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¿Qué pasa?

El Oviedo, como el doctor Jekyll y mister Hyde

Pereira, ante el Alcorcón. LOF

Está manido pero a un equipo hay que juzgarlo en base a la fuerza con la que es capaz de reponerse de los golpes. Y el porrazo de Alcorcón es de los que duelen, de los que dejan heridas que hay que tapar urgentemente para que no vuelvan a abrirse nunca más en lo que queda de temporada. Por eso el Nàstic tiene que pagar los platos rotos, como ya hizo el "todopoderoso" Levante. Tiene que ser el Oviedo el que empiece a repartir palos, a imponer su autoridad y a intimidar ya de forma clara sobre los rivales. Aunque habría que dejar de tener como costumbre tener que levantarse y reivindicarse cada quince días.

Lo que más duele es que parece que el Oviedo, sobre todo fuera de casa, es un equipo acogotado, acobardado, tímido, cohibido y con poquísima ambición. Y eso, en una división como la Segunda, es como ponerle la alfombra roja a los rivales. La estrategia de salir el poner el autobús bajo la portería y olvidarse por completo de atacar funcionó un par de veces (Mallorca, UCAM o Girona), pero está comprobado que cuando sale mal el desastre es absoluto.

El fracaso en partidos como el de Huesca o Alcorcón no es individual, sino colectivo. Pero lo realmente preocupante es por qué el equipo es incapaz de atacar. La duda es si no quiere, porque así lo mandan desde el banquillo, o si realmente no puede, porque no hay nadie en el campo con ideas para combinar y llegar a la portería rival con la mínima capacidad para crear, aunque sea, una mínima oportunidad.

Si la respuesta es la primera (la del banquillo) es algo incomprensible. Dar prioridad a defender a toda costa y apostarlo todo a alguna acción esporádica o a un golpe de suerte es como dispararse en el pie. La humildad, que tanto predican desde el club, no está reñida con la ambición.

Pero si la respuesta es la segunda (la de que no hay jugadores capaces de asustar al portero rival) es todavía más incomprensible todavía. El de la poca generación de juego es un problema que el Oviedo arrastra temporada tras temporada. Se está convirtiendo ya en algo endémico. El club está creciendo y cada vez hay más ojeadores, nuevos secretarios deportivos, asesores y un cuerpo técnico más amplio, pero el problema sigue ahí. Cronificándose año tras año.

Lo único positivo de estas últimas jornadas es la irrupción de Jonathan Pereira en el equipo. El delantero gallego ha sido una brisa de aire fresco para el desaparecido ataque carbayón. Sus ganas, su velocidad y su acierto de cara a gol han dado algo diferente al equipo, algo que no se tenía hasta ahora. Bueno, sí se tenía pero estaba sentado en el banquillo.

Lo más preocupante de todo, es que las jornadas pasan, muchos puntos se van quedando por el camino y el equipo parece que sigue sin encontrar su rumbo. Sin saber cuál va a ser su papel en esta división. De momento, los carbayones están siendo una especie de doctor Jekyll y mister Hyde de la fábula de Robert Louis Stevenson. Son muy buenos en casa, entre el hormigón del Tartiere no hay rival que pueda hacerles sombra, mientras que más allá de Oviedo la cosa cambia de forma radical. Allí, el Oviedo parece un equipo pequeño a merced del rival y que nada más que tiene el balón se lo entrega al rival. Es como si más allá del Pajares se quedara sin ideas, o peor, sin ganas, sin la presión que tiene en la capital asturiana, como si estuvieran llenos de desidia.

Ahora toca volver al Tartiere, esperemos que toque la cara buena.

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