Eduardo Mendoza, premio "Princesa de las Letras", con sus lectores en Oviedo: "No hay mejor trabajo que escribir, siempre que luego alguien lo compre, claro"
El escritor barcelonés cautiva a los clubes de lectura en el Palacio de Calatrava con su ingenio y su visión del oficio literario

Fundación Princesa de Asturias
Eduardo Mendoza, premio «Princesa de Asturias» de las Letras, deleitó ayer a un público entregado en el Calatrava ovetense con un ejercicio magistral de humor y sabiduría. Moderado por representantes del Grupo de Animación a la Lectura de las bibliotecas públicas de Asturias, y con presencia de clubes de varias comunidades autónomas, el encuentro permitió conocer más y mejor al escritor barcelonés, quien se saltó el protocolo la final para mostrarse conmovido: «No hay nada que me haga más feliz que encontrarme con mis lectores y ver a tantos que me tienen cariño. ¡Os quiero!»
Fue un final feliz, fue un final emocionante, fue un final inolvidable para una velada «íntima» a pesar de las más de 2.000 butacas ocupadas, repleta de confidencias y complicidades. Primero, un elogio: «Los clubes de lectura son un antídoto contra la soledad. Nos reunimos a hablar de libros, pero en realidad hablamos de nosotros mismos».
Sobre el papel de los personajes femeninos en su literatura, Mendoza confesó que "entiendo mejor a los hombres que a las mujeres. Mejor dicho: a las mujeres no las entiendo. Pero cuando uno escribe ficción deja de tener identidad. Entonces ya no hay hombres ni mujeres, jóvenes ni viejos; todos forman parte del mismo mundo. Es cierto que en muchas de mis historias las mujeres no son protagonistas, pero casi siempre son el detonante de la acción. Sin ellas, nada se movería».
Y añadió, conciliador: «No me preocupa demasiado porque hay estupendas escritoras con personajes femeninos fantásticos. La novela, en realidad, es uno de los terrenos menos misóginos que existen».
Su relación con sus criaturas literarias es «muy rara. Yo nunca he releído un libro mío. Cuando termino uno, ya no tengo nada que ver con él. Mis personajes andan por ahí, ni me felicitan las Navidades ni nada». Si tuviera que elegir a uno para tomar un café, elegiría a Pomponio Flato, «porque es el que más se parece a mí». Otros, sin embargo, quizá le pedirían explicaciones por haberlos hecho pasar «un mal rato», especialmente los de «Una comedia ligera» y «Mauricio o las elecciones primarias»: «Son más amargos, más ásperos. Pero hay que vender», bromeó.
La pregunta sobre «Sin noticias de Gurb» era inevitable. ¿Sigue siendo necesario un extraterrestre para entendernos como sociedad? «Sí. Gurb tiene una mirada infantil, inocente, sin juicio. Lo escribí deprisa, como una distracción de verano, y ya han pasado casi treinta años. No sé por qué conectó tanto con los lectores, quizá porque todos querríamos mirar el mundo así: con sorpresa y sin malicia».
También habló de su proceso creativo «Habría que preguntárselo a los que viven conmigo, que son los que lo padecen. Cuando escribo estoy distraído, me olvido de todo. Te dicen: ‘acuérdate de comprar jamón’, y llego a casa sin jamón. Pero estoy contento. Es el mejor oficio del mundo: no tiene horarios, no necesita inversión, y lo único que hace falta es papel un lápiz. Y que te lean, claro».
Recordó su paso por la carrera de Derecho y su oficio de traductor: «Lo estudié porque parecía fácil y porque había que ganarse la vida. Pero el Derecho tiene algo literario fascinante: abarca toda la vida humana, del nacimiento a la muerte. Y ser traductor me enseñó a amar las palabras. Siempre tengo varios diccionarios en la mesa; a veces los leo como quien lee novelas».
Mendoza confesó que intenta comenzar cada libro «como si fuera el primero. Después del éxito inicial, viví mucho tiempo con la sensación de que todo lo que hiciera después sería peor. Ahora procuro olvidarme de mis libros anteriores. Lo único que temo es repetirme. Pero bueno, eso nos pasa a todos los que llevamos tiempo vivos».
El humor, una de sus señas de identidad, culebreó a menudo en el encuentro. «Me viene puesto», dijo. «No sabría escribir de otra manera. Durante mucho tiempo, la novela se volvió seria y el humor quedó arrinconado. Cuando publiqué ‘El misterio de la cripta embrujada’ y ‘Sin noticias de Gurb’, ese terreno estaba poco cultivado. El humor merece tanto respeto como la tragedia. Hay que buscar la misma excelencia».
Sobre el revisionismo y la corrección política, fue tajante: «No se puede pedir al pasado que sea distinto de lo que fue. Estoy en contra de cualquier forma de censura. Si un lector se siente incómodo con un libro, que lo tire y lea otro. Nadie tiene que decirnos qué debemos leer».
Admitió, eso sí, que hay cosas que hoy no escribiría igual: «Soy hijo de mi tiempo y arrastro sus vicios, pero siempre he procurado ser respetuoso».
Cuando una lectora le preguntó qué opinaba sobre la idea, extendida entre muchos jóvenes y subrayada por algunos influencers, de que leer no es importante, Mendoza respondió: «Yo creo que se puede vivir sin leer. Hay gente que no lee y es estupenda, y hay gente que lee y es idiota. Pero de todas las cosas que se pueden hacer en la vida, leer es de las mejores. Nos entretiene, nos une y nos ayuda a entendernos».
Y remató: «Leer no es imprescindible, pero es un ejercicio maravilloso: obliga a imaginar. Es como un cine con la pantalla en blanco. El lector tiene que inventar la película».
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