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La otra crónica del día sobre los premios "Princesa": Byung-Chul nos dice que la gente últimamente está como el ganado

Un día tan intenso y locuaz con el filósofo que no hablaba en público solo lo compensa un relajante encuentro con la gracia de Mendoza

VÍDEO: La otra crónica del día sobre los premios "Princesa": Byung-Chul nos dice que la gente últimamente está como el ganado

Fundación Princesa de Asturias

Eduardo Lagar

Eduardo Lagar

Oviedo/Gijón

Byung-Chul Han es coreano por fuera, alemán por dentro y perro verde al salir de casa. En estos "Princesa", en cambio, el premio de Comunicación ha hecho un enorme esfuerzo por socializar. Por la tarde llenó el teatro Jovellanos con gente dispuesta a escucharlo y, por la mañana, ofreció la primera rueda de prensa de su vida. A sus 66 años salió del armario del silencio. Ahora que la gente nace solo para contarlo en Tik Tok, hemos de admitir que va tarde para estos tiempos. A esa edad, Adrián Barbón ya habría quemado tres redes sociales.

Pero Han va precisamente contra esta era de vacío digital y lleno consumista, así que el sacrificio del filósofo fue doble. Antes de abrir la boca, advirtió que era un tipo callado. "Me demoro en el silencio", precisó. Un poco después matizó: "No me gusta hablar. No ante el público. Pero hablo mucho en mi mismidad, yo y el vacío". Al final, metidos en faena, se soltó y resultó que suena como escribe: cada respuesta era un audiolibro, duraba justo lo que tardas en leer cualquiera de sus obras de cien páginas. Total que, a punto de caer el telón en el Jovellanos, ya por la tarde, parecía como abrumado por su nuevo yo: "Hablo mucho, lo acabo de comprobar, pero no me gusta".

Hay que ser comprensivos con Han, que son muchos años sufriendo en silencio las hemorroides de este sistema que nos obliga a autoexplotarnos. Se le perdona porque todo lo que ha escrito abre bastante los ojos a los manejos invisibles del algoritmo y otros fenómenos contemporáneos. Y se le agradece que nos haya cantado en directo los grandes éxitos de su pensamiento. Nos dijo, por ejemplo, que un problema grande es que la gente está ya "como el ganado". Lo que es una verdad como un templo, independientemente de que en Asturias eso ya se oía en cualquier chigre. Nos contó también que en su próximo libro va a contarnos cómo estamos destruyendo la democracia a fuerza de perdernos el respeto, de trolearnos a saco. Avisó de que la democracia liberal se va al carajo a poco tardar por haber disuelto el sentido de comunidad, por dejarnos abiertos los grifos del miedo y andar ahora tirando de analgésicos de populismo. También detalló cómo la digitalización está operando una reprogramación masiva del ser humano y dijo una cosa muy interesante: que al pensamiento y la felicidad se llega a través de las manos. Por eso él, en esa casa suya con jardín en Berlín donde cultiva muchas hortensias, tiene dos pianos buenos y toca para dar con la verdadera tecla de la vida. Ahí derrapó otro poco. Como tierno debutante en la farándula mediática y acaso por expresarse en alemán –un idioma con muchas tuercas y tornillos– no le salió bien la broma. Que consistía en decir que al llegar la Reconquista se había puesto a tocar dos pianos que encontró y que había sido un horror de los malos que eran. Que había que cambiarlos. Que avisaran al director.

El día con Byung-Chul, la estrella del día, resultó de mucho pensar en alemán traducido. Aparte, fue un martes bochornoso a ratos, monzónico. Por eso las neuronas agradecieron un encuentro-spa con Eduardo Mendoza, premio de las Letras, que insiste en que él es un señor serio, sin gracia ninguna. Pero lo dice y, sin saber por qué, la cosa te hace mucha gracia. En efecto, llega seriamente vestido como notario liberado en domingo. Pero solo de tobillo para arriba. De tobillo para abajo camina sobre unas Nike flotantes, preparado, listo y ya para una disparatada persecución de sus novelas. Eso debe ser el sentido del humor: un colchón de aire para moverse por el mundo.

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