Viaje a los engranajes de la novela de Mendoza: de la importancia de “empezar escribiendo mal” al “descarrilamiento de la página 20”
“No recomiendo leer el Quijote antes de los 35 años”, afirma el premiado de las Letras ante casi dos millares de escolares asturianos, a los que instruyó sobre el proceso creativo y llenó de consejos
“Me he sentido Gurb toda la vida”, señala sobre la desorientación del extraterrestre que protagoniza su novela, “en realidad, todos somos un poquito Gurb”

Eduardo Mendoza, durante la pregunta de una de las estudiantes, con el periodista Arturo Téllez, moderador de la charla, a la derecha. / Luisma Murias
Eduardo Mendoza escribe de pie, en un pupitre antiguo, sobre papel y con pluma estilográfica. A ratos sonriendo y a ratos “con una cara de perro tremenda”. No necesita silencio absoluto, pero tampoco puede escuchar música. A veces cambia hasta veinte veces los llamativos nombres de sus personajes, manda “al cementerio” dos de cada tres libros que empieza y a menudo, cuando llega el “descarrilamiento de la página veinte”, piensa que “todo esto es una birria”, que no vale para escribir y se quiere tirar por la ventana… Pero se lo toma con calma y reconduce. Ha aprendido que “para escribir hay que empezar escribiendo mal, porque hasta que uno no ha escrito mal no sabe lo que quería escribir”, o que en su oficio “el perfeccionismo frustra, es el malo de la película”. El novelista barcelonés, premio “Princesa de Asturias” de las Letras de este año, llevó de la mano a 1.824 escolares de 83 centros asturianos a ver por dentro el mecanismo de la escritura.
En la sala principal del Palacio de Congresos de Oviedo, el maestro Mendoza respondió diecisiete preguntas improvisando con humor y desenfado una clase llena de consejos y reflexiones sobre el oficio y la vida, sobre su obra y el mundo, tirando siempre del hilo de los trabajos que los asistentes, niños y adolescentes de doce a dieciséis años, hicieron en las aulas después de leer “Sin noticias de Gurb” con 35 años distancia.
El juego, en el décimo aniversario del proyecto educativo “Toma la palabra”, invitaba a los escolares a ponerse en la piel del extraterrestre que protagoniza la novela más excéntrica de Mendoza y a describir el mundo con ojos de extraño recién llegado. Pablo, alumno del colegio Santa María del Naranco de Oviedo, le preguntó si se siente Gurb en el mundo actual y el escritor asintió. “Me he sentido Gurb toda la vida”, respondió, desorientado como el alien que busca a su compañero por la Barcelona de los primeros noventa y se aficiona a los churros y a las tortillas de berenjenas. “En realidad, todos nos sentimos un poco Gurb. Siempre hay algún momento en el que pensamos ‘no sé muy bien qué estoy haciendo aquí’, o ‘a ver cuándo puedo volver a casa, porque estoy a punto de meter la pata’… Este sentimiento es una de las razones por las que cae bien, porque un poquito de Gurb somos todos”. A Mohamed, del IES Ramón Areces de Grado, le confesó que “nunca leo mis libros”, pero que si por ensalmo decidiera volver hoy a visitar a Gurb, tal vez lo haría “menos local, menos del momento”, porque la novela nació por entregas en las páginas de un periódico –“El País”– y muy pegada al retrato de la realidad de la ansiosa Barcelona preolímpica de las vísperas del 92. Eso hoy quizá no se entienda, “pero lo mejor es dejar las cosas como están”, concluyó.
Paula, del IES Río Piles de Gijón quiso saber “cómo describirían Gurb o su compañero al adolescente de 2025”. “Ay, Dios mío, no lo sé”, replicó Mendoza. “Lo vi pasar por Barcelona en el año mil novecientos nosequé y no me acuerdo. No he vuelto a saber nada más de él”. Sí confesó que ha recibido propuestas de una segunda parte o un spin-off que él no hará… “Es hora de que alguien retome este personaje, pero no seré yo. Ya estoy viejo”, concluyó el escritor, que lo construyó en los noventa “sin pensar en nada más que en lo que estaba escribiendo”, pero que al ver que su éxito ha llegado hasta este presente en el que mucho de lo que se cuenta allí ha perdido el sentido se dio cuenta de que aquel invento, aquel vistazo al mundo visto a través de la mirada atónita del extraterrestre era además de una historia “una propuesta, un método” para seguir recorriendo la realidad.
