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El gol que lo cambió todo

Un preciso cabezazo de Carlos en el descuento del partido de ida de la promoción de 1988 encarriló el último ascenso del Oviedo a Primera

El gol que lo cambió todo

El 29 de mayo de 1988, el antiguo Carlos Tartiere hizo honor al apodo de "pequeña Bombonera" con que sería conocido en los siguientes años, cuando el Oviedo hizo de su campo un fortín. La Primera era un recuerdo lejano después de doce temporadas en Segunda y Segunda B. Así que la afición se volcó para apoyar al equipo en el partido de ida de la promoción de ascenso. El Mallorca era el favorito, pero en el ambiente se palpaba algo grande. Se materializó en el descuento, con un 1-1 que ponía la vuelta de color granate, cuando Carlos aprovechó una mala salida del portero mallorquín para marcar un gol que cambiaría la historia del Oviedo. Y la de Carlos.

Fue como un guiño del destino porque diez meses antes Carlos Muñoz Cobo (Úbeda, 25-8-61) no quería venir al Oviedo ni a tiros. En el verano del 88, el Barcelona le impuso la cuarta cesión consecutiva, tras las del Elche, Hércules y Murcia. "Mi llegada fue un poco surrealista porque yo quería ir cedido a Osasuna, que estaba en Primera. Pero en el Barça me dijeron que tenía que ir para Oviedo. Entonces los jugadores estábamos indefensos".

Ahí no acabó la cosa: "Ya en Oviedo, cuando llegué por la noche al hotel, tenía un aviso del Barcelona para fichar por el Valencia. Pero era tarde porque había una persona muy lista en el Oviedo que no me había dejado salir de la oficina del club sin firmar el contrato: Enrique Casas". Carlos reconoce que, pensando en lo que suponía llegar a un club como el Valencia "no pude pegar ojo en toda la noche". Con la perspectiva que da el tiempo se atreve a afirmar: "Yo en Oviedo caí de pie".

Tanto que, desde su llegada, el ambiente futbolístico en Oviedo pasó del cero al infinito. El equipo se había librado del descenso a Segunda B por una reestructuración. El presidente, José Manuel Bango, recuperaba para el banquillo a Vicente Miera, que ya había entrenado al Oviedo entre 1974 y 1976. "Conocía a Miera y a algún jugador, como Juliá", explica Carlos. "La idea era formar una plantilla para hacer una buena temporada y poner las bases para luchar por el ascenso en la siguiente temporada".

En cuanto empezó a rodar el balón, las previsiones se dispararon: "Desde el principio fuimos de los que equipos que mejor jugaban. La clave estuvo en que hicimos un grupo de amigos, dentro y fuera del campo". Con ese espíritu de grupo y 25 goles de Carlos, el Oviedo se clasificó para la promoción. "Teníamos que haber subido directamente", recalca Carlos, que iba a encontrar en ese añadido el impulso para convertir al Oviedo en el equipo de su vida: "El Mallorca tenía un equipazo. Así que toda la presión era para ellos. Si en aquel momento llega a haber apuestas on-line, alguno se hubiese hecho ricos con nosotros". El Oviedo empezó a cambiar los pronósticos con el 2-1 de la ida, en un partido que enloqueció al final.

Juliá marcó en el minuto 78 y, cuando el oviedismo daba por bueno el 1-0, llegó el mazazo. Casi sobre el 90, un penalti cometido por un jovencísimo Bango permitió empatar al Mallorca. "Nos vinimos un poco abajo", destaca Carlos, que seis minutos después iba a protagonizar un gol para la historia: "Fue un centro por la derecha. Ezaki Badou salió al borde del área pequeña y yo veía que podía fallar. El balón me llegó botando y mi única opción era rematar sobre la marcha de cabeza".

Lo que ocurrió después fue, según Carlos, como un pequeño milagro: "Debajo de la portería estaba Bonet, que mide más de 1,90. Saltó y el balón entró por el hueco justo que había entre su cabeza y el larguero. De mil veces que lo intentas, sólo sale esa". Pese a la explosión de júbilo colectiva, Carlos y sus compañeros no repararon en lo que suponía: "En el vestuario sólo celebramos que habíamos ganado, sin pensar que a los pocos días teníamos el partido de Palma. Pero al día siguiente, cuando reflexionamos, nos dimos cuenta de la importancia del gol".

La semana, a la espera del momento decisivo, fue tensa en Oviedo, pero a la hora de la verdad Carlos y sus compañeros dieron la cara en el Luis Sitjar: "Jugamos con orgullo, raza y compañerismo. Cuando yo no podía presionaba Hicks, o Tocornal, o Juliá. Apenas nos hicieron oportunidades y les sorprendimos porque ellos estaban convencidos de que remontaban".

Todo gracias a aquel gol imposible, que él tiene en su altar junto al que marcó con la selección española en El Molinón y uno que logró con el Puebla mexicano desde el centro del campo. Pero ninguno tan mítico para el oviedismo, que gracias a la puntería de Carlos pudo disfrutar de trece años de lujo en Primera.

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