Quien hubiera temido una mala factura del revés en el Carranza no se equivocaba. Al Oviedo se le indigestó ayer de mala manera el rocoso Albacete y se quedó de nuevo impotente en casa, sin la octava victoria consecutiva y a cero nueve meses después. Los azules observaron en el Albacete su espejo, mismo esquema, mismas armas, mismos secretos, y no supieron cómo combatirle tras un cara a cara tosco y guerrillero. El punto es un mal menor que no conviene tampoco subestimar, pero que para nada satisface a la bancada azul, acostumbrada ya a ver a su equipo salir airoso de batallas similares. En un momento en el que el líder afloja y el play-off se aprieta, quince fechas ya para la meta, los azules han bajado la guardia después de sumar sólo un punto de los últimos seis. Toca reacción en Zaragoza, por aquello de no darle ningún pábulo a los fantasmas, que ya se sabe cómo se la gastan por aquí cuando mayo empieza a asomar en el horizonte. La Segunda nunca perdona.

Más allá de la decepción del resultado, porque un empate en casa siempre es una decepción para un aspirante como el Oviedo (había que ver los gestos de Anquela en la rueda de prensa), al equipo azul se le puede reprochar lo que tantas veces se le aplaudió: la intensidad, el oficio en la lucha, la capacidad para adelantar desde la lucha al rival y fabricar ocasiones de la nada. Ayer, sorpresa, el cuerpo a cuerpo fue casi siempre del Albacete, especialmente en la primera parte, infranqueable en el balón aéreo. En un escenario donde el Oviedo de Anquela siempre fue el rey, ayer brilló el Albacete, la horma de su zapato.

También destiló el Oviedo un punto conformista que no se debe obviar. Con el partido atascado en la segunda parte, Anquela no se atrevió a modificar el dibujo para jugar con dos delanteros, movimiento que tan buen resultado le dio el día del Almería. Esta vez, el técnico prefirió mantener el cinturón de seguridad y cambiar cromo por cromo: Toché por Linares y Fabbrini por Ñíguez. El Oviedo mejoró, pero no lo suficiente para asustar más de la cuenta a un rival estupendamente armado que se plantó en el Tartiere sin el díscolo Erice y sin su goleador Zozulya.

El punto permite al Oviedo seguir dando pasos, que en este maratón es lo que importa, pero debe servir también como un toque de atención. Urge rebobinar el partido de ayer las veces que haga falta a fin de encontrar una solución para cuando vengan equipos con un traje similar. El Oviedo nunca dio sensación real de poder ganar. Tampoco, conste también, de poder perder. Un partido de Segunda de manual.

En el regreso al Tartiere después del derbi, el Oviedo nunca supo cogerle la temperatura al partido. El Albacete se plantó en el (mal) césped con idéntico traje que su rival: abrochado con cinco piezas, bien cubiertas las alas, y la misma propuesta rocosa y dura, pocos fuegos artificiales y mucho curro. Cara a cara dos equipos cortados por el mismo patrón, mismas armas.

Como si le costara reconocerse en el espejo, el Oviedo tuvo las constantes apelmazadas durante toda la primera parte, perdedor casi siempre en las disputas, impreciso en el centro del campo y desasistido arriba. Una prueba simbólica sucedió nada más empezar: el Albacete sacó de centro, largó un pelotazo y los azules estuvieron tres minutos, tres, sin poder salir de su campo. Entrar con fuerza a los partidos importa, que se lo pregunten a Anquela. Ya se sabe que en Segunda también es obligatorio aparentar.

Incómodo, el Oviedo no lo tuvo nunca claro. Mossa y Diegui apenas encontraron rendijas por las que colarse y, menguado Aarón Ñíguez, para incordiar se quedó solo Saúl Berjón, el mejor con diferencia sobre el campo. De las botas del ovetense salió todo el peligro carbayón, que tampoco fue mucho. En una de sus arrancadas, provocó un córner que sacó en corto para Ñíguez. El centro del ilicitano lo remató Christian Fernández, sólo, por encima de la portería. Era más fácil echarla fuera que dentro. Como en Cádiz, el cántabro no atinaba a gol con todo de cara. Probablemente, de haber cantado bingo estaríamos escribiendo otra historia. La línea es muy fina.

Hubo pocas más noticias ofensivas del Oviedo, destemplado Hidi El húngaro, zurda fina, jugó con criterio, pero nunca controló el centro del campo y sufrió en esas tareas defensivas a las que tan bien se acomodó Rocha.

El Albacete no sólo se mantenía entero y fuerte sino que dominaba posicionalmente el partido y picaba cada vez que la pelota la cogía el escurridizo Bela.

Los manchegos, muy duros de pelar, habían avisado al cuarto de hora con un remate flojo de Aridane que detuvo Alfonso y al poco Gálvez, de nuevo de cabeza, no castigó la mala salida de Alfonso en un córner. Aunque los azules no sufrían, tampoco dominaban el partido, con una marcha menos de lo habitual. La sensaciones no eran buenas en el Tartiere, al que recorrió un escalofrío cuando Bela se adentró en el área, se fue sacando rivales de encima y su centro a punto estuvo de mandarlo a la red Dani Rodríguez. Las duchas esta vez se agradecieron, confiado el personal en que Anquela pegara dos gritos y el equipo espabilara por fin. Cuántas veces este año.

Pero no. El zapatazo de Aridane a la vuelta de diván advirtió de que los derroteros eran más o menos los mismos. Mucho ruido y pocas nueces. Anquela envidó con Toché y con Fabbrini poco después de que un centro de córner de Berjón subiera los decibelios. La pelota se paseó por el área y el Tartiere reclamó penalti a Carlos. Era mentira. El partido se fue consumiendo en la tosca disputa salvo cuando pedía paso Fabbrini, con otra marcha más. El italiano chutó flojo a las manos de Nadal. Fue el segundo disparo del Oviedo a puerta. Minuto 76. En su primera gran puesta en escena en liga, al italiano se le vieron cosas para la esperanza, más que a Hidi y a Mariga. Quizá la mejor noticia de ayer para el Oviedo.

Incapaz de penetrar el muro, y desconfiado atrás por si las contras, los azules se entregaron una vez más a Berjón, que lo intentó al final con una internada que quedó en nada. En nada como casi todo lo que sucedió en el duelo. El Oviedo sigue sumando, pero debe volver a poner las espadas en alto. Esto ya no da tregua.