A las 19:41 horas del sábado 9 de septiembre los relojes se pararon y el tiempo pareció, durante algunos segundos, transcurrir más despacio. Era la vida en cámara lenta, con recuerdos agolpándose y una mezcla de alegría, rabia y liberación. Se vieron cosas extrañas. Sucedió en muchos lugares. En Asturias y en el resto del mundo. Y coincidió con el momento en que Toché remató y acertó a marcar el gol del empate.

En Oviedo, Javier y Pablo, padre e hijo, saltaron y gritaron. Pablo echó a correr por la casa y a golpear los marcos superiores de las puertas. Cuando volvió al salón, tuvo que explicarle a su hijo lo que había pasado. El pequeño Javi se había asustado.

Cerca de la catedral, en El Ovetense, la parroquia se levantó y comenzó a subirse en las sillas. Alzaban los brazos hacia la televisión mientras gritaban de alegría. Natalia, la dueña, parecía no creérselo y volvió a celebrarlo con la repetición.

En otro bar estaba Nacho, rodeado de dos amigos del Sporting. Con el empate, saltó encima de la silla y volvió a la pubertad, a los 15 años. Se volvió loco.

José estaba en El Molinón, rodeado de mucha de la gente que compartió con él los años en el barro. Sintió rabia, euforia y orgullo y se abrazó a todo aquel que encontró. También pensó en lo difícil que era explicar lo que estaba sintiendo para alguien ajeno al oviedismo. Y se acordó de las penas pasadas y de las bromas aguantadas.

Ramón lo vio en un bar en Arriondas con Ana y con su amigo Gonzalo. Cuando marcó Toché, saltaron y se dieron cuenta de que en el bar había muchos más oviedistas de los que pensaban. Y también de que aquel era el mismo bar en el que, junto a Ana y a Gonzalo, había visto el descenso de Mallorca.

En el Club de Tenis de Oviedo, Fernando veía el partido junto a su hermana Marisa y su sobrina Alicia. En una sala llena, todos saltaron de alegría. Pero él pensó rápidamente que aquello era mucho más que un gol.

Hugo no quiso verlo ni escucharlo. Se pone muy nervioso con los derbis. Pero oyó dar un grito a su madre y pensó que o le tocaba ir a urgencias o que el Oviedo había marcado. Afortunadamente, era lo segundo.

Dan Roberts, accionista galés afincado hace un año en la ciudad por culpa del Real Oviedo, celebró el gol como jamás había celebrado un tanto. Ni los de su Wrexham. Durante unos segundos, perdió completamente el control de sí mismo.

En Rosario, Argentina, Juan Manuel, Martín, Hermes y Leandro se fusionaron en un abrazo y en un grito inmensos que mezclaban furia, alegría y delirio. ¡Acá estamos de vuelta! ¡Acá estamos de vuelta!

Álvaro se juntó en Madrid con dos amigos oviedistas. Hacía años que no veía a uno de ellos, pero al minuto fue como si se hubieran visto ayer. La casa estaba llena de camisetas y de globos azules y blancos. Con el gol, se abrazaron. Después, por su mente pasaron montones de recuerdos. Y se sintió reflejado en las caras de los oviedistas que se veían por la televisión.

Emilio y José también lo vieron en Madrid. Con el gol, se levantaron y comenzaron a gritar como locos al televisor. Pero tenían una copa de vino en la mano, y no se abrazaron. Almudena, la mujer de Emilio, se enteró del gol por la calle. Había salido a dar una vuelta y, de repente, oyó un grito en una ventana y vio cómo se asomaba un chico con la zamarra azul.

En La Cuchara del Norte, sede de la Peña Azul Barcelona, Gelo estaba con su hijo Mateo y con su amigo Fran. Con el gol se abrazaron. Igual que hicieron en la Plaza de América cuando el Oviedo descendió en Mallorca. Igual que el que se dieron con el gol de Kily al Mosconia.

Jaime estaba en la grada de El Molinón. No tuvo tiempo de hacer nada porque cuando se quiso dar cuenta, Arturo lo estaba llevando en volandas de arriba abajo por las escaleras que separaban las gradas.

