La otra crónica del día sobre los premios "Princesa": Las dos hijas de una equis y un boomer

Así fue la ceremonia de los premios "Princesa de Asturias" 2025 en el teatro Campoamor de Oviedo / IRMA COLLÍN

Mientras dura la entrega de los premios "Princesa", la voz crítica de la razón se activa como un traductor simultáneo. A la oreja va susurrando en plata lo que no dicen los discursos oficiales. Pica la razón como el tábano al caballo adormilado, tal y como ayer dijo el filósofo Han, que citó a Sócrates para definir su misión urticante de pensador. Esa vocecilla ilustrada va argumentando al oído que, si lo piensas como un algoritmo, la monarquía no tiene sentido ninguno. Que es absolutamente imposible imaginar que un día, allá cuando era el pasado primero, lloviera la gracia de Dios sobre un único integrante de la tribu, mandando a sus descendientes gobernar de generación en generación y todos siempre coronados. Eso dice el intérprete metido en los auriculares del pensamiento. Pero luego sale Leonor de Borbón al estrado del teatro Campoamor y se te olvida declarar la III República.
Tiene la alférez Borbón un no sé qué de inseguro en la respiración. Se percibe el peso de la mochila sucesoria que le ha tocado en la lotería genética. Quizá por eso la abuela materna, en el patio de butacas –lo mostró la cámara en la Tipiei–, recurrió a frotar la Cruz de la Victoria que llevaba colgada al cuello, encomendando a la nieta cuando la Princesa subió al atril. "Con este signo vencerás", dicen que logra esa cruz.
Tiene la soldado, piloto y marinera Leonor ese temblor de la edad tierna, pero también se escucha en ella el pulso de una voluntad entrenada a conciencia para no defraudar, para estar a la altura. Recuerden que su madre es una caña de bambú, y no por la figura; porque podrá doblar pero nunca rompe. Todo se hereda, no solo la corona. Ahora que está en el ciclo bélico de su vida, es posible que la Princesa de Asturias haya interiorizado el final de "Salvar al soldado Ryan", cuando un moribundo Tom Hanks le decía al salvado Matt Damon: "Hágase digno de esto, gáneselo".
Leonor de Borbón se presentó ayer como una mocina más de la generación zeta, como la hija de una equis y de un boomer, las generaciones de papá y mamá. Leyó un discurso donde –es un suponer– asomaba por algún rincón la mano de la intensa lectora Ortiz. Por algunas reflexiones muy tiradas hacia lo alto sobre la recomendación de trascendencia, introspección, lectura profunda y búsqueda de "un tiempo habitable" para la gente de su edad. Esa gente, como dice Han, que está apantallada. Como todos en general, también los boomers y equis.
Pero, sea como sea, Leonor tiene la extraña capacidad de hacer suyo el texto con tesón y cuando aludió a los estudios migratorios de Douglas Massey –premio de Ciencias Sociales– casi daban ganas de aplaudir. Porque dijo que el sociólogo estadounidense "ha roto las narrativas simplistas y ha formulado políticas migratorias basadas en datos y no en desinformación". Lo que sonó igual que ver a una chavalina de 19 años que aspira a ser parte sustancial de la España del futuro diciéndoles a esos señoros patriotas que ya les vale con las cacerías de menas. Que hay que respetar a quienes piensan y son diferentes, "que hay que salir de la trinchera y sacudirnos el miedo".
Pero, más allá de las palabras, hay en las intervenciones de Leonor otro discurso sin palabras que convierte a la Familia Real en una familia real. Una tensión narrativa que corre a cuatro bandas y comprende cualquiera, sea monárquico o republicano: una tierna conexión entre un padre y una hija que parecen adorarse, una madre entrenadora que sigue la gran pirueta anual de su prometedora gimnasta olímpica y una hermana sin dolencia coronaria que sigue todo con más sosiego, desde la barrera dinástica pero siempre al otro lado del teléfono. Ayer –y esto fue lo mejor de todo– Leonor le dijo en clave que si ella llega un día a ser su serena majestad será porque, como la tenista Serena Williams, contó siempre a su lado con su propia hermana Venus.
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