La otra crónica del día sobre los premios "Princesa": su alteza serenísima celebra la vida
La temperatura emocional de los Premios sube con la llegada de la Familia Real, y con Serena Williams hubo ratos de ni frío ni calor

Serena Williams. / Muel de Dios

Cómo enfrió ayer, de repente, con la borrasca "Benjamín". Qué cambiazo. Suele pasar. El jueves, cuando llega la Familia Real –y con ella el fervorín de la "corte de alzada", que decía Juan Cueto–, cambia siempre el clima en los premios "Princesa". Un huracán de secadores de peluquería, a todo trapo enfocados hacia la alfombra azul, extiende por Oviedo un chorro de policías. Los borbocops de la Zarzuela toman las riendas de la seguridad de una programación que tan suavemente había sido pastoreada por los sanjurjers de la Fundación Princesa, esa nube envolvente de minions protocolizados que es para llevarlos a casa. Pasamos de las sosegadas charlas con los premiados a las vallas florecidas con banderas de España y vivan los Reyes, la Princesa y su hermana la alta. De la razón a la emoción, que suele dar más sofocos.
Subió este jueves la temperatura emocional de los Premios por los nervios de la entrega inminente en el Campoamor y la preboda en el Auditorio, con el concierto. Pero la temperatura ambiente realmente no era para echarse a la calle como salió Serena Williams a la puerta del Reconquista, con ese fabuloso diseño de casi 2.000 euros de Magda Butrym que pedía una rebequina, muyer. De paso nos hubiéramos ahorrado el debate anatómico que inmediatamente corrió por las redes.
No se puede negar la evidencia. Hay que ver en directo a la alteza serenísima de los deportes. Da pasmo su poderío físico. Parece el prototipo de lo que Indra fabricará en serie en El Tallerón, un tanque de esos que serán el nuevo plato típico de Asturias, con los que Europa va a asustar a Putin. Visto lo que ayer vimos, no era mala idea enviarla a ella con una raqueta. Porque Serena es al tiempo la potencia de Mike Tyson y la belleza de Beyoncé. Bella y bestia son, dice la canción. Cuando se puso a bailar con los gaiteros que animaban la exposición de la premiada ante los periodistas y curiosos que llenaban la calle, lo cierto es que fue para dar gracias a Dios por haber creado a los afroamericanos, bro.

Serena Williams baila con los gaiteros a las puertas del Reconquista. / Miki López
Habló después Serena con los periodistas y explicó cosas que sabe del tenis y de la vida. De cómo le gusta contarles a sus dos nenas la historia de los países que visitan y cómo le gusta comer. Es decir –y ahora va un chiste de Matías Prats–, que Serena tiene buen saque. También explicó cómo su padre, Richard, les enseñó a ella y a su hermana Venus, dos niñas pobres adentrándose en un deporte de pijos, a ser disciplinadas, "a poner el corazón en lo que hago y a dar la cara todos los días". Dos principios que bastan para sostener una buena vida. Pero sobre los que también caben excepciones. Cuando se le preguntó si se sentía cómoda en la América de Trump, Serena parpadeó como si se le hubiera metido una arenilla en el ojo. "Es una pregunta que, definitivamente, no voy a responder. Siento que estoy agradecida por estar viva en este mundo. Y, realmente, no me involucro en ese tipo de cosas, creo que eso es todo". Caben muchos análisis semánticos aquí. Pero, con toda probabilidad, esto fue como cuando a Rajoy le hicieron dos preguntas en una rueda de prensa. Respondió la primera y, como en la siguiente había que mojarse, nos regaló aquello de "la segunda ya tal".
Ya ven que el tiempo se había puesto tibio a esas alturas del día. Solo dos horas antes todo estaba mucho más claro. Mary-Claire King, premio de Investigación Científica y Técnica, fue a reunirse con los alumnos de Medicina. Les dijo que en su país, el de Donald Trump, la ciencia está pasando por una "horrible crisis" con "efectos devastadores". La genetista ayudó a las abuelas argentinas de la Plaza de Mayo a identificar a sus nietos desaparecidos. Por ello conoce de primera mano las consecuencias de las dictaduras. Ante una generación que, de momento, solo conoce la dictadura de los teléfonos móviles, subrayó que en los sistemas autoritarios no tiene cabida la ciencia. Porque hacer ciencia requiere "pensar fuera de la caja", la expresión inglesa que alude a la creatividad. Y en las dictaduras, añadió, ni siquiera hay caja que valga. Match point.
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