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El filósofo Byung-Chul Han, premio “Princesa de Asturias”: “Sin valores la libertad es una quimera”

El pensador alemán, nacido coreano, defiende “la confianza y el respeto” como el pegamento social para salvar las democracias liberales en su primera rueda de prensa pública, en Oviedo

VÍDEO: Así fue la rueda de prensa de Byung Chul Han, premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades 2025

Jimena Aller

Chus Neira

Chus Neira

La primera vez que Byung-Chul Han dio una rueda de prensa en su vida fue en Oviedo, este mismo martes al mediodía, y fue quizá esa falta de costumbre y su aparente rechazo a expresarse en público, como advirtió, lo que le hizo convertir la comparecencia en una suerte de conferencia de casi una hora para las que necesitó tan solo cuatro preguntas de la prensa y una larga introducción. En todo ese tiempo el premio “Princesa” de Comunicación y Humanidades explicó que “el respeto es el pegamento de la sociedad” y que la falta de valores está poniendo en peligro la democracia, como ha desarrollado en su próximo libro “Sin respeto: una crisis social”, que hemos dejado un vacío para que lo rellenen los autócratas y que la brecha social entre ricos y pobres cada vez es más profunda. Que hay que cultivar el trabajo manual antes que el de los pulgares, que sufre dolores de cabeza como Simone Weil y Kafka y que el Hotel de la Reconquista debería de renovar sus pianos, instrumentos tan malos que sentarse a tocarlos esta mañana casi le provocó infelicidad.

De negro, cada vez más sonriente y cómodo, Byung-Chul Han comenzó con una declaración en la que agradeció a la prensa nacional el éxito que le ha proporcionado entre los lectores hispanohablantes. Por deferencia a ellos, aseguró, se avino a ofrecer una rueda de prensa en este su tercera comparecencia pública en España. La segunda parte de ese proemio consistió en avanzar los detalles de su nuevos libro. Ese “Sin respeto” y otros problemas de la vida en comunidad que son los que ahora le preocupan. “Vivimos en un tiempo en el que no nos respetamos, somos agresivos, no aceptamos la opinión de otros y el que defiende otra opinión lo consideramos enemigo”. Es esa falta de respeto la que pone en peligro hoy la democracia y la que le ha servido para concluir su serie de libros de crítica a la sociedad contemporánea.

Una vez dado a imprenta ese libro, lo que tiene ocupada su cabeza ahora es “la crisis de la democracia liberal a nivel global”. Explicó Han que el liberalismo era algo bueno que ha generado un problema al ser incapaz de generar contenidos que lo mantengan vivo. “Hay dos tipos de libertad, la negativa es la de la ausencia de obligaciones, la que genera unos espacios vacíos que no nos ofrecen nada a lo que agarrarnos”. Se refería, explicó, “a los símbolos”. “Una libertad sin significado es algo arbitrario; hablo de valores y objetivos hacia los que orientarnos. Los valores se remontan a instituciones como la religión o la cultura, pero esas instancias se están erosionando y pierden significado”. La pregunta, pues, es “¿qué valores, ideales nobles, tenemos? Ninguno, y es ese vacío simbolico que el pone en peligro la democracia”. “Sin valores”, concluyó, “la libertad no es libertad, es una quimera”.

El problema derivado es que en un mundo arbitrario y absurdo la sociedad clama por voces autoritarias. “Trump, Orban, en cualquier parte del mundo el auge de los autócratas tiene que ver con la ausencia de valores”. Las redes, la sociedad digital, no ofrece más que “estímulos fugaces que no generan comunidad, y sin comunidad la democracia, colapsa”. “Los algoritmos nos dan ‘me gustas’ pero no nos dan conocimiento, y la democracia necesita un discurso, una narración”, siguió inspirado. Vivimos, pues, resumió “en una cámara cerrada donde nuestro propio eco, en las redes sociales, nos lleva a la tribalización”. La democracia no es, dijo citando a Tocqueville, los procedimientos formales de las elecciones, necesitan las “virtudes y costumbres”, dijo refiriéndose a la palabra francesa “moeurs”, el “mores” latino. ¿Cuáles son? “El sentido de comunidad, responsabilidad, confianza y respeto. Sin estas virtudes la democracia colapsa”, zanjó.

