"El feligrés del fútbol se identificaba con su equipo a través de una compleja trama de complicidades, entre las que se encontraba la del paisanaje. Cuando se le ofrece un equipo que es puro cosmopolitismo, una legión extranjera, el factor de identificación que queda es la victoria, si se produce. De lo contrario, ¿para qué los mercenarios que conducen a la derrota?", se preguntaba Manuel Vázquez Montalbán en el libro "Fútbol, una religión en busca de un dios" (Debolsillo). El Real Oviedo inició la liga 2016-2017 con un dato relevante: por primera vez en su historia inició una temporada sin un asturiano en su once tipo.

"Los aficionados quieren sentirse partícipes de las victorias", decía el pasado domingo en estas mismas páginas Melchor Fernández Díaz. Esa participación llega, en primer lugar, a través de la identificación con sus paisanos. Aunque el Tartiere nunca ha sido un campo muy cariñoso con los canteranos ("¿Cómo va a ser bueno esti si ye vecín míu?", se escuchó un día en la grada de Buenavista) y que la procedencia no garantiza nada (véase el 2003) sí que es cierto que uno termina buscando a los suyos, que se supone que serán lo que se quedarán en la trinchera cuando vengan mal dadas.

Por eso, porque necesitamos ver reflejada el alma del club en el campo -más aún en estos tiempos tan impersonales- buscamos tener una extensión en el césped de nuestra forma de sentir. Alguien que nos represente, que corra inútilmente a por un balón con la lengua fuera, alguien al que mirar a la cara y ver que la derrota le duele igual que a nosotros. Ese alguien suele ser el capitán del equipo. Que no es una distinción menor. Valga de muestra que jamás alguien se pone el brazalete sin que le corresponda. Ni tan siquiera en una jugada aislada.

Y los capitanes de equipo llegan al cargo por muchos caminos. Unos llevan toda la vida en el club, lo han mamado e interiorizado, de tal manera que parece que nacieron siendo capitanes. Otros emergen cuando nadie cuenta con ellos, vienen de fuera y demuestran un liderazgo inesperado en situaciones límite y una interiorización inusual del escudo. Otros, los menos, lo son por su maestría deportiva; aunque esta última opción es, en realidad, más de patio de colegio.

A los capitanes, tradicionalmente, los escoge el club. Por una sencilla razón: los jugadores, por naturaleza, son egoístas y cortoplacistas (y hasta cierto punto es comprensible, ya que tienen una carrera muy corta, en comparación con otras profesiones) y ha de ser el club el que elija a los que mejor van a defender los intereses de la entidad, que muchas veces no son los mismos que los de los jugadores. Ser capitán es muy complicado. De ahí que los buenos pasen a la historia.

Entre las labores de un capitán está la de velar por los valores que defiende el club, ser la extensión del entrenador y de la grada en la cancha, fomentar un buen ambiente en el vestuario y anteponer el bien de la entidad ante todo y ante todos.

Por eso, de los capitanes que había el año pasado en el Real Oviedo no debería repetir ninguno este curso, porque demostraron no estar preparados para ello. Hubo unos casos más clamorosos que otros, pero todos fallaron en lo esencial: un capitán del Real Oviedo no puede anteponer sus intereses a los del club, ni saltarse como se saltaron la política de comunicación de la entidad tras la dimisión de Egea. Y más allá de dimes y diretes extradeportivos, un capitán del Real Oviedo no puede encararse a la gente, ni borrarse de un partido. Son cosas que duelen al aficionado.

Teniendo en cuenta todo eso, tal vez Jon Erice debería ceder la capitanía a otro compañero. El drama llegaría hasta ahí y no habría que darle más vueltas. Sería lo mejor para el club, para él y para los aficionados que no queremos ver cómo los nuestros silban a los nuestros. No es lo mismo jugar con la grada en contra portando el brazalete que hacerlo sin él. Ahí está el ejemplo de Fernández, al que el Tartiere ovacionó el pasado sábado. Sin el brazalete, a Erice se le juzgará exclusivamente por lo futbolístico y en ese aspecto lo que dicen los 5 entrenadores que ha tenido hasta el momento es que es titular indiscutible.

Todos hemos cometido errores en esta vida y todos hemos demostrado que no valemos para muchas cosas. Y no pasa nada. La vida sigue. Para portar el brazalete que llevó Tensi, por poner un ejemplo, hay que tener una serie de valores que están al alcance de muy pocos. Porque esa C es el reflejo del alma del Oviedismo. Y porque para ser capitán del Real Oviedo no basta con serlo, también hay que parecerlo.