La otra crónica del día sobre los premios "Princesa": Massey tiene una mala noticia para ti
En estos Premios tan americanos, los del norte llegan con la dolorosa nueva de que el sueño estadounidense ya es una negra pesadilla

J.A.

Pasa en algunas películas de catástrofes aéreas. Caen en barrena, saltan las mascarillas de oxígeno y un pasajero corre hacia la cámara histérico: "¡Vamoooos a morir todoooos!". Pero se ve que la prensa asturiana ya está hecha a todo. Nadie perdió así los nervios en su primer encuentro con Douglas Massey, premio "Princesa" de Ciencias Sociales. Y eso que fue para romper en caso de emergencia.
El sociólogo estadounidense engaña. Tiene un talle estilizado de Santa Claus. Es finlandés por parte de madre y nieto de minero emigrado a Montana. No esperas que un guiri con un rollo tan navideño te pase por encima con el trineo de sus reflexiones. Pero lo hace. Como lo sabe todo de migraciones, le preguntaron por la cacería de emigrantes en su país y ahí fue desenvolviéndonos el regalo de la cruda realidad: que vivimos "tiempos de penumbra", que toda esta epidemia de xenofobia es el efecto visible de la guerra mundial de Trump y los populistas contra la globalización, que su presidente arma lo que Chávez ya armó en Venezuela pero ahora con alcance internacional, que los guerreros enmascarados del servicio de inmigración actúan en EE UU "como en la guerra sucia de la Argentina de los años 70", que la chimenea de la Casa Blanca solo expulsa "políticas de venganza" y que dentro "hay un niño de 4 años, mimado y enojado, que destroza las cosas de su alrededor". Vamos a morir todos. ¿A que sí?
Massey confiesa que no puede ser optimista. Es ese tío, dice, al que sus colegas invitan a una copa a ver si remonta. Luego, porque debe tener un puntín socarrón, abandona la rueda de prensa musitando: "Creo que a Trump no le van a gustar mis charlas. Tengo que guardar mi pasaporte para el regreso".
En los Premios de este año, que tanto tienen de americanos, los galardonados del norte aterrizan marcados por la pesadilla en que se convirtió el sueño estadounidense. Mientras Massey hablaba así en la sala de prensa, a pocos metros, la premio "Princesa" de Investigación Científica y Técnica, la genetista de Chicago Marie-Claire King, hablaba a los periodistas en el patio del Reconquista sobre la ciencia en EE UU. Y lo que iba relatando era todo caos y devastación. O sea: vamos a morir todos.
Los del sur, los mexicanos, llegaron, en cambio, más sosegados. La fotógrafa Graciela Iturbide, premio de la Artes, con mirada muy admirada y voz de Chavela Vargas, inauguró su exposición en la Fábrica de la Vega. Y allí contó cómo aprendió de su maestro, el fotógrafo Manuel Álvarez Bravo, que el secreto de una buena fotografía era tomárselo con calma. "Hay tiempo, hay tiempo", estaba escrito en el laboratorio del maestro.
Otro de los aterrizados fue el director del Museo Nacional de Antropología de México, Antonio Saborit. Respondió con una elegante larga cambiada a la pregunta directa de qué opinaba él sobre la petición de la presidenta Sheinbaum para que Felipe VI pida perdón por la conquista de Cortés. Como le van a entregar el premio de la Concordia, Saborit dijo muy al final de una frase con doble de jet lag que su museo era "un espacio de concordia". Sonó como cuando en México te dicen que "ahoritita mismo" te atienden.
Tampoco pudimos saber qué estaba pensando el filósofo Byung-Chul Han, premio de Comunicación, porque fue todo incomunicación. Protagonizó la primera "no llegada" de los Premios. Se apeó hecho un enigma a la puerta del Reconquista, como si hubiera enviado a su cuerpo pero su verdadero ser permaneciera quién sabe dónde, pero muy lejos. Cómo sería que, por un instante, pareció que hasta las gaitas de "El Gumial" dejaban de sonar.
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