Iyana Marzoa tiene ocho años, viste la equipación completa del Oviedo, luce el brazalete de su ídolo Toché y un antifaz azul que no oculta la ilusión que transmiten de sus ojos oscuros.

-¿Este año sí?

-"Este año subimos", contesta con voz tierna y timidez infantil.

Iyana espera por su entrada en los aledaños del Carranza. Le observa Eva, su madre, y Juan Ignacio, su padre. Han llegado desde Oviedo. Se han cruzado el país por un sentimiento. La calle principal, otras veces repleta, tiene menos movimiento del esperado. En pleno Carnaval, las chirigotas son sagradas en Cádiz. Cosa más "seria" que el balón.

No es que el estadio del Cádiz, que de vertical da vértigo, presentara ayer una floja entrada. No. Aquí el fútbol se lleva en las venas y se siente de verdad. Pero había anunciado un lleno que no se alcanzó ni de lejos. Si se vendieron todas las entradas hubo quien faltó a la cita.

Un leve sonido a chirigota envolvió desde muy pronto el ambiente de una ciudad guasona y carnavelasca. La jornada, cielo azul y rasca, amaneció, no obstante, menos disfrazada de lo esperado. Hubo en el estadio más peluca que otra cosa. Como la de Rubén Nieto (29 años) y Elena Cotarelo (31), oviedistas de L'Entregu. "Yo al principio no veía el ascenso. Pero ahora sí estoy ilusionado. Corren, presionan. Somos un equipo. Si no pasa anda, como el año de Egea, tenemos posibilidades", decía él, peluca azul, camiseta y bufanda. Ella, misma estampa, asentía.

El Carranza, como siempre, elevó los decibelios. El escenario es tan especial para el oviedismo que fue inevitable no alzar la vista a la grada alta de la tribuna descubierta. El día que el Oviedo volvió a Segunda y dio un portazo a su época en el barro, imborrables los recuerdos, había allí 3.000 oviedistas con el alma de los 30.000 que caben en el Tartiere y de los 155 que sufrían injustamente fuera del estadio. Ayer la representación azul no fue tan elevada, sobre un centenar, pero se dejó notar. "El equipo es un equipo. Tienen las ideas claras, sea cual sea el resultado", señalaba Israel García, que buscaba una entrada junto a su novia Silvina Rodríguez.

Por las inmediaciones del estadio pululaban también una pareja especial. Los dos de Oviedo, pero él de amarillo y ella de azul. Ella es Raquel Suárez, 29 años. Él es David Rodríguez (31 años) y lleva cinco años viviendo en Cádiz.

-¿Por qué va con la camiseta del Cádiz?

-"Vengo siempre y me tratan muy bien".

Hubo gargantas azules, era de esperar, llegadas del Sur. Por ejemplo la de Mario Álvarez, llegado de Almería, o la de Alberto Prado, de Málaga. El oviedismo no dejó sólo al equipo. Y menos en El Carranza. "Este año la sensación es que se puede", vaticinaba Manuel Fernández, oviedista de La Fresneda. "Se puede, sí". Pues eso.