Lo otro, las elecciones, el parlamento, es algo que “se agota en las luchas de poder”, un “escenario para la propia puesta en escena de los políticos”. Lo único que mantiene nuestro frágil sistema, “el último ancla de la democracia”, concluyó, es el bienestar, pero esta brecha social también se resquebraja: “En su última expresión el neoliberalismo ha producido muchos perdedores,y eso genera miedos, resentimientos, desestabiliza la sociedad”.

Hasta ahí su introducción. Después, a preguntas de los periodistas, desarrolló su idea de un orden vertical basado en leyes sociales y valores inherentes a la humanidad frente al actual orden horizontal. “Kant dijo que admiraba dos cosas, el cielo estrellado, que es inmutable y da esa orientación, y las leyes sociales, los valores, y lo que hacemos es abandonar ese orden vertical con el consumo y la sobreinformación y entrar en un ordenamiento horizontal que promete más libertad pero que es una ilusión”. Las sociedades, vaya, necesitan “objetivos, ideales, modelos”. “Antes teníamos modelos”, lamentó, “algo que emular, ahora tenemos influencers, que venden objetivos y productos”. Ejemplificó Han este problema con el auge de la extrema derecha en su país, Alemania, la AFD, una tendencia, vaticinó, “que se reeditará en Francia, ya se ha dado en Italia y llegará a España”.

No dio Han muchas respuestas, pero sí protestó por la postura de la academia. Si la respuesta es la filosofía, hoy el autor de “La sociedad del cansancio” no ve en las universidades más que “una empresa neoliberal que todo lo sacrifica en el altar del desempeño, para repartir puntos, donde los estudiantes son clientes y los catedráticos se hacen evaluar por los clientes, que son los estudiantes. Es el ocaso de la cultura”.

Le preguntaron también por el dolor y dijo que él, como Simone Weil, como Kafka, sufría cefaleas de racimo, y que había una región del cerebro encargada de mantener un equilibrio donde el sufrimiento empezaba a convertirse en felicidad, para compensar. En todo caso, alertó, “hoy estamos en una sociedad del confort donde todo lo negativo, el dolo o el aburrimeinto, lo rechazamos, y al no ser capaces de soportar el dolor nos inflamos a opiáceos, en seguida nos tomamos analgésicos y la paradoja es que nos inducen más dolor”.

Un par de preguntas más le sirvieron para explicar que él necesitaba cuidar su jardín a las afueras de Berlín donde tiene todo tipo de hortensias y especies que florecen en invierno, un trabajo manual que también vuelca en un piano, un modelo Fazioli, mejor que el Steinway que tiene en su otra residencia (unos 150.000 euros de media cuestan cada uno). Son actividades que le llevan a la filosofía, porque, recalcó, “las arquitecturas del alma necesitan esa actividad manual”. “La vida real se transmite a través de la mano, tocar al otro, acariciar a las personas, y hoy en día ya no usamos la mano, y sin las manos no cabe humanidad ni revolución, estamos usando los dedos y con los dedos no nos aportan felicidad”. En lo más cotidiano, manualidades aparte en el sentido de Heidegger (“pensar es un trabajo manual”), Han confesó que cuando llegó al Reconquista se encontró con un piano en el hall, uno surcoreano, de Seul, “un piano que ya nadie querría en Corea”, y hoy al desayuno con otro “que a lo mejor era el segundo más barato de China”. “Lo toqué un poco pero no me hizo muy feliz, más bien infeliz. Lo importante es tener un buen piano, y este piano de Corea y de China no dan la talla, no me ayudan a despegar, habría que hablar con el director del hotel para que instale mejores pianos”.

Antes de irse a comer le preguntaron qué se podía hacer, si había grietas en este neoliberalismo enfermo. Han explicó que este capitalismo en su forma “más tardía” había convertido a los trabajadores en ganado. “La diferencia es que el ganado no ser revoluciona, si los oprimes mucho no pasa nada”. No habrá, pues, revolución, y aquí citó a Slavoj Žižek para establecer su punto de discrepancia con el otro gran pensador el mundo contemporáneo. La idea de Han es que la “única esperanza” es que “el capitalismo se acabe destruyendo en su propio fundamento”. En Corea ya está pasando. Allí, dijo “las mujeres no quieren medrar, rechazan toda relación con hombres, la tasa de natalidad es la más baja del mundo y la de suicidios, la más alta. El problema no lo puede resolver la inmigración. Todos acaban quemados y depresivos, y al final, ¿quién va a trabajar? El capitalismo es productivo pero no reproductivo”.

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