A veces, un chispazo basta para desencadenar los acontecimientos. Basta un detalle para que las cosas sigan el curso que se supone deben de seguir. Ocurrió a los 17 minutos de partido porque hasta entonces había reinado la igualdad. Fue en ese momento cuando Longo ejecutó un movimiento del manual del perfecto delantero. Un tutorial de youtube: fijó a Christian con un brazo, controló con el pecho orientando la acción, se dio la vuelta y chutó con la zurda al rincón. Ejecutó tal compleja maniobra en menos tiempos del que se tarda en describirla. Ese 1-0 cambió el partido. Al Tenerife le crecieron las alas, las que le han aupado de la mano de Etxeberría a los puestos de soñar con algo grande. Y al Oviedo le asaltaron las dudas. De nuevo en el diván, los de Anquela revivieron sus temores más profundos y aunque el balón parado le dio algo de vida, el partido terminó por darle la espalda una vez más: 3-1.

El Oviedo no fue inferior al Tenerife en el primer cara a cara, el que lleva desde el inicio a los quince minutos. Parecía aseado el equipo de Anquela, intentando presionar al equipo local, incomodándole. Tratando de dañarle si tenía ocasión. Berjón aprovechó una falta algo lejana a los dos minutos para chutar por fuera de la barrera, una parábola que casi nadie esperaba. Sí lo intuyó Dani Hernández, meta chicharrero, que despejó con apuros.

Carlos Hernández mostró su poderío aéreo al cuarto de hora. Centró Berjón y el zaguero saltó más que nadie: su remate en parábola pasó cerca del poste. Lo dicho: el Oviedo, ordenado aunque sin brillantez, plantaba cara a un Tenerife que llegaba en racha, imparable.

Pero las dinámicas juegan en una categoría tan igualada. Y los grandes jugadores, también. Ahí es donde entró Longo en escena con la acción ya comentada. Ese 1-0 cambió el partido. Lo inclinó hacia la meta azul.

El Tenerife ya era dueño cuando llegó el segundo zarpazo. Entre medias, mucho dominio de los locales, dueños de la pelota y de los espacios, y una solo protesta, tímida, en un centro peligroso de Johannesson que Carlos Ruiz desvió en el área pequeña. A los 37 fue el segundo varapalo. También este fue un golