé la resolución de practicar a diario la jardinería. (…) El trabajo de jardinería ha sido para mí una meditación silenciosa, un demorarme en el silencio. Ese trabajo hacía que el tiempo se detuviera y se volviera fragante…” El filósofo coreano-alemán, premio “Princesa” de Comunicación y Humanidades, arranca así su “Loa a la Tierra”, una reflexión pausada sobre la reconexión con la naturaleza que este sábado encontró en Oviedo su banda sonora. Su “música que huele a flores”. El piano de la alicantina Marta Espinós, convocado a la vieja fábrica de armas de La Vega para dialogar con la parte más ecologista de la obra del pensador, quiso hacer lo mismo que Han en el espacio berlinés que bautizó “Bi-Won”, “jardín secreto” en coreano. Quiso abrir también aquí un paréntesis en el tiempo. Ralentizarlo y dilatarlo. Cavar, reflexionar, volver a la tierra.
Con el piano plantado en mitad de un evocador círculo de flores y plantas, y a su alrededor centenar y medio largo de asistentes, Espinós tradujo en notas musicales la “declaración de amor” que el filósofo le ha hecho a “la tierra y su embriagadora belleza”, su convicción de que la naturaleza “es una creación divina”. Fue un concierto comentado de media hora larga que se hizo corta, un viaje sonoro para estimular la sinestesia, jugar con los sentidos y responder sin palabras a una pregunta compleja. “¿Cómo suena un jardín al piano?”
Para empezar, la pianista escogió el aria de las “Variaciones Goldberg” de Juan Sebastián Bach, una pieza que Han “ama sobre todas las cosas”, que con el tiempo consiguió aprender de memoria y convirtió “en la música de mi corazón”, en un ritual diario o una “oración matinal” que interpretaba todos los días. Eso cuenta en su libro “La tonalidad del pensamiento”. Por eso la obra que Bach compuso por encargo del Conde de Keyserling para que su clavecinista –Goldberg– le entretuviera en sus noches de insomnio abrió este sábado un oasis de primavera en el otoño del mediodía de un sábado soleado.
Por el “jardín secreto” de Han, que también puede ser un jardín zen con el tiempo detenido y a salvo del oleaje del mundo, Espinós llevó a los espectadores de la mano hasta Roma, a los jardines de la Villa Medici que inspiraron las dos obras de la francesa Lili Boulanger (1893-1918) con las que la pianista quiso atrapar los sonidos de la fascinación de Han por la naturaleza. Sonaron “De un antiguo jardín” y “De un jardín claro” y Espinós invitó a imaginar el deseo del filósofo de mantener su jardín reluciente en medio del largo y gris invierno de Berlín. De buscar la primavera en el invierno.
Leyó en la obra del premiado que Han trató de “aprender de memoria el mayor número posible de nombres de flores”, que consideraba “una traición a las flores tenerlas en el jardín sin conocer sus nombres”, y por eso interpretó una selección de movimientos de la suite “Flores de Francia”, de Germaine Tailleferre (1892-1983), introduciéndolos con sus nombres en voz alta. Así fueron saliendo del piano la calidez del “Jazmín de Provenza” y la energía de la “Amapola de Guyana”, la “Rosa de Anjou”, la alegría primaveral de la “Margarita del Rosellón” o la frescura de la “Lavanda de la Alta Provenza” y las “Campanillas de Bearne”.
El recital ya se había convertido en un agudo ejercicio de sinestesia, en una fórmula para escuchar una fragancia, cuando Espinós leyó en “La tonalidad del pensamiento” otra confesión de Han. “Pienso y escribo rodeado de flores. Mis flores me protegen. Sin flores no puedo pensar”. Llegó a crear una “habitación de flores” antes de descubrir que Claude Debussy también tenía una, y que componía rodeado de flores. “De hecho", escribió, "su música huele a flores” y "yo me esfuerzo muchísimo en conseguir que mi pensamiento también huela a flores. En ellas está la verdad…” Era obvio pues que a este concierto, a esta “Música para jardineros”, había que invitar a Debussy y Marta Espinós tocó el preludio “Los sonidos y los perfumes giran en el aire de la tarde” (1910), que toma su título de un verso de Baudelaire.
Según el programa, el recital tendría que haber terminado con otra visita a las “Variaciones Goldberg”, pero “no debe haber un jardín sin mariposas”, advirtió Espinós, que usó el diálogo imaginario que Han compuso entre dos hijos que no tiene y a los que llamó Namu (árbol en coreano) y Nabi (mariposa) y reescribió el final. Cerró la sesión interpretando “Papillon” (mariposa en francés), “una miniatura”, “un aleteo” de la compositora francesa Mel Bonis.
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