Tiene Cádiz algo mágico para el oviedismo. Algo con chispa. Quedó demostrado hace dos temporadas, con aquel cierre a los años del barro. Aquella noche, el Oviedo le puso un candado a la etapa más oscura de su historia y lanzó la llave lejos. La cita de ayer pierde muchos grados de trascendencia respecto a mayo de 2015, pero tiene su importancia en la micro historia de la temporada. Por cómo llegaba el Oviedo al encuentro: con dudas en cuanto a propuesta, ansiedad y la tabla amenazando como afilado cuchillo. Pero el Carranza es otra historia y el equipo azul aprovechó su sintonía con la plaza para firmar el mejor partido de la temporada y ganar con solvencia (0-2). Los tres puntos permiten a los de Hierro estirar la cabeza.

La mística pudo echar una mano, pero la victoria se explica por motivos futbolísticos. Hierro reforzó el centro del campo (debilidad hasta la fecha), con un cambio de sistema: el 4-1-4-1, hecho a medida de Lucas Torró, centrocampista de cuello erguido. No se sabe si la decisión fue un mecanismo de defensa por los resultados (reforzar el esqueleto) o si se debe a un estudio pormenorizado del rival (el Cádiz fue desbordado desde el primer minuto). El caso es que funcionó.

A las buenas vibraciones y a una propuesta acertada le deben acompañar más factores. La fortuna es capital en este deporte. Toché había lamentado el jueves su mala suerte de cara al gol, una anomalía en su curriculum, y el destino le respondió con una balón suelto en el área a los 14 minutos. Había llegado hasta allí desde la esquina (el córner en el Carranza, poesía para el Oviedo) y tras ganar Verdés la acción por alto.

Toché cumplió con su rol de funcionario del gol y alojó el balón en la red sin esfuerzos. El 0-1 liberó a los azules que se hicieron con claridad con el centro del campo.

Porque ahí estuvo la clave, en que la línea de medios supo qué hacer en cada momento: cuándo replegar, cuándo combinar en corto y cuándo lanzar al espacio. El Oviedo fue dueño del partido desde que puso el ancla en esa zona en un gesto de autoridad. A los 20 minutos, además, se reafirmó aún más. Toché condujo hacia el área y la puso rasa. Linares, delantero escondido en la derecha, emergió entre los centrales para empujar a la red. El 0-2 enmudeció al siempre colorido Carranza.

El Cádiz intentó responder pero se dio de bruces con un muro. A la rocosa línea de medios le sucedía una zaga intensa, comandada por Verdés, central con casco y armadura. Y cuando robó, el equipo salió con peligro, como demostró Nando al borde del descanso. El intermedio acogió a los dos equipos con la sensación de que lo más importante ya se había visto y que solo un accidente cambiaría el guión. Ese accidente debía llegar al inicio de la segunda mitad, según los planes locales. Pero esta vez el Oviedo sí se mantuvo firme. Contuvo los ataques cadistas, limitados a acciones aisladas (lanzamiento de falta de Oliván) o ataques repentinos de inspiración (ya con Güiza en el campo). Juan Carlos no sufrió rasguño alguno.

Pudo matar el Oviedo a la contra pero le faltó tranquilidad. Toché tuvo el tercero en la cabeza antes de dejar paso a Michu. Movió el banquillo Hierro con Susaeta en el campo. Ni la expulsión de Erice en el último tramo (seguida de la del local Silvestre) cambió las cosas. El Oviedo cerró en Cádiz su partido más serio de la temporada.

Los tres puntos revitalizan al equipo e indican un nuevo camino, el de los tres centrocampistas. La mejora definitiva está por certificar en los dos siguientes partidos en el Tartiere.