Da la impresión de que, hagas lo que hagas, en Alcorcón siempre empiezas por detrás, a contrapié. La piedra de Sísifo. Tiene algo Santo Domingo que se atraganta a los rivales. Las medidas son las reglamentarias, el césped está perfectamente cuidado y la grada no aprieta especialmente. Pero hay algo, le llamaremos factor X, que te obliga a remar más que el rival. El Oviedo se plantó sobre el césped de Santo Domingo con armadura y escudo, preparado para la batalla, consciente de que el partido se decidiría en cada balón dividido. Guerra de guerrillas. Quizás el error sea ese, querer jugar con las armas que mejor domina el rival.

Así lo demuestra el 2-0 final. El Oviedo fue menos en el cuerpo a cuerpo y el esfuerzo no fue suficiente para ganar en un terreno que siempre se le atragantado a los azules.

El choque no se explica sin añadir nuevas líneas al capítulo de infortunios azules de esta temporada. Un factor que condiciona cualquier juicio.

Las plegarias carbayonas en la previa iban dirigidas al estado de Toché, elemento capital en las aspiraciones goleadoras del Oviedo. El rezo había tenido efectos y el murciano formó de inicio en el once. Pero su participación se truncó a los 30 minutos. En una jugada sin chicha, Toché se echó la mano a la rodilla y el banquillo reaccionó con gesto de preocupación.

Al momento, Linares y Owusu empezaron a calentar como acto reflejo a la caída del murciano y anticipo de lo que pasaría un par de minutos después. El partido del murciano se acabó a los 30 minutos y al Oviedo se le escapó su argumento más convincente para el gol. Owusu saltó al campo con ese aire imprevisible que preside todas sus acciones.

El caso es que el cambio apenas cambió el panorama del partido. Hasta la lesión de Toché, el partido había presentado a dos contendientes más pendientes de situarse con orden en el campo que de intentar meter mano en la defensa rival. Saúl desde la frontal fue el único aviso azul.

El Oviedo no visitaba a Casto pero tampoco se le veía incómodo sobre el césped. Dentro del ritmo cansino del partido, todo quedaba expuesto a un accidente. Solo un chispazo podía acelerar el guión.

Llegó a los 41 minutos y tuvo color amarillo. Soriano centró desde lejos y Giménez se elevó más que nadie para cabecear picado a la red. Dio la impresión de que el Alcorcón había acumulado pocos méritos para tan jugosa renta. En realidad, es la tónica de la temporada: los rivales llegan al área de Juan Carlos y encuentran premio rápido. No tienen que sacar tíquet y esperar su turno.

La segunda mitad mostró a un Alcorcón aún más replegado, cómodo con sus planes. Fuerte en el centro, preparado para la disputa y alegre con espacios. La hoja de ruta de Velázquez pasaba por aprovechar alguna migaja en el área, no pedía más. Pudo suceder a los 56.La pelota cayó en la zona de peligro y Dumitru chutó abajo, con el interior. La pelota se fue al poste izquierdo de Juan Carlos, que resopló al recoger el rechace. El Oviedo había sorteado la sentencia.

Pero esta no tardó en llegar. Otra vez una pelota suelta en el área. De nuevo falta de contundencia en la zaga. Esta vez fue Laure, lateral alfarero, el que llegó antes que nadie para chutar abajo a la red. El 2-0 sí convertía Santo Domingo en una pared imposible de escalar.

Y ahí se acabó el partido, a los 60 minutos. Media hora por delante para mostrar las penas de un equipo que se supo herido de muerte. Explicaría después Anquela que al equipo le cuesta levantarse, que es incapaz de asumir los contratiempos. Volvemos a cuestiones de carácter, a alguno de los defectos enumerados por Hierro la temporada pasada. Y queda demostrado una vez más que el entrenador puede influir en el ánimo pero que al final se impone el ADN del jugador. Aún no se han popularizado las transfusiones de sangre de entrenador a futbolistas.