A Nando le costó encontrar un bar en Javea que diera el partido. Tuvo que negociar con el propietario. Si algún parroquiano quería ver otra cosa, no lo pondría. Pero lo puso. Junto a su mujer, Belén, consumieron generosamente para evitar el cambio de canal. Cuando Toché remató, dio por hecho que daría en alguna pierna. Celebró el gol con el puño cerrado. El resto del bar seguía el partido y preguntaba por el Oviedo y sus temporadas en Primera. Nando sólo decía: "Volveremos".

En Ámsterdam, en la sede de la peña azul de la ciudad holandesa, Borja se quitó la camiseta y también años de encima. Paso de 39 a 25. Lloró, se puso de rodillas y golpeó el suelo. Besó en la frente a todos los presentes. Y siguió llorando y recordando.

Román lo vio en el bar La Esquina, en Oviedo, junto a su hermana, su cuñado, dos sobrinas y varios amigos. Con el gol, salió corriendo hacia los baños y después se lanzó encima de su cuñado, que quedó con el cuello tocado de tanta efusividad.

En Barcelona, Eduardo lo escuchó por la radio. Nervioso por el resultado adverso, se había bajado al parque con los niños. Se enteró del empaté por Twitter. Y gritó. Y todo el mundo lo miró. Y después tuvo que explicárselo bien a sus hijos.

Guillermo, jugador de balonmano del Saintes francés de primera división tenía partido a las 20:30. Antes del inicio, pasó por el vestuario a vendarse las manos y, claro, encendió la radio online. En ese momento atacaba el Oviedo. Y el balón acabó en la red. Gritó en el vestuario. Su entrenador lo miró con cara de asombro. Ganaron 27-26.

Luis y Miguel lo vieron en El Molinón, sentados entre la parroquia local. Sufrían bastante, porque la primera parte fue dura y tenían que aguantar los típicos comentarios de un derbi. Que estamos acostumbrados a jugar en Fumea, que esto no eran Los Castañales, que aquí había jueces de línea y esas cosas. En la segunda parte comenzaron a sentir orgullo. Y con el gol, explotaron.

Santi estaba cerca de allí, sentado en la grada junto a tres amigos. Saltaron y se abrazaron los cuatro. Supo desde el primer momento que ese gol era mucho más que un punto.

Mario también estaba en esa grada. Pasó todo el partido en silencio. Cuando Toché acertó, casi se cae a la fila de abajo.

A Víctor, que veía el partido en su casa de Langreo con amigos, se le fue la voz. No le salió. No pudo. Solo fue capaz de pegar un fuerte manotazo al sofá, apretar los dientes y los puños y, después, empezar a aplaudir como un poseso. Las lágrimas querían salir. Y su corazón también. Le latía fuerte. Hiperventilaba.

En la Taberna 21, en Panamá, Hilario había preparado un menú degustación para celebrar el Día de Asturias. Cuando Toché acertó, Ángel, María, Fernando, Rubén, José Joaquín y Rodolfo brincaron y gritaron de alegría. Y pensaron que el equipo comenzaría a crecer a partir de ese tanto.

Pablo lo vio en un bar de Santa Pola. Había gente pero nadie miraba para el partido. Cuando marcó Toché, saltó del taburete y salió a la calle gritando. Se mordió las uñas como si no hubiera un mañana. Con el pitido final, sintió algo cercano al orgasmo (futbolístico, se entiende).

Rafa lo vio en Madrid, con su mujer, su madre y su hermano. Cuando el Oviedo empató, se abrazaron los cuatro. Era un gol contra 14 años de pasado. Y sintió rabia. Y una alegría de puños cerrados.

También en Madrid estaba Kiko, que lo vio con su pareja y su hija que se acababan de levantar de la siesta. Él les lloraba que no íbamos a sacar nada de Gijón. Pero llegó el gol y pensó que, con un picapedrero como ese delantero no se puede ya ni perder en paz.

Laude vio el partido en La Curquedal, en Oviedo. Con sus amigos José, Ricardo y José Miguel. El gol le dijo que el fútbol quiere al Oviedo de vuelta. No hubo abrazos, ni algarabía, sólo los puños apretados y mirando hacia el suelo, como hacía Luis Aragonés.

