En una noche con efersvescencia en el Tartiere, inasequible a horarios raros, caprichos de que televisivas y demás parafernalia, arrancó el partido muy subido de decibelios, con un Oviedo enchufado que pasó del escalofrío al subidón en un minuto. Porque nada más amanecer, Zapater largó una falta que entre Juan Carlos y el poste escupieron a córner. Y a la jugada siguiente, Aarón Ñíguez clavó en la escuadra otra falta que él mismo provocó.

La tempranera ventaja dio al Oviedo la excusa para abrazar la versión que más le gusta: arrejuntarse atrás y esperar, ponerle el cebo al rival y sacar el hacha a la contra. Con ese disfraz y el aguijón preparado, tuvo el Oviedo otro par de ocasiones para ampliar la ventaja. Toché no supo aprovechar un lío que se hizo Cristian Álvarez en el saque y Folch se encontró con el palo tras un remate de cabeza que Christian no atinó en la línea de fuego.

La pelota era del Zaragoza, dueño del centro del campo y del juego, con mucho más empaque con el balón, pero el Oviedo envidaba con más picante atornillado a los galopes de Berjón y de Ñíguez, socios de Toché. Cerca de la media hora, los azules vieron el cielo abierto en una combinación de Globertrotters, para desgracia del Zaragoza. Christian la puso en el área, la pelota tocó en un rival, después en el portero y la carambola le llegó a Toché, que empujó sin oposición.

El asunto olía a festival, pero ya se sabe que los azules son expertos este curso en dilapidar ventajas. Un problema que urge mirarse con atención. Y entonces del 2-0 se pasó al 2-2 en ocho minutos. Mikel empaló a la salida de un córner una pelota que entró como un obús tras pegar en Verdés y Zapater, ahora sí, clavo una falta lejana que besó la red por el lado de Juan Carlos. Un sector del Tartiere, con el látigo preparado de inicio, la tomó con el meta, abucheado primero y aplaudido después de camino a las duchas.

Al descanso se llegó con ardor de estómago por la sensación de que se había dejado inexplicablamente vivo a un rival que sangraba en la lona, víctima no sólo del 2-0 en contra sino de un portero, Cristian Álvarez, que pareció un manojo de nervios. Tras el descanso, no hubo ni rastro del Oviedo.

Al equipo de Anquela le costó entonarse un mundo después de recapacitar en el intermedio. El Zaragoza gobernaba el partido con suficiencia y el Oviedo permanecía sin respuesta, superado Forlín y Folch y sustituido Berjón,sin fluidez en el juego, siempre a merced. Sin noticias en ataque, fuera de juego Ñíguez, la película se volcó sobre la portería de Juan Carlos, que salvó al equipo dos veces. Primero sacó un mano a mano a Borja Iglesias y después otro a Ángel. En el peor momento, con el Oviedo con la soga al cuello, el balear sostuvo al equipo. El fondo se lo reconoció con sendas ovaciones.

Anquela abotonó el centro con Rocha para cortar la sangría, que seguía por la banda de Cotugno, incapaz de contener a un excepcional Ángel. Ausentes Ñíguez y Berjón, los azules no contabilizaron ninguna ocasión en la segunda parte, tierno todavía Owusu y fundido Toché. Noaqueado, bastante tuvo el Oviedo con conservar un punto que supo a gloria después de una noche que empezó en subidón y acabó en bajón,

El empate deja un ecosistema algo gris que urge voltear con una actuación redonda fuera de casa, la gran tarea pendiente de este equipo desde que volvió al fútbol profesional. Un golpe en Barcelona alejaría la sensación de que el Oviedo se ha estancado.