La otra crónica del día sobre los premios "Princesa": Esta semana hablamos de lo que necesitamos
Se cierran los Premios y, con ellos, se cierran unos días de debate en los que asomaron los dos síntomas más preocupantes de la muerte del mundo de ayer: el amanecer de la automatización y el del autoritarismo

Graciela Iturbide, premio de las Artes, con su cámara, retratada por Muel de Dios. | MUEL DE DIOS

Los premios "Princesa" pueden leerse –ahora voy a plagiar a Stendhal– como un espejo a lo largo del camino de nuestro tiempo. Nacieron, y siguen existiendo, con un objetivo fundamental: identificar a la Monarquía española con personalidades ejemplares del ámbito internacional. Para los que busquen palabro: se llama hacer "crownwashing". Sin embargo, los Premios se extienden más allá del alfombrado azul y la Vetusta frufrú. Como derivado de muy alta calidad –especialmente desde que Teresa Sanjurjo tomó el volante–, generan durante unos días un debate público sobre asuntos casi siempre medulares. Por lo que se escuchó esta semana, tiene razón Sanjurjo cuando dice que en los Premios "se habla de lo que necesitamos".
En 2008 se premió a los creadores de Google y aquello fue una orgía de tecno-optimismo. En 2022, a los padres de la Inteligencia Artificial. Misma fiesta. Pasaron por aquí orgullosísimos del invento, prometiéndonos un mundo feliz. Iban como Oppenheimer fumando en pipa por Los Álamos, antes de salir a coger setas atómicas sobre Japón y percatarse de la que había liado el pollito destructor de mundos. A la coronación de los padres de la IA no vino el premiado Geoffrey Hinton, que anda todo el día con los pelos de punta a causa de la automatización global y es padre de la IA igual que ha sido padre Bertín Osborne, a regañadientes y porque lo manda la prueba de paternidad.
En tecnología, éste ha sido el año del despertar. Vino por aquí el filósofo Byung-Chul Han, que es raruno, pero tiene razón en lo que dice: que la digitalización está acabando con lo mejor del ser humano y los móviles están hackeando nuestro sistema operativo biológico.
No al automatismo. Y tampoco al autoritarismo. La genetista Mary-Claire King y el sociólogo Douglas Massey, ambos estadounidenses, hablaron valientemente contra el aspirante a rey de su país, que caza inmigrantes y científicos como el diablo mata moscas con el rabo. También Graciela Iturbide, la fotógrafa mexicana que se llevó el galardón de las Artes y que había enfocado sus intervenciones a pormenorizar los mecanismos de su creatividad, terminó su discurso en el Campoamor criticando a "algunos hombres poderosos" que pretenden "limitar el libre tránsito entre los países y coartar la libertad de pensar y de crear". Ni siquiera el escritor Eduardo Mendoza, premio de las Letras, nacido para proveernos de felicidad y risas, pudo evitar alertarnos seriamente de que el largo periodo de "relativa paz, estabilidad y bienestar" que disfrutó en su vida quizá esté tocando a su fin. También Mario Draghi, premio de Cooperación Internacional, llegó con una propuesta de calado sobre otro de nuestros problemas de fondo y de forma: hay que cambiar ya la correa de transmisión al coche de la UE o se va al desguace.
A Serena Williams no la metemos en el capítulo de asuntos sobre la muerte del mundo de ayer porque eludió hablar acerca de Trump. Eso sí, lució un enorme ejemplo personal. Es decir: el poderío de la constancia, el hambre de victoria y la humildad tras ella.
Defraudó un poco todo lo que dijo el director del Museo de Antropología de México, Antonio Saborit, que resultó "desaborit" porque estábamos esperando a abordar con él, para curar, toda esa herida de Cortés y la Noche Triste, Tenochtitlán y esas cosillas de la conquista. Pero el asunto se nos quedó en un debate sobre salas de museo, número de visitantes y así. Que para una tesis sobre antropología bien, pero para alimentar un periódico pues ¡meh!
No obstante, los tiempos hablan por sí mismos. Quiso la casualidad que el lunes Saborit llegara tarde a Oviedo y hubiera que posponer un acto suyo en el campus del Milán. Así, en vez de una charla de los "Princesa", allí hubo un choque dialéctico entre estudiantes y gentes de ese partido verde que no es de izquierda ni de derechas, que es de gente como hay que ser, normal. Los estudiantes querían echar a los "fascistas" de la Uni y los normales repartían en un tenderete unos panfletos a modo de "fachómetro", con casillas para rellenar y saber en cuántas cosas estabas de acuerdo con ellos. Lleva el papel una semana sobre mi mesa. Quema como un Predictor en la mochila de una adolescente. ¿Y si me sale positivo?
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