Diego no pudo verlo. Pero pudo leerlo. Le tocó trabajar cerca de Madrid. Ninguno de sus compañeros era asturiano, pero cuando le oyeron gritar, sonrieron. Él se cercioró de que, por muy lejos que uno esté, el vínculo es irrompible.

Sid se levantó de su silla en el estudio de radio desde el que estaba comentando el partido y se dio un abrazo con otro compañero oviedista. Las palmadas en la espalda fueron de esas que son tan fuertes y sentidas que no duelen.

Ben Ramsey, accionista de Ipswich que viajó para el partido vio claramente que aquello era mucho más que un gol: era un mensaje. Así lo celebró. Y así lo constató en la emoción que vivió a su alrededor.

A Cris el partido la pilló de vacaciones en Mallorca. Consiguió dar con un bar que ponía el partido y convenció a una amiga poco futbolera para que la acompañara. Eran las únicas que miraban para la televisión. Estuvo casi 75 minutos de pie. Empujó el balón a la vez que Toché. Así que una parte del gol es también suyo. Como de todos, en realidad.

Catalina lo vio en bar en Oviedo. Al ver entrar la pelota, creyó que aquello era una ayuda divina. Y justa. Se acordó de sus amigos. Y pensó en el orgullo, el valor y la garra de su equipín del alma. Y también que seguía sin ver a su equipo perder en El Molinón.

En Dubai, Alberto sintió que cuando cantamos "Volveremos", en realidad queremos decir que "ya hemos vuelto".

Alfonso lo vio solo en su casa de Madrid. Saltó, gritó, batió los cojines como si fueran sacos de boxeo y se quedó afónico. Pensó que esa celebración era el fin de una etapa, que este Oviedo si le representaba y que eso es a lo máximo a lo que puede aspirar un hincha.

Joaquín estaba casando a unos amigos en Pamplona. En el hotel no había ni tele ni wifi, así que terminó en el salón de la casa de una señora de 90 años que vivía al lado. Ella era de Osasuna, pero oviedistas y sportinguistas intentaban hacerla de su equipo. Ella, claro, queria que empataran, porque no quería ver a ninguno triste.

Alessandra lleva apenas un mes viviendo en Oviedo. Su novio estaba en El Molinón y le iba contando todo a través del móvil. Se alegró de que aquella pequeña esquina azul pudiera celebrarlo rodeada de un mar rojo. Cree que hoy es un poco más del Oviedín.

Dani salió a las calles de Madrid a comprar un cable para poder ver el partido en la televisión. Invitó a un amigo ajeno a la rivalidad asturiana. Su amigo flipaba un poco con lo nervioso que estaba. Cuando el balón entró, sus vecinos debieron pensar que pasaba algo grave. Para entonces, su amigo no era ya tan ajeno a la rivalidad, y lo abrazó como un oviedista más. Es el enésimo al que convierte a esta fe.

Víctor lo vivió con mucha alegría con su hermano en Lugones. El perro llevaba una camiseta el Oviedo. Con el gol, se acordó de su amigo Alejandro, que un día cayó al entrar al Tartiere y desde entonces está en una residencia. Él asegura que no se enteró, pero en el fondo cree que sí, que de alguna forma lo sintió.

Vanesa vio el partido en el 100 Gaviotas, la sede de la Peña Azul Madrid. Cuando el Oviedo empató, gritó como si le fuera la vida en ello, sacando de dentro toda la rabia acumulada. La gente se abrazaba en un local que se había quedado pequeño. Se le vino a la cabeza el gol de Iniesta. Era como si todo el Oviedismo hubiera empujado ese balón y fuera la recompensa a no haber dejado nunca de creer.

Antonio estaba en la grada oviedista en El Molinón. Pensaba que el partido se nos iba, pero cuando vio entrar la bola le alcanzó la locura. Recuerda la sinceridad de los abrazos con los compañeros de grada. Y el silencio de la parroquia local.

Diego estaba haciendo un vídeo para Real Oviedo Culture Fans. Documentaron la jornada oviedista en el derbi. En cada ataque azul, encendían la cámara, por lo que pudiera pasar. En el gol, la cámara graba un sindiós de gritos, abrazos y alegría. No tiene sentido más que para los que lo entienden. Le dicen que el gol ha sido de Verdés. A él le sorprende, pero le da igual. La grada comienza a cantar "a por ellos".

