En su momento fue una novedad sin mayor importancia que únicamente buscaba aumentar los ingresos de los clubes. Visto con perspectiva, fue el inicio del divorcio del trío club-jugadores-afición. Cuando los futbolistas pasaron a lucir su nombre en las camisetas de sus respectivos equipos, la historia del fútbol comenzó a cambiar. Antes, para ser recordado como el "10" o el "5" de un equipo, hacía falta ser realmente bueno o diferente. No todos los futbolistas se merecían un número en la memoria del hincha. Hoy, sus nombres lucen mucho más grandes que el escudo del club. Es un símbolo del fútbol que vivimos. Como bien explica el periodista Daniel Verdú, corresponsal en Roma, haciendo un símil entre la música y el fútbol: hemos pasado de la época de los grandes grupos a la de los DJ's. Del equipo al individuo.

Con aquel pequeño detalle comenzó un proceso en el que los futbolistas pasaron de protagonistas a dueños del juego. Hoy, todo gira en torno a ellos. Los hay, incluso, que tienen más seguidores en redes sociales que los clubes a los que pertenecen, cuando en realidad deben su fama a éstos, ya que son quienes les dan el soporte para ser mundialmente conocidos. Dicen lo que quieren, cuando quieren y como quieren. Y poco les importa, salvo en honrosas excepciones, el club al que en teoría pertenecen.

El futbolista profesional tiene un sueldo muy por encima de la media, y una vida bastante más regalada que la del resto de los mortales. Hasta ahí todo bien. Aunque no generan el dinero que se les paga, tienen una carrera deportiva relativamente corta y es lícito que cada uno busque la máxima rentabilidad. Pero por el camino, en el desarrollo de su carrera, tendrán que estar realmente centrados para no caer en el egocentrismo y creerse los reyes del mambo.

Las tentaciones son muchas. Los jugadores están excesivamente protegidos por un entorno que los ha alejado de las otras dos partes de la ecuación (club, entendido como la parte institucional, y afición). Hoy, cuando un jugador marca un gol, se dice hasta tres veces quién ha sido el autor, mientras que el nombre del club se dice únicamente en una ocasión. El individuo, por encima del grupo.

Al jugador se le cuida de una forma que hace que, hasta cierto punto, se pueda entender su endiosamiento. Miles de personas les aplauden cuando hacen las cosas bien, firman los contratos de publicidad que consideran oportunos; en lugar de peñas, se les hacen clubes de fans virtuales, con lo que ni tan siquiera tienen que interactuar personalmente con sus seguidores; se les cede un coche cada temporada; pueden montar sus propios campus, aunque rivalicen con el del club al que pertenecen; si abren un negocio con el dinero que les paga el club, el propio club les hará publicidad gratuita en sus medios oficiales, después saltan a celebrar los títulos sobre el césped con sus familias? Si es que hasta salen a abrigarles cuando se retiran del terreno de juego, no vaya a ser que cojan frío.

Y claro, como en cualquier organización del mundo que se precie, cuando se mira únicamente para los líderes (en este caso los futbolistas), se da la espalda y, por extensión, el culo, a los clientes (en este caso, los aficionados). Que tampoco estamos exentos de culpa, ya que durante años hemos pedido a nuestros equipos más y mejores fichajes, costaran lo que costaran, sin querer echar un ojo a las cuentas, no fuera a ser que aquel delantero que tanto exigimos fuera deficitario a final de temporada. No hemos querido ver que el modelo con el que tanto disfrutábamos no era sostenible. Y tampoco nos hemos querido creer que el jugador al que en su presentación pedían que besara su nuevo escudo lo estaba haciendo con un sentimiento distinto al nuestro.

A día de hoy, en el fútbol, hay apenas un puñado de equipos que se diferencian del resto. La mercadotecnia y la búsqueda de ingresos han anulado la idiosincrasia de los clubes, que se han convertido en las calles principales de las ciudades del mundo: todas con las mismas tiendas y la misma impersonalidad. Algunos grupos de aficionados pelean por mantener a flote la historia, pero son casi una resistencia dentro de la supuesta gran masa que sigue los partidos a través de la televisión. Mientras que no se ponga al mismo nivel a los futbolistas y a los aficionados, dando por supuesto que el club está por encima de todo, el fútbol seguirá caminando hacia el abismo. O eso, o que los DJ's comiencen a pinchar música de autor. Cosa bastante improbable.