Hace algunos años -no tantos como cabría imaginar- el empate del pasado domingo en Huesca hubiera sido un drama para el Oviedismo. Habrían dado igual los condicionantes -era el campo del líder, del que hasta la fecha solo se habían escapado dos empates- y todavía hoy estaríamos maldiciendo el penalti fallado y el error que nos costó el gol. Y sin embargo, nada de eso sucedió. Más bien todo lo contrario. La afición azul terminó el partido del domingo con la sensación de que sí, se podían haber sacado los tres puntos, pero que el botín obtenido, y con perdón de la expresión, era un "puntín cojonudo".

Se juntan varios factores para haber alcanzado esta especie de estado zen en el que nos encontramos. El primero es que la afición, después de todo lo vivido, ha desarrollado una especie de instinto que le permite identificar muy rápido por dónde van los tiros cada temporada. Si le convence lo que ve, se suma con pasión.

El segundo es que el club ha mejorado notablemente en el ámbito de la comunicación; está mucho más abierto y transmite los mensajes con una naturalidad y una cercanía que parecían haber desaparecido en los últimos años. Se han puesto en marcha acciones muy sencillas que llegan al aficionado al lugar exacto, que no es otro que el corazón. ¿A quién no le hubiera gustado que lo llamara Linares para felicitarte las fiestas navideñas?

Y el tercero, y quizá la piedra angular de todo, es que el capitán de la nave es de esos tipos de los que uno se fía, porque cuando lo ve manejar el timón, en sus ojos se puede ver permanentemente el punto de destino. Ya lo decían los antiguos griegos: no hay viento favorable para quien no sabe a dónde va. Anquela se pasó el inicio de temporada capeando el temporal, con el chubasquero empapado y con una mano sujetando el gorro, no se lo fuera a llevar el viento. Así estábamos todos, en realidad. Juntos, empezamos a ver brillar a lo lejos la luz del sol. Y hoy, vemos esperanza en cualquier rincón. Incluso después de fallar un penalti y de regalar un gol, por ejemplo. Porque todos sabíamos que ese partido no lo perdíamos.

¿Dónde está el secreto del entrenador? Seguramente que se trate de un tipo trabajador, honesto y sincero ayude, pero hay algo que, por encima de cualquier otra cosa, hace que los entrenadores enganchen con la afición. Y no son las jugadas ensayadas, ni las victorias, ni las arengas ni las frases graciosas. Lo que más nos gusta a los aficionados es que nuestro míster, cuando resume un partido que acaba de finalizar, nos cuente exactamente lo que hemos visto. Sin colorantes ni conservantes.

"Ser del Oviedo es una religión aquí, es precioso y yo tengo que estar a esa altura, y aunque es muy difícil, no podemos decirles que no se ilusionen, sólo que nos ayuden a sabiendas de lo complicado que es". Él, al menos hasta el momento, está a altura. Y la afición, al menos hasta el momento, también. Ambos hemos coincidido en el espacio y en el tiempo -algo casi improbable en el Oviedismo- y enfocamos, con ilusión y conscientes de lo difícil que es, un objetivo común. Tal vez por eso somos tan felices de vez en cuando con un empate. Pero claro, hay que estar dentro de la ecuación para entenderlo.