Si de verdad existen las derrotas dulces, aquí un ejemplo. El Oviedo cayó ayer en su estreno en el Tartiere, pero el gatillazo afectó sólo al marcador, que importar importa lo justo en la primera jornada de Liga. Detrás del 2-3 final se advirtió un equipo sensiblemente mejorado respecto al año pasado, con otro latido, que ofreció un puñado de cosas buenas que invitan, el menos, a mantener la confianza intacta. El Oviedo fue capaz de morder arriba, de adelantarse en el marcador y de sobreponerse a los goles y a los errores arbitrales para morir matando. Que haya un plan es ya de por sí una excelente noticia. Si los azules terminaron en la lona fue por tres errores defensivos, un portero al que se le cae la portería encima, incapaz de dominar el área pequeña, falta de punch arriba y la tremenda efectividad de un buen Rayo. Hay victorias que no se merecen, como tantas el año pasado. Y hay derrotas que, por inmerecidas, no duele. Como la de ayer.

Aunque la pasión es irracional y las primeras impresiones, como los primeros amores, suelen dejar huella, no conviene tampoco perder la perspectiva. Es agosto, el equipo está en construcción y falta completar la plantilla con el delantero, el cromo preferido del álbum. No es sano, y menos en un entorno tan intenso y tan reacio a la paciencia como el del Oviedo, desmadrar el juicio por un partido. Nadie es bueno o malo por noventa minutos. Pese a la derrota y a las evidentes lagunas del grupo azul, el equipo pinta interesante. Falta rodaje y faltan fichajes, que llegarán, entre ellos el del delantero y posiblemente alguno más.

Lo de ayer no fue más que un aperitivo que cerró el estómago porque se perdió, pero el equipo, el equipo que se vio ayer, sigue capacitado para estar en la mesa presidencial del banquete. La impresión es que se sabe a dónde llegar y cómo llegar. Y ese es el primer paso.

Que el Oviedo tiene otro ritmo se comprobó en diez minutos, los que necesitó el equipo para fabricar un gol y tres córners. Fue un arranque eléctrico con una presión adelantada asfixiante para gozo del Tartiere. Anquela, camisa blanca y de pie todo el partido, diseñó un once con cuatro fichajes en él. Apostó por Cotugno en el lateral derecho para guardar las espaldas a Aarón Ñíguez, colocó a Valentini junto a Verdés en el centro de la zaga y sorprendió con Linares en la mediapunta acompañando a Toché.

A falta de la mejor versión de Toché, emergió Saúl Berjón. El ovetense firmó ayer, con diferencia, su mejor partido de azul. Se movió por la izquierda y por la derecha, definió y asistió. En este Berjón hay un futbolista estupendo llamado a marcar diferencias. A los diez minutos, el atacante se encontró con una pelota dentro del área y largó un zurdazo que se coló a la red.

La doctrina de Anquela se advirtió de forma clara: cuanto más arriba se robara, mejor. Una orden que encierra el que quizá también sea otro de los puntos a mejorar: la falta de producción ofensiva desde la posesión, especialmente visible en la primera mitad. Al Oviedo le cuesta generar ocasiones claras de gol, nada nuevo si se mira a la pretemporada. Lesionado Fabbrini, el equipo pide a gritos, además de un delantero, un especialista en la mediapunta capaz de filtrar balones y mejorar la asociación.

Y eso que Aarón Ñíguez fue otra grata noticia. Desde la derecha pero con libertad de movimientos, el ilicitano firmó un partido muy completo.

Conseguida la ventaja en el primer disparo, y con un Tartiere en ebullición, llegó el primer mazazo. Una falta lateral botada por Embarba la remató Amaya, sólo en el área pequeña, a la red. El estadio quedó congelado. Un bajón. Hasta el empate, apenas se supo nada del Rayo. Desde el empate, se supo casi todo.

Porque el partido, entonces, cambió por completo de registro. El gol noqueó al Oviedo y los vallecanos comenzaron a crecer. Superado Rocha y con demasiado campo para Folch, los azules perdieron la pelota y el protagonismo. El duelo bajó de decibelios al son de Trashorras y de Unai. El centrocampismo se apoderó del partido. Dos remates forzados de Linares y Verdés precedieron al 1-2, que llegó en otro fallo defensivo azul. Una contra hilada por Comesaña la remató a la red Embarba de nuevo ante la indecisión de Jucan Carlos.

El descanso dejó una sensación contradictoria. El Rayo había sacado petróleo de dos llegadas aisladas, como lo volvió a hacer al poco de la reanudación, cuando Diego Aguirre remató, otra vez en las narices de Juan Carlos, una dejada majestuosa de Trejo. 1-3.

El duelo se puso cuesta arriba. En otra situación, sería la puntilla para capitular. Pero no. Ahí apareció el entrenador para intervenir. Aquí otra cosa a tener en cuenta: hay soluciones en el banquillo. Anquela sacó primero a Hidi y luego, de una tacada, a Diegui y a Mossa. Hubo quien se extrañó por la entrada de dos laterales en una situación de desventaja, pero lo cierto es que los cambios revolucionaron al equipo. Diegui entró por la derecha con la orden de abrir el campo y el equipo pasó a jugar, por momentos, con tres defensas. Hidi se puso al mando junto a Folch y, al poco, el húngaro se sacó de la manga un pase de 60 metros que dejó sólo delante del portero a Berjón, que con un temple extraordinario batió a Alberto. Era el minuto 72. No se veía un pase así de certero, de campo a campo, desde los tiempos de Curro en Tercera División.

El gol volvió a desabotonar al Oviedo, que definitivamente embotelló al Rayo Vallecano, de nuevo al calor de una grada desbocada. Dos minutos después, Linares disparó a puerta desde la frontal y en su carrera hacia el rechace le hicieron penaltil. El árbitro lo señaló pero luego, a instancias del linier, reculó y señaló un fuera de juego muy dudoso de Toché. El penalti fue claro, el fuera de juego no. Era una jugada para el 3-3 a falta de quince minutos. Primera jornada. Primer obstáculo.

El Oviedo no se rindió y pudo encontrar el premio en un remate al larguero de Linares y otra llegada clara de Berjón. Murieron los azules de pie, con argumentos para quedarse con lo positivo del partido. La fotografía del primer Oviedo de Anquela no necesita filtros y ahí asoma la verdadera buena noticia. La puesta en escena no engaña. El equipo tiene las ideas tan claras como su entrenador. Hay un objetivo y un camino para llegar a él. Se llama identidad y eso, visto lo visto el año pasado, es un minipunto. Podrá salir mejor o peor, como ayer, pero el relato, a falta de comprobar el comportamiento a domicilio, no pinta mal. Pese a la derrota.