A Fernando el gol le pilló en el autobús de camino a una boda en Dos Hermanas. El resto del pasaje se quedó atónito con el grito que pegó.

Al oír el gol, Miguel gritó y salió corriendo para abrazar a otro oviedista que trabaja en el mismo hotel que él. En Bruselas. Hizo el camino de vuelta a casa igual que el de ida: con la camiseta puesta.

Ainhoa lo vio en su casa, en Oviedo, con su hermano y con su amiga Vero. Creía que no iba a poder cantar nunca un gol como el de Edu Cortina el año pasado en Mareo. Pero sí pudo. Aunque no fue instantáneo. Tardó un rato en reaccionar y en pedir que, por favor, aquello fuera verdad.

Esther tenía apagó el móvil después del primer gol. Cuando lo encendió, en Oslo, decidió tomarse la primera copa de vino de la semana. 10 euros por un caldo sudafricano que le supo a gloria y a desquite.

Sergio sigue afónico. Cuando el Oviedo empezó a achuchar se quedó quieto por la tensión. No se movió ni con el gol. Pero su mente registró dos silencios: el de la respiración contenida en la grada azul cuando Toché golpeó el balón y el de la afición rival cuando se vio que había entrado.

Al escuchar el gol a través de la radio, Aurelia, oviedista por extensión, sacó el móvil y le mandó un whatsapp a uno de sus hijos. "De a A a la Z", ponía, dejando claro que en todos estos años de oviedismo solidario ha aprendido que los partidos se juegan hasta el final.

Faustino estaba trabajando en Madrid, rodeado de periodistas, pero salvo otros dos, ninguno estaba pendiente del derbi. Gritó "¡gol!", cerró los puños y dio varios golpes en la mesa. Y recordó todo lo que habíamos pasado hasta la llegada de ese gol.

Juan vio el partido en El Molinón, junto a su suegro, esportinguista. Con el gol, brincó y se dio cuenta de que lo mismo hacían otras 10 personas a su alrededor. Y su alrededor solo vieron respeto. En su interior, alegría, rabia e ilusión. Y un cambio de ciclo en el horizonte.

Pablo, dos semanas después de su luna de miel, veía el partido solo, como a él le gusta. Cuando marcó Toché, todo el vecindario se enteró.

Yaoyi, accionista chino del club, vio el partido en Xiamen, en su casa y con la camiseta del Oviedo puesta. Se agitó con pasión con el gol. Y se le quedó marcado el momento en el que Toché enseñó el brazalete a la grada.

Nicolás, recién llegado a Puebla, México, tras su boda en Oviedo con Paloma, se puso delante de la televisión a las 8 de la mañana, para calentar motores con la subida al Angliru. Cuando llegó la hora, las tormentas impedían que la señal llegara bien. Se fue a un edificio cercano. Lo vio solo, con la camiseta puesta. Y en el gol se abrazó al guardia de seguridad del edificio. No tuvo más remedio. Necesitaba compartirlo con alguien.

Sheba, accionista estadounidense, fue una de las más afortunadas. Vivió el gol tres veces. Estaba en una reunión. Como los asistentes eran futboleros, no les importo que se pusiera los cascos para seguir el encuentro. Primero sonó el Funiculí Funiculá que la avisa en el móvil de cada gol del Oviedo. Luego llegaron los ecos de la radio. Y, por último, la imagen de la televisión. Toché había hecho triplete en Portland.

Todo esto sucedió a las 19:41. Todo esto y, en realidad, mucho más. Porque ese balón lo golpeamos todos. Y cuando digo todos, digo TODOS. También Fernando, Puri, Antonio, Tensi, Ignacio, Emilia... los miles de oviedistas que ya no están con nosotros. Todos empujamos la pelota, juntos recorrimos en silencio esos metros e hicimos que sorteara todos los obstáculos.

Fue un gol de los que estaban en el campo, de los que lo siguieron como pudieron y de las almas que nos acompañan aunque ya no estén con nosotros. Porque nos acordamos muchísimo de vosotros. Y juro que os pudimos sentir a todos celebrándolo a nuestro lado. Y que nos pareció lo más normal del mundo. Son esas cosas raras que tiene el Oviedismo. Y que sólo se entienden si estás dentro.