Una vez un joven llamado Rubén hizo un viaje, pero no un viaje cualquiera. Empecemos por el principio, Rubén estaban sus ALOH viendo una película con sus padres, Clara y Enrique y la película iba sobre las galaxias, el universo y otras cosas, en fin sobre la astronomía. Entonces Rubén empezó a tener claro su sueño, ir a la … Que no, que no es la Luna, Rubén quería ir a urano. Cuando cumpliera 20 años, intentaría llegar allí. El tenía 8, así que le tocaba esperar, pero uno de los dones de Rubén era la paciencia. Él no celebró el 18 de julio, su cumpleaños como el día normal, él quería viajar a urano como ya comenté anteriormente, pues decidió marcharse de su pueblo, un pequeño pueblo en Texas y se marchó a la academia astronómica. Después de muchos años, concretamente diez más tarde, él era el que se dedicaba a diseñar los cohetes de un centro espacial más pequeño que la Nasa. Uno de ellos se lo trabajó mucho, pues estaba hecho de placas de titanio, las ventanas estaban hechas de cristal fundido con cubierta de acero y el propulsor de un material ignífugo para que no se convirtiera en cenizas. Le había salido perfectamente, y un día le llegó la noticia de que subiría a esa nave llamada, Clarique, en honor a sus padres, los cuales le habían estado animando y dando ánimos de que si perseguía su sueño lo lograría conseguir. Y aquel día Rubén sentía la mayor ilusión que había sentido nunca, y obviamente le dijo que sí al General que le había ofrecido viajar en su propia nave.

Cuando llegó el día Rubén se subió a la nave con una sonrisa en la cara y con su traje de astronauta. Mientras viajaba años luz, contemplaba el espacio exterior y vio una cosa que le impactó o al llegar a urano, el cadáver de la perla Laika que había estado flotando el espacio. Tardó cinco años en llegar y ya había cumplido cuarenta años.

Trabajó veinte años en encontrar la cura para la pobre perra y tras varias horas de darle la medicina la perra abrió los ojos y lamió a Ruben. Rubén aprendió que si no se hubiera esforzado tanto, nunca habría llegado al éxito.

Esta historia se la dedico a mis padres, que desde que nací me han estado apoyando; y a mi mascota, que aunque no sea un perro le quiero mucho.