Creo que se lo leí un día al exuberante -aunque ya menos- Eugenio Prieto, mirando de refilón a los sportinguistas: "La rivalidad es buena, sana y necesaria". Frase teológica, tras la cual este firmante no tendría nada que añadir. Pero mandan las presiones de los amigos y las necesidades de los periódicos, así que a uno no le queda otra que vestirse de corto en el recurrente enredo de las aficiones y las rivalidades de vecinos, que tanto picante le ponen a la salsa del fútbol.

Bueno, pues es lo que hay. A falta de pan, buenas son tortas. O lo que viene a ser lo mismo, consumado el descenso del Sporting y desvanecida la aspiración del Oviedo de hacerse con un hueco en la Liga de las estrellas, habrá que conformarse con la vuelta a los enfrentamientos entre iguales, a los que ahora separará la pertenencia a la división de plata. Quince años después tornan a encontrarse por donde solían: en sus horas bajas y tristezas deportivas. Y la lluvia, el barro y la bronca de las aficiones reinarán de nuevo en los duelos a corazón abierto y en las gradas pobladas de colores. Habrá, pues, derbi de nuevo en el Principado. Aunque digo mal o dicen mal los que así lo califican. En puridad el derbi lo disputan los equipos de una misma ciudad, léase Real Madrid-Atlético, Español-Barça, Sevilla-Betis? En el caso que nos ocupa hay que hablar para mayor propiedad de clásico regional. Lo que vienen a ser las disputas entre vascos (Athletic-Real Sociedad) o los debates entre gallegos de La Coruña y del Celta de Vigo. Cosas, cierto, a postre, muy parecidas a las que suceden en las gradas del Molinón o del Carlos Tartiere. De todas formas no se sabe si el enconamiento y la rivalidad deportiva son mayores entre vecinos de distinto barrio o entre aficionados de ciudades antagónicas. Ahí está la duda.

Lo que se demuestra una vez más es que este juego conforma un poliedro de muchas significaciones, que sirven en gran medida de terapia social. Valdano dice que es la guerra por otros medios. Agrego yo, modestamente, que es también la representación de un drama la mayor parte de las veces incruento e inocuo. Algo inventado, colorista y ruidoso: banderas al aire, gritos descompuestos y viajes a la ciudad contraria para hacer patente esas enemistades casi siempre veniales. Otro filósofo pelín cursi calificó al fútbol de exutorio, que habrá que interpretar como descarga y liberación de malos humores, que emponzoñan el cuerpo y hasta perturban gravemente los ánimos. Una metáfora de la pasión y la agresividad que duerme en el cuarto oscuro de cada cual, que al escenificarlas (representarlas) liberan y atemperan al personal. Es ciertamente una función redentora.

Pero aún más: es de nuevo la ocasión de generar ingresos en todos los ámbitos que rodean al fútbol y también en el propio fútbol. Y la ocasión de nuestro Oviedo, aunque quede el disgusto del segundo tropiezo seguido camino de Primera, de volver a situarse a la altura de los rojiblancos.

Resumiendo, que Oviedo y Sporting vuelven a verse las caras pintadas de guerra, por primera vez desde hace tres lustros. Que ponemos de nuevo en marcha el reloj de las estadísticas (43 clásicos para el Oviedo y 33 para el Sporting) y, coño, que ya echábamos de menos estos apasionados encuentros que, como decimos, tanta vidilla dan al Principado.