Al Oviedo de Anquela le asaltan dos tipos de problemas a estas alturas de temporada. Unos son futbolísticos, el equipo aún no ha encontrado un patrón de juego que le convierta en un equipo maduro capaz de luchar en Segunda. Pero antes están los del carácter, los de espíritu de equipo. Da la impresión de que en ellos pelea Anquela antes de zambullirse en cuestiones futbolísticas. El entrenador tiene un duro papel como técnico y psicólogo.

El gol de Laure, a los 60 minutos, acabó con el partido

Las plegarias carbayonas en la previa iban dirigidas al estado de Toché, elemento capital en las aspiraciones goleadoras del Oviedo. El rezo había tenido efectos y el murciano formó de inicio en el once. Pero su participación se truncó a los 30 minutos. En una jugada sin chicha, Toché se echó la mano a la rodilla y el banquillo reaccionó con gesto de preocupación.

Al momento, Linares y Owusu empezaron a calentar como acto reflejo a la caída del murciano y anticipo de lo que pasaría un par de minutos después. El partido del murciano se acabó a los 30 minutos y al Oviedo se le escapó su argumento más convincente para el gol. Owusu saltó al campo con ese aire imprevisible que preside todas sus acciones.

El caso es que el cambio apenas cambió el panorama del partido. Hasta la lesión de Toché, el partido había presentado a dos contendientes más pendientes de situarse con orden en el campo que de intentar meter mano en la defensa rival. Saúl desde la frontal fue el único aviso azul.

El Oviedo no visitaba a Casto pero tampoco se le veía incómodo sobre el césped. Dentro del ritmo cansino del partido, todo quedaba expuesto a un accidente. Solo un chispazo podía acelerar el guión.

Llegó a los 41 minutos y tuvo color amarillo. Soriano centró desde lejos y Giménez se elevó más que nadie para cabecear picado a la red. Dio la impresión de que el Alcorcón había acumulado pocos méritos para tan jugosa renta. En realidad, es la tónica de la temporada: los rivales llegan al área de Juan Carlos y encuentran premio rápido. No tienen que sacar tíquet y esperar su turno.

La segunda mitad mostró a un Alcorcón aún más replegado, cómodo con sus planes. Fuerte en el centro, preparado para la disputa y alegre con espacios. La hoja de ruta de Velázquez pasaba por aprovechar alguna migaja en el área, no pedía más. Pudo suceder a los 56.La pelota cayó en la zona de peligro y Dumitru chutó abajo, con el interior. La pelota se fue al poste izquierdo de Juan Carlos, que resopló al recoger el rechace. El Oviedo había sorteado la sentencia.

Pero esta no tardó en llegar. Otra vez una pelota suelta en el área. De nuevo falta de contundencia en la zaga. Esta vez fue Laure, lateral alfarero, el que llegó antes que nadie para chutar abajo a la red. El 2-0 sí convertía Santo Domingo en una pared imposible de escalar.

Y ahí se acabó el partido, a los 60 minutos. Media hora por delante para mostrar las penas de un equipo que se supo herido de muerte. Explicaría después Anquela que al equipo le cuesta levantarse, que es incapaz de asumir los contratiempos. Volvemos a cuestiones de carácter, a alguno de los defectos enumerados por Hierro la temporada pasada. Y queda demostrado una vez más que el entrenador puede influir en el ánimo pero que al final se impone el ADN del jugador. Aún no se han popularizado las transfusiones de sangre de entrenador a futbolistas.

Al Oviedo de Anquela le asaltan dos tipos de problemas a estas alturas de temporada. Unos son futbolísticos, el equipo aún no ha encontrado un patrón de juego que le convierta en un equipo maduro capaz de luchar en Segunda. Pero antes están los del carácter, los de espíritu de equipo. Da la impresión de que en ellos pelea Anquela antes de zambullirse en cuestiones futbolísticas. El entrenador tiene un duro papel como técnico y psicólogo.