Música para el encuentro con un nuevo mundo: así fue el concierto que presidió la Familia Real en Oviedo
Los Reyes y sus hijas llegan a Asturias entre aplausos para presidir el Concierto de los Premios en el Auditorio de Oviedo

VÍDEO: AMOR DÍNGUEZ / FOTO: IRMA COLLÍN

Antonín Dvorák compuso su "Te Deum" en 1892, recién llegado a Nueva York. Completó la partitura en una semana y la dedicó a la memoria de Cristobal Colón. La obra era un encargo del Conservatorio Nacional de Música de América, que Dvorák aspiraba a dirigir y que, de hecho, acabó dirigiendo, y consideró oportuno que fuera una celebración del cuarto centenario del descubrimiento de América. Con esa acción de gracias por el encuentro con un nuevo mundo concluyó ayer el Concierto de los premios "Princesa de Asturias", presidido por los Reyes y sus hijas en el Auditorio Príncipe Felipe de Oviedo.
En una edición de los Premios, la número 33, con la mayoría de galardonados llegados desde el otro lado del Atlántico y la categoría de la Concordia para el Museo Nacional de Antropología de México, que custodia el legado de los pueblos precolombinos, la elegida para cerrar el concierto de la víspera de la ceremonia del Campoamor fue una música que exalta la hoy cuestionada epopeya española en América.
A Dvorák se le reservó la segunda parte del programa. "Brahms y Dvorák. Grandes maestros del siglo XIX", el título con el que se presentaba el concierto, comenzó pasadas las siete de la tarde. Los Reyes, la Princesa Leonor y la infanta Sofía entraron en la sala principal del Auditorio entre aplausos, ocuparon su sitio en el palco presidencial, al frente de las autoridades locales, regionales y la representación del Estado –el alcalde de Oviedo, Alfredo Canteli; el presidente del Principado, Adrián Barbón, y la delegada del Gobierno, Adriana Lastra– y con los premiados tras ellos, todos salvo la tenista Serena Williams, que a esa hora tenía programado un encuentro con público en el Palacio de Congresos de Oviedo.

Llegada de los invitados al concierto de los premios "Princesa de Asturias" /
La orquesta Oviedo Filarmonía ya estaba sobre el escenario y atacó el himno nacional. El público se puso en pie y, al acabar, empezó el concierto, con Lucas Macías, el titular de la sinfónica ovetense, al frente.
Oviedo Filarmonía y el Coro de la Fundación Princesa de Asturias se pusieron a las ordenes de Macías y la soprano Juliane Banse y el bajo-barítono Marko Mimica intervinieron en la pieza final, para hacerse cargo de los pasajes líricos y solemnes de esa composición épica.
Antes de llegar ahí hubo que atravesar el romanticismo más amargo de Brahms, al que estuvo dedicada la primera parte de la velada. El concierto empezó con la "Obertura trágica en Re menor, Op.81" y siguió por "La canción del destino", una obra, esta última, que el compositor escribió cuando tenía 38 años y tras varias tragedias personales, inspirada por un poema de Holderlin, "Hyperion", en el que los dioses festejan y ríen mientras los mortales lloran sus desgracias.
La obra de Brahms con la que comenzó el concierto, la "Obertura trágica", hace honor a su título: una música tan triste como bella, que debía de servir de obertura de una versión sinfónica del "Fausto" de Goethe y que el compositor escribió con la muerte reciente del hijo menor de la familia Schumann, a la que le unía una estrecha amistad, muy presente.
Al acabar la ejecución de esa primera entrega del programa, tras el saludo de sus músicos al público, Oviedo Filarmonía acometió "La canción del destino", incorporando a la interpretación las voces del Coro de la Fundación.
La segunda parte del concierto estuvo dedicada íntegramente a Dvorák. Antes de empezar el titular de la orquesta, Lucas Macías, se retiró unos segundos y, al reaparecer en escena, la emprendió con las "Danzas eslavas, Op. 46, n.º 7", con una melodía enérgica, juguetona y chispeante. Una pieza breve, apenas tres minutos, y de nuevo Macías sale del campo de visión y regresa, esta vez seguido de los dos cantantes invitados, la soprano alemana Juliane Banse y el bajo-barítono croata Marko Mimica. Uno y otro pusieron el contrapunto a una obra de sonoridad rotunda, ella más evocadora, él en un tono más ceremonioso.
Esa fue la conclusión de un concierto emocionante y emotivo en lo musical, que mereció dos tandas de aplausos del público, la segunda con la orquesta, el coro y los cantantes puestos en pie sobre el escenario.
El "Asturias, patria querida" puso al público en pie para despedir el programa
La velada musical aún no había finalizado. Antes de despejar la sala principal del Auditorio tendría que sonar el himno de Asturias, el "Asturias, patria querida". De nuevo, la gente en pie, entonando en voz baja su letra, también la Familia Real, vocalizando todos, los Reyes, la Princesa y la infanta, serios y solemnes.
Antes de que los monarcas y sus hijas abandonaran la sala se dejó oír algún bravo dedicado a ellos.
Luego, en las escaleras y el vestíbulo del Auditorio comenzó la espera. La Familia se entretuvo un rato saludando y conversando con los músicos y tardó en aparecer en el pasillo que recorre la planta baja del edificio.
Durante la espera los invitados al concierto fueron tomando posiciones, las cámaras de los móviles listas para disparar. Un saludo y una foto era la aspiración de la inmensa mayoría. Entre la multitud, idas y venidas, la consejera de Cultura, Vanessa Gutiérrez, abriéndose paso hacia la salida, el director de cine Alejandro González Iñárritu saliendo y volviendo entrar. Hasta que apareció el Rey, sonriendo y saludando amigablemente. El presidente del Principado, que avanzaba a su lado, hizo de asistente fotográfico, tomándole fotos con la gente cuando alguien se lo pedía.
Era digno de ver la agilidad con la que muchos de los invitados, impecablemente trajeados, se encaramaron a los ventanales del Auditorio para, desde esa altura, sacarse un buen selfi.
Unos pasos más atrás iban la Princesa de Asturias y su hermana Sofía, estrechando manos con brío, amables y amigables, pero sin demorarse mucho. Tanto es así que en unos segundos dieron alcance a su padre y en el tramo final de su recorrido acabaron todos juntos correspondiendo a los gestos de respeto y cariño.
La Reina Letizia tardó en asomar por el vestíbulo. Se demoró conversando con unos y con otros, sin prisa, rastreando caras conocidas entre el gentío para repartir abrazos, muy expresiva, gesticulando, posando sin reparos. Quedó rezagada, se diría que disfrutando del reencuentro con sus antiguos vecinos, y fue la última de la Familia en abandonar el Auditorio, cuando su marido y sus hijas ya hacía tiempo que habían salido y la esperaban fuera.
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