Los estudiantes decidieron los rumbos múltiples de una charla que moderó el periodista de Onda Cero Asturias Arturo Téllez y que devolvió al escritor al lugar donde escribe, donde disfruta y sufre como “picando piedra”, y que le pidió consejos. ¿Qué libro le recomendaría a un extraterrestre para entender lo que somos? “Para que se quedara, quizá el Quijote”, dijo Mendoza, “aunque para leerlo hay que llevar más tiempo en la Tierra”. De hecho, “no recomiendo a nadie de los presentes que lo lea todavía. Es el mejor libro que se ha escrito, pero hay que leerlo a partir de los 35 años”. Y si hoy aterrizase un extraterrestre, siguieron el juego desde el aula hospitalaria del HUCA, ¿qué querría que se llevase? “Jamón y un disco de Rosalía”, remató con sorna.
Los adolescentes llevaron al galardonado a sus primeras lecturas de niño, a Verne, Salgari y al enamoramiento de Sherlock Holmes y a “Crimen y castigo” con quince años, y Mendoza fue sembrando la charla de advertencias y recomendaciones. “Hay que leer de todo”, les dijo, “lo bueno y lo malo, y si se quiere escribir, más, porque leyendo lo malo se aprende lo que no hay que hacer”. Al consejo para empezar que le pidió Valeria, del colegio José Bernardo de Langreo, replicó que “se empieza siempre copiando a otros”, y a la inevitable reflexión sobre el humor a la que le incitó Alba, del colegio Meres de Siero, que “es una forma de enfrentarse a la realidad, pero no necesariamente para darse de puñetazos con ella. La realidad es muy complicada y el humor es una de las formas de filtrar sus elementos para entenderla de alguna manera, para no enfadarse y vivir siempre indignado como sucede ahora con la gente. El humor ayuda, no es el único ingrediente de esta sopa, pero es uno importante. La sal, por ejemplo”.
¿Y los nombres de los personajes de sus novelas? Son llamativos “porque sirven para definir al personaje, y para que el lector lo recuerde y sepa quién es. Cuando invento un personaje, lo primero que hago es pensar qué nombre le conviene, y lo puedo cambiar hasta veinte veces”. El nombre es más útil para él que la descripción física, y para caracterizar a un espía tan extravagante como los de "Tres enigmas para la Organización", por ejemplo, dice más Pocorrabo que Pedro o Juan. Pero eso no pasa siempre: ni el detective del “Misterio de la cripta embrujada” y sus secuelas ni el extraterrestre que busca a Gurb por Barcelona tienen nombre… Eso es porque en ellos “la suplantación es una constante y se van poniendo nombres distintos porque eso les ayuda en su adaptación”.
También volvió Mendoza este martes, guiado por sus alumnos efímeros e improvisados, a su pasado como periodista, disfrutando “en una revista musical de pop en la que lo hacía casi todo”, o al trabajo apasionante como traductor, que le hizo muy feliz, que durante mucho tiempo añoró con tristeza y que aquí viene con la semilla de otro consejo. “Para ser escritor es importante aprender bien una lengua extranjera. Aprender un idioma y aprenderlo bien, de verdad”, resaltó, no sólo para entenderse en la calle. Aprenderlo por dentro, en la plenitud del mecanismo interno, “no sólo saber conducir, sino saber cómo funciona un coche, aprender a desmontarlo y volverlo a montar”.
Para acabar sólo quedaba resumir todos estos consejos en uno. Quizá “no tener miedo” y sí "mucha paciencia", y “no ser perfeccionista, porque el perfeccionismo es el malo de la película y buscando la perfección siempre os sentiréis frustrados… Ah, y alejarse de la ventana cuando llegue la página veinte”.
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