Entrevista | Antonio Saborit Director del Museo Nacional de Antropología de México, premio Princesa de Asturias de la Concordia 2025
"La viruela fue más letal que la pólvora: el continente americano necesitó tres siglos para recuperar la cifra de pobladores que tenía a principios del siglo XVI"
"Los indígenas mexicanos son tan modernos como cualquiera y hablan sus lenguas y usan teléfonos celulares y están completamente integrados en el presente"

Pelayo García Gil

Con 45.000 metros cuadrados construidos, 22 salas de exposición permanente, 250.000 piezas en sus fondos, 8.000 de ellas a la vista, 3,7 millones de visitantes en 2024 y 60 años de historia a sus espaldas, desde su apertura el 17 de septiembre de 1964 hasta hoy, el Museo Nacional de Antropología de México, premio Princesa de Asturias de la Concordia 2025, es el indiscutible mastodonte de la museología iberoamericana. Es más aún. Por encima de todo es el gran repositorio de la identidad mexicana. El historiador Antonio Saborit (Torreón, Coahuila; 1957) lo dirige desde enero 2013. Recién llegado a Oviedo, sentado en el vestíbulo del hotel de La Reconquista, ve pasar a su compatriota Graciela Iturbide, la galardonada en la categoría de las Artes.
Corren rumores de una próxima exposición del Museo Nacional de Antropología de México en España, ¿los confirma?
No que ya sepa.
¿No? ¿No hay nada?
Siempre hay. Sí. Ha habido colaboraciones a lo largo de estos años con España. Claro que sí. Tuvimos... ¿Se acuerda de aquel barco? Qué fue el centro de un litigio… El Mercedes… (Antonio Saborit se refiere a la exposición “El último viaje de la fragata Mercedes. Un tesoro cultural recuperado”, en 2014, en la que el Ministerio de Educación, Cultura y Deportes contó con la colaboración del Museo Nacional de Antropología de México, entre otras instituciones).
En 2024 estuvieron de celebración, 60 años de la apertura del Museo, que habrá cambiado mucho en todos esos años.
Muchísimo, muchísimo. El Museo Nacional de Antropología tardó mucho tiempo en asumirse como un proyecto realizable, urgente para las sociedades mexicanas.
Es heredero de otros museos, ¿cierto?
Sí. Tenemos un Museo Nacional de México fundado en 1825, que es un acto de voluntad política. “La República debe contar con un Museo Nacional, ¿no?”, se dijo. Este año se cumplen 200 años de esa creación. Y lo que tenemos a lo largo del siglo XX es la deconstrucción de ese Museo Nacional de México. La primera colección que salió fue la de Historia Natural. El Museo estaba entonces en la antigua Casa de Moneda virreinal. La idea era sacar ese museo de ahí y mandarlo hacia el poniente. Se adquirió el terreno, se realizó un proyecto arquitectónico, incluso hubo la intención de abrir una Escuela Internacional de Arqueología y Etnografía Americanas, un proyecto muy interesante entre países, cuya sede sería el nuevo Museo Nacional. Ese museo nunca se construyó. La Escuela duró cuatro años y, tal como apareció, desapareció. Fue el germen de la Escuela Nacional de Antropología e Historia más adelante.
¿Entonces?
Por una cosa, por la otra, no se hacía el museo. Se crea en 1939 el Instituto Nacional de Antropología e Historia. Uno de los primeros actos del Instituto es enviar toda la colección de historia al Castillo de Chapultepec, donde se montaría el Museo Nacional de Historia. Segunda colección que sale. Faltaba todo lo demás. Hay una película de Cantinflas que se rodó precisamente en las viejas instalaciones del Museo Nacional. Ahí se puede dar cuenta de lo que era ese bodegón: estaba lleno, atestado de objetos, muy decimonónico en su caos y en su abigarramiento.
¿Un gran almacén?
Lo mismo. “Bajo el signo de la muerte” se llama la película. Bueno, hubo varios proyectos, varias salidas en falso, hasta que en 1958 se toma la decisión. Se crea el Museo Nacional de Antropología, se crea el Museo Nacional del Virreinato, se crea el Museo de Arte Moderno, y por fin se crea un espacio digno para el Museo de Historia Natural. Todo esto salió —más una pinacoteca— del viejo Museo Nacional. Por eso, al llegar a los 200 años celebramos su idea, porque ese museo ya no existe. El museo de la Casa de Moneda es en la actualidad el Museo de las Culturas del Mundo. Se suele olvidar que el Estado mexicano reorganizó todo su sistema de museos y en esa organización se planteó el Museo Nacional de Antropología, con la colección arqueológica y la colección etnográfica. En la historia documental de este proyecto aparece lo siguiente -está por escrito-: “Toda vez que los pueblos indígenas están a punto de desaparecer debido a que se van a modernizar, y están a un paso de integrarse al México moderno es importante salir a rescatar su cultura material”. Con ese espíritu nace originalmente el Museo. Sesenta años después lo único que desapareció fue esa idea, porque los pueblos indígenas ahí están. Son tan modernos como cualquiera y hablan sus lenguas y usan teléfonos celulares y están completamente integrados en el presente.
