Graciela Iturbide, premio Princesa de Asturias de las Artes: “Yo salgo con mi cámara y lo que me sorprende lo tomo”
La fotógrafa mexicana desvela en un encuentro con el público en La Vega la trastienda de algunas de sus imágenes más icónicas, de la Virgen de las Iguanas a la serie que dedicó a los pájaros, inspirada por un poema de San Juan de la Cruz

Graciela Iturbide, premio Princesa de Asturias de las Artes: “Yo salgo con mi cámara y lo que me sorprende tomo” / Irma Collín

A Graciela Iturbide, premio Princesa de Asturias de las Artes 2025, se le murió una hija de seis años y se obsesionó con hacer fotos de “angelitos muertos”. Un día se encontró a un hombre que llevaba a enterrar a su hijo recién fallecido y le pidió permiso para tomarle unas fotografías. En el camino había un cadáver tendido, un hombre con la cara picoteada por los pájaros que merodeaban por los alrededores del cementerio, los “pájaros de la muerte”, los llama Iturbide. Terminó de tomar las fotos del niño, por deferencia con el padre, pero aquel día Graciela comprendió “que ya”. “Ya no vas a tomar más fotos de angelitos muertos”, se dijo, “aprendí que debía dejar la muerte, debía dejar el dolor por la muerte”.
Esa es una de las muchas cosas que la fotografía le ha ido enseñando a lo largo de la vida a esta mujer de aspecto frágil y de voz firme, con una memoria que rebosa vivencias, paisajes y personajes, lo mismo gente sencilla, del pueblo, que algunos de los grandes intelectuales y artistas de su país. La fotografía ha sido la escuela y la terapia, Graciela Iturbide (Ciudad de México, 1942), una fuente inagotable de conocimiento y satisfacción. “Yo salgo con mi cámara y lo que me sorprende lo tomo”. Así se toma ella la fotografía y así elige sus imágenes.
Esta tarde, en el auditorio habilitado en el almacén de la antigua fábrica de armas de La Vega, en Oviedo, Iturbide compartió en un encuentro multitudinario con el público, ante cerca de 700 personas, las historias que hay detrás de sus fotos, algunas tan icónicas como “La Virgen de las Iguanas”, que tomó en 1979 a una mujer, Zobeida Díaz, en el mercado de Juchitán y que ha sido reproducida tantas veces y en tantos formatos -es una escultura, hay murales con su imagen en Estados Unidos, figuritas de barro, etiquetas de bebidas alcohólicas…- que su autora ha llegado a la conclusión de que “ella ha querido volar y está bien que vaya por todo el mundo, para que la vean, ella quiere que la vean”.
Otras, como la serie que dedicó a los pájaros, fueron alentadas por su inquietud intelectual. Esa en concreto por un poema místico, de San Juan de la Cruz, “Las virtudes del pájaro solitario”. Graciela Iturbide las resumió: busca el lugar más alto, no quiere compañía, mantiene el pico apuntando hacia el cielo, no tiene color y canta suavemente. También se inspiró en un poema sufí, “El lenguaje de los pájaros”, un relato sobre unos pájaros que buscando a Dios suben al cielo y allí se encuentran con ellos mismos.
La conversación de Graciela Iturbide fluye naturalmente, de lo pintoresco a lo cómico, de la observación al dato; siempre hay admiración en lo que cuenta, hacia las mujeres indígenas de las que se hizo amiga en Juchitán, hacia los pescadores del Mar de Cortes con los que vivió un mes y medio y que sobreviven en condiciones extremas, admiración y agradecimiento hacia quienes la ayudaron a ser quien es hoy, el pintor Francisco Toledo, que le regaló cinco de sus grabados para que los vendiera y que con ese dinero pudiera viajar a Juchicán, con el maestro Álvarez Bravo, al que conoció cuando, ya casada y con hijos, empezó a estudiar cine, y que le descubrió el arte de la fotografía que ha dado forma a su vida.
Así, como una gran contadora de historias, Graciela Iturbide, guiada a lo largo de la charla por el editor Ramón Reverté y por sus propias fotos, proyectadas sobre el fondo del escenario, fue agotando la hora reservada para el acto. Con el recuerdo de Juan Rulfo: “Hay un libro de él que se llama ‘Pedro Páramo’ que les recomiendo, porque me parece maravilloso. Era un hombre maravilloso. Yo creo que es uno de ellos mejores escritores que tenemos en México junto a Octavio Paz y… Bueno tenemos muchos buenos escritores en México”; con el del reportaje que hizo del baño de Frida Kalho, cerrado durante 50 años: “Yo no soy Fridomana, Santa Frida como la gente dice, pero ahí la admiré, por tener sus corsés, su prótesis…” y sobreponerse al dolor por su vocación; con el del cocodrilo subido a una escalera que fotografío en la casa de Francisco Toledo. Y así, una tras otra, imágenes e historias y finalmente algunas revelaciones profesionales provechosas.
“Cartier Bresson decía que había un momento decisivo al tomar una fotografía, para mí hay dos: como él decía, cuando aprietas, cuando lo que tu ojo ve es lo que el corazón siente; el segundo es cuando llego, revelo mi rollo (Iturbide se mantiene fiel al formato analógico), veo los contactos y veo que acerté o que no acerté. Todo es una sorpresa para mí, cuando tomo las fotos y cuando las elijo”, explico. A los jóvenes que quieren adentrarse en el camino de la fotografía les dejó su receta: “Tener pasión, estar atentos a la vida, estar atentos a todo lo que pasa a tu alrededor y sorprenderte, y tener mucha disciplina”. En su caso se resume de una forma sencilla y gráfica, no podía ser de otra manera: “Cuando mi corazón late hago chic”.
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