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Análisis

El Oviedo superviviente

El Oviedo superviviente

Lo de Tarragona fue un resumen de la temporada en espacio reducido. Un tráiler de la serie en la que vive este Oviedo. Nunca unos 90 minutos habían arrojado tantos obstáculos en el camino. Repasemos: un penalti fallado, un malentendido (otro) en la defensa, una (otra) lesión de un hombre importante, una expulsión, un resbalón en un penalti? A todo eso y más se enfrentó el Oviedo en el Nou Estadi y salió con una sonrisa. Con tiritas por los percances, pero con una satisfacción plena: los fantasmas de los partidos fuera de casa vuelven al armario.

Ni el chut alto de Berjón, ni la falta de entendimiento entre Mossa y Juan Carlos, ni Forlín groggy, ni la roja a Carlos Hernández, ni el tibio lanzamiento de Ñíguez pudieron con el Oviedo. El equipo de Anquela, superado el primer cuarto de la competición, ha demostrado que le falta un patrón claro en el juego, también que sigue teniendo pérdidas atrás, pero también que profesa una fe inquebrantable en que va a superar cada obstáculo. El Oviedo de Anquela, a falta de un fútbol virtuoso al que agarrarse, es un equipo superviviente.

Anquela encuentra soluciones sobre la marcha

Anquela es como ese náufrago que debe ir tirando con lo primero que se encuentra. Un día aprovecha un cocotero, otro se hace una caña de pescar. Estar en condiciones extremas le hace afinar el ingenio en la búsqueda de soluciones. A veces se equivoca pero forma parte de su puesta a punto del equipo, basado en sistema de ensayo-error. Ayer el técnico decide regresar al 4-1-4-1 que convierte al Oviedo en un conjunto apelmazado, sin fluidez. Pero siempre está el descanso para corregir. A la vuelta de vestuarios, Forlín guardaba las espaldas los centrales y Mossa y Cotugno habían instalado el campo base más allá del centro del campo. Como ante el Lugo, el equipo mejoró tras el descanso. Y como ante el Lugo, el Oviedo fue mejor con un libre y dos centrales. Anquela tiene una virtud poco vista en los entrenadores: no se obceca. Cuando las cosas no funcionan, vuelve a barajar las cartas. Mientras sigue buscando el fuego, Anquela sobrevive con lo que encuentra a cada paso.

Forlín, el guardaespaldas

El argentino debe ser el confidente de Juan Carlos, el hombre más cercano al área azul. Ayer probó en dos posiciones. Por delante de los centrales, Forlín se anula. No es un futbolista con capacidad para iniciar la jugada, no parece que esa sea su principal preocupación. Tampoco lucen ahí sus virtudes al corte. Tras el descanso, se situó como último hombre, como defensa-escoba, encargado de barrer los balones sueltos. Forlín creció al mismo tiempo que el Oviedo, hasta que un cabezazo le dejó fuera. Alejarle del área es un lujo que los azules no se pueden permitir.

El penalti de tapín

El partido se decidió desde los once metros, vibrante desenlace. Pero antes del encuentro entre Ñíguez y la presión, Mossa había protagonizado la escena. No parece casual el penalti sobre el lateral. El Oviedo jugaba en esos momentos con un futbolista menos por la expulsión de Carlos Hernández pero nadie pensó en dar un paso atrás. De ahí que Mossa pisara el área rival y del encontronazo naciera un penalti. Sin Linares ni Berjón en el campo (y con Toché en Oviedo), Ñíguez pidió la pelota. Ejecutó el peor penalti de la temporada, la pelota salió blanda, indecisa como el Oviedo de fuera de casa pero Dimitrievski no fue capaz de repeler el chut. El toque de Aarón fue acompañado de un trozo de césped, un tapín que sirvió de elemento desconcertante para el delantero. También ese chut sintetiza el Oviedo lejos del Tartiere: hasta el movimiento más mecánico cuesta más de la cuenta.

Un lastre menos

Ganar fuera de casa supone un importante lastre que se queda en Tarragona. Hay un elemento psicológico a tener en cuenta con la victoria. El Oviedo demostró ayer que cuando es atrevido y directo puede discutirle a cualquier rival. Aunque sea en su estadio. Pucela supone la reválida esta semana.

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