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Byung-Chul Han asegura que su labor intelectual busca "desadormecer" a la sociedad porque "algo no va bien"

El autor de 'La sociedad del cansancio' defiende que la supuesta libertad individual que propone el neoliberalismo "no es más que una ilusión"

VÍDEO: Así fue el discurso de Byung-Chul Han, premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades 2025

Fundación Princesa de Asturias

EP

El filósofo y ensayista surcoreano Byung-Chul Han ha asegurado este viernes, al recibir el Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades 2025, que su labor intelectual ha consistido en "desadormecer" a la sociedad con sus textos de crítica social. "Mis escritos son una denuncia, en ocasiones muy enérgica, contra la sociedad actual", ha afirmado, al considerar que "algo no va bien".

Byung-Chul Han, que ha sido el segundo de los galardonados en intervenir en el Teatro Campoamor, ha recordado la figura de Sócrates para iniciar su discurso, comparando al filósofo con un "tábano que pica y estimula" a la sociedad. "Yo soy filósofo. Como tal, he interiorizado esta definición socrática de la filosofía. También mis textos de crítica social han causado irritación, sembrando nerviosismo e inseguridad, pero al mismo tiempo han desadormecido a muchas personas".

El autor de 'La sociedad del cansancio' ha defendido que la supuesta libertad individual que propone el neoliberalismo "no es más que una ilusión". "Aunque hoy creamos ser más libres que nunca, la realidad es que vivimos en un régimen despótico neoliberal que explota la libertad", ha afirmado, advirtiendo que la autoexplotación moderna es "más eficaz que la dominación externa porque genera una falsa sensación de libertad".

En su discurso, ha alertado de los riesgos de la digitalización y la inteligencia artificial, que, a su juicio, amenazan con convertir al ser humano en "esclavo de su propia creación". "Es el teléfono inteligente el que nos utiliza a nosotros, y no al revés. No es que el smartphone sea nuestro producto, sino que nosotros somos productos suyos", ha dicho, tras confensar: "No es que esté en contra de los smartphones ni de la digitalización. Tampoco soy un pesimista cultural". Sobre las redes sociales ha subrayado que "no nos socializan, sino que nos aíslan, nos vuelven agresivos y nos roban la empatía".

Por ello, ha subrayado que "la tarea acuciante de la política sería controlar y regular el desarrollo tecnológico de manera soberana, en lugar de simplemente seguirle el paso", evitando que "la tecnología sin control político, la técnica sin ética, puede adoptar una forma monstruosa y esclavizar a las personas".

El pensador también ha lamentado la "creciente pérdida de respeto" en las democracias actuales. "En cuanto alguien tiene una opinión diferente, lo declaramos enemigo", ha afirmado. Para Byung-Chul Han, "la democracia se fundamenta en lo que en francés se llama 'moeurs', es decir, la moral y las virtudes de los ciudadanos, como son el civismo, la responsabilidad, la confianza, la amistad y el respeto". En este sentido, ha señalado que "no hay lazo social más fuerte que el respeto. Sin 'moeurs', la democracia se vacía de contenido y se reduce a mero aparato".

Byung-Chul Han ha alertado de que los parlamentos "se han convertido en escenarios de autopromoción de los políticos", mientras el neoliberalismo "ha generado una gran cantidad de perdedores" y ha ensanchado la brecha entre ricos y pobres. "El miedo a hundirse socialmente afecta ya a la clase media", ha señalado, advirtiendo de que estos temores "empujan a muchos ciudadanos hacia los brazos de autócratas y populistas".

El galardonado ha remarcado que la sociedad contemporánea, pese a su aparente libertad y sus infinitas opciones, vive "en un vacío existencial". "En realidad, no somos libres, sino que, más bien, nos arrastramos de una adicción a otra, de una dependencia a otra. Nos invade una sensación de vacío. El legado del liberalismo ha sido el vacío. Ya no tenemos valores ni ideales con que llenarlo", ha lamentado. "Algo no va bien en nuestra sociedad", ha sentenciado.