La cultura indígena ha sobrevivido.
Ha sobrevivido un importante número de pueblos indígenas y de indígenas en México, en todo el territorio. Hay alrededor de 60 lenguas con 300 variantes, lenguas que hablan de decenas de personas hasta millones de hablantes, como el náhuatl, por ejemplo.
Un museo vivo.
Uno de los temas a los que nos enfrentábamos con el crecimiento del Museo fue precisamente ese: ¿Qué hacer con las salas de etnografía del museo? Hace unos ocho años empezamos un proceso de reflexión y estudio dentro del museo para reorganizar todos estos espacios.
Una parte del esfuerzo de estos 60 años ha estado destinado a la recuperación del patrimonio expoliado. ¿Aún queda mucho por recuperar?
Siempre hay mucho por recuperar. Esta labor cae fundamentalmente en el área jurídica del Instituto Nacional de Antropología e Historia. En ocasiones ha sido el museo, en su trato directo con otros museos, el que ha logrado que se restituyan objetos al patrimonio arqueológico. Pero en muchos otros casos es el área jurídica del Instituto la que ha emprendido una labor cotidiana, y de años, documentando minuciosamente, escrupulosamente, cada uno de los objetos que litiga.
¿La mayor parte están en Estados Unidos?
Exactamente.
México, España y la conquista. ¿Cómo se encardina ese hecho histórico en el Museo de Antropología de un pueblo que ha sido colonizado, con toda la violencia que eso conlleva?
Lo ensayamos ahora. En el proceso de reelaboración de las salas de etnografía se nos hizo ver un hecho muy sencillo: el discurso de las salas arqueológicas termina en 1521, en la planta baja. ¿Qué pasó entre 1521 y este presente? Ahora tenemos una de las cinco salas de etnografía que narra precisamente esto. Empieza por mostrar la manera en la que esos pueblos, en el siglo XVI, se retrataban a ellos mismos. No la manera en que retrataban a sus dioses y diosas y sus conceptos religiosos por medio de la escultura, sino cómo se veían y cómo se retrataban ellos. Acto seguido, pasamos al tema de la esclavitud y la llegada de la población africana al continente americano. Y, también, habiendo sobrevivido una pandemia, por fin mis colegas fueron sensibles a la importancia de la caída de la población a lo largo del siglo XVI y XVII, provocada por algo que un historiador llamaba la unificación bacteriana del mundo.
¿Y eso?
Porque la viruela fue más letal que la pólvora: el continente americano necesitó tres siglos para recuperar la cifra de pobladores que tenía a principios del siglo XVI, con la salvedad de que, para terminar el siglo XVIII, ya no eran solamente pueblos indígenas, sino también población europea, la que ayudó a llegar a esta cifra. Después viene el proceso de conquista, y después viene el proceso de sincretismo.
¿A qué se refiere con sincretismo?
La manera en la que, frente al desastre, estos pueblos encuentran en la combinación de su propia fe con la que viene con los misioneros la fuerza para sobrevivir y salir adelante. Y contamos las rebeliones indígenas que, desde el siglo XVI hasta el final del siglo XIX, y luego a lo largo del siglo XX, se registraron en el territorio de México.
Usted repite a menudo que el Museo Nacional de Antropología de México es un espacio de concordia.
Pues, ¿qué no? Los museos son lugares donde todos conversamos. Los visitantes conversan cuando recorren las salas. Son espacios de encuentro fundamentalmente. Los educadores querrían que todo el tiempo estuviéramos tomando notas, estudiando y guardando silencio, pero la verdad es que es imposible caminar cualquier museo en silencio. Se trata de conversar, de intercambiar puntos de vista, que me digas lo que tú ves y que yo te diga lo que veo,
y que intercambiemos certezas o incertidumbres, o perplejidades. Porque finalmente, lo que está en el museo es relevante porque es contemporáneo, no porque sea antiguo. Los vestigios arqueológicos no tienen valor solo porque pertenezcan al año 700, o al 1500 a.C., sino porque nos hablan de la misma naturaleza humana.
¿Ha visto lo que acaba de suceder en el Louvre? En 1985 también hubo un gran robo en el Museo de Antropología de México.
Me parece lamentable, y hay que condenarlo. Es un acto delincuencial, de principio a fin.
Ustedes tenían problemas con los servicios de seguridad ¿Los han resuelto?
Sí, ya está. Pero hay que decirlo: lo de Francia es un acto delincuencial. No es otra cosa. Y puedo sentir la rabia y la indignación de los franceses frente a la pérdida de su patrimonio. No es una metáfora de la sociedad ni del país. Poco ayuda verlo desde ahí.
¿Se refiere a la lectura política que se está dando en Francia?
Es que pues eso es lo que veo en la prensa. ¡Qué manera de no ver lo que pasó! Lo que pasó fue un robo, un hurto. Eso, primero. Hay que decirlo bien claro. Y son profesionales.
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