Byung-Chul Han ha finalizado su intervención diciendo "mis escritos son una denuncia, en ocasiones muy enérgica, contra la sociedad actual. No son pocas las personas a las que mi crítica cultural ha irritado, como aquel tábano socrático que picaba y estimulaba al caballo pasivo" --haciendo referencia a su parte inicial del discurso--, para a continuar diciendo "es que, si no hay irritaciones, lo único que sucede es que siempre se repite lo mismo, y eso imposibilita el futuro".

"Es cierto que he irritado a la gente. Pero, afortunadamente, no me han condenado a muerte, sino que hoy soy honrado con la concesión de este bellísimo premio. Se lo agradezco de todo corazón", ha concluido.

BYUNG-CHUL HAN

Byung-Chul Han (Seúl, República de Corea, 1959) estudió Literatura Alemana y Teología en la Universidad de Múnich, y Filosofía en la Universidad de Friburgo, donde se doctoró en 1994 con una tesis sobre Martin Heidegger. Ha sido docente en la Universidad de Basilea (Suiza, 2000-2012) y profesor de Filosofía y Estudios Culturales en la Universidad de Bellas Artes de Berlín, después de haber ejercido en la Escuela Superior de Diseño de Karlsruhe, al lado de Peter Sloterdijk.

Considerado uno de los filósofos contemporáneos más destacados, Byung-Chul Han ha dedicado sus reflexiones, sobre todo, a la que él denomina la "sociedad del cansancio" (Müdigkeitsgesellschaft) y a la "sociedad de la transparencia" (Transparenzgesellschaft), así como al concepto de Shanzhai, un neologismo con el que identifica los modos de la deconstrucción en las prácticas contemporáneas del capitalismo chino.

INTERVENCIÓN DEL EXCMO. SR. Byung-Chul Han

Majestad, alteza real, excelencias, distinguidas damas y caballeros:

Es para mí un gran honor y, al mismo tiempo, una gran alegría recibir esta alta distinción en esta ciudad tan llena de tradición como es Oviedo.

Byung-Chul Han

Premio Princesa de Asturias de Comunicación y HumanidadesEn el célebre diálogo Apología de Platón, en el que Sócrates se defiende ante su sentencia de muerte, él habla del destino del filósofo. El papel del filósofo consiste en despertar, criticar, incomodar y exhortar a los atenienses, del mismo modo que un tábano aguijonea y estimula a un noble pero perezoso caballo, con el que Sócrates compara a Atenas.

Yo soy filósofo. Y como tal, he interiorizado esa misión socrática de la filosofía. También mis escritos de crítica social han causado mucha irritación, han desconcertado a las personas y, al mismo tiempo, las han hecho reflexionar. Ya con mi ensayo La sociedad del cansancio intenté hacer honor a esa vocación del filósofo: advertir y despertar a la sociedad.

Resultó provocadora mi tesis de que la libertad individual sin límites, que el neoliberalismo nos sugiere, es una ilusión. Pensamos hoy que somos más libres que nunca, pero en realidad vivimos en un régimen neoliberal de dominación que explota precisamente la libertad.

Ya no vivimos en una sociedad disciplinaria gobernada por la prohibición y la orden, sino en una sociedad del rendimiento, supuestamente libre, definida por el “poder hacer”. Pero ese poder ilimitado solo produce al principio una sensación de libertad; pronto genera más coacción que el “debes”. Nos creemos libres, pero en realidad nos autoexplotamos con pasión y voluntariamente, hasta colapsar. Ese colapso se llama burnout.

Nos parecemos a aquel siervo que arrebata el látigo a su amo y se azota a sí mismo para sentirse libre. Esa es la ilusión de la libertad. La autoexplotación es mucho más eficiente que la explotación por otros, porque va acompañada del sentimiento de libertad.

También he advertido muchas veces sobre los peligros de la digitalización. No estoy en absoluto en contra del smartphone ni de la digitalización. Tampoco soy un pesimista cultural. El smartphone puede ser una herramienta muy útil. No habría ningún problema si lo usáramos como tal. Pero, en realidad, nosotros nos hemos convertido en la herramienta del smartphone.

El smartphone nos utiliza a nosotros, y no al revés. No es nuestro producto; somos nosotros su producto. El ser humano se convierte a menudo en esclavo de sus propias creaciones. Las redes sociales podrían haber sido un medio de amor y amistad, pero en ellas dominan el odio, las noticias falsas y la agresión. No nos hacen más sociales, sino más solitarios, agresivos y carentes de empatía.

Tampoco estoy en contra de la inteligencia artificial. Puede ser muy útil si se utiliza con fines buenos y humanos. Pero también en relación con la inteligencia artificial existe el peligro agudo de que el ser humano vuelva a ser esclavo de su propia creación. Puede emplearse para dirigir, controlar y manipular a las personas.

Por eso, la tarea urgente de la política hoy sería controlar y guiar soberanamente el desarrollo tecnológico, en lugar de correr detrás de él. La tecnología sin dirección política, la tecnología sin ética, puede adquirir una forma monstruosa y volver a esclavizar al ser humano.

En los últimos tiempos he reflexionado mucho sobre la pérdida creciente del respeto en nuestra sociedad. Cuando alguien sostiene hoy una opinión diferente, enseguida lo declaramos enemigo. Ya no es posible el discurso, sobre el que se fundamenta la democracia.

Alexis de Tocqueville, que escribió un célebre libro sobre la democracia en Estados Unidos, sabía que la democracia necesita más que procedimientos formales como elecciones e instituciones. Lo que sostiene la democracia son las moeurs, las costumbres y virtudes de los ciudadanos, como el sentido común, la responsabilidad, la confianza, la amistad y el respeto.

Sobre todo, el respeto es un lazo social. Sin esas moeurs, la democracia se vacía y se convierte en un mero aparato. Incluso las elecciones, sin esas costumbres y virtudes, degeneran en un ritual vacío. La política se reduce entonces a luchas de poder. Los parlamentos se convierten en escenarios de autoescenificación de los políticos.

El neoliberalismo, además, ha generado una gran cantidad de perdedores. La brecha entre ricos y pobres se ensancha cada vez más. El miedo al descenso social ya ha alcanzado a la clase media. Son precisamente esos miedos los que empujan a las personas hacia los brazos de autócratas y populistas.

Hoy creemos vivir en una sociedad más libre que nunca. Las opciones son ilimitadas en todos los ámbitos de la vida, incluso en el amor, gracias a las aplicaciones de citas. Todo está disponible de inmediato. El mundo se asemeja a un enorme centro comercial donde todo puede consumirse. El scroll infinito promete información sin límites. Las redes sociales hacen posible una comunicación sin fronteras.

Gracias a la digitalización, estamos conectados, pero sin relación ni vínculo. Lo social se erosiona. Perdemos toda empatía, toda atención hacia el otro. El frenesí de autenticidad y creatividad sugiere una creciente libertad individual.

Y, sin embargo, sentimos de forma difusa que en realidad no somos libres, que más bien deambulamos de una adicción a otra, de una dependencia a otra. Nos invade un sentimiento de vacío. El liberalismo ha dejado un vacío detrás de sí. Ya no tenemos valores ni ideales con los que llenarlo.

Algo no va bien en nuestra sociedad. Mis escritos expresan, en parte, una queja profunda contra la sociedad contemporánea. Mi crítica cultural ha incomodado a muchos, como aquel tábano socrático que pica y estimula al caballo perezoso. Sin irritación, todo sigue igual, y así la posibilidad del futuro se vuelve imposible.

Aunque he incomodado a las personas, afortunadamente no he sido condenado a muerte, sino que hoy recibo un hermoso premio. Por ello, les doy las gracias de todo corazón.

Muchas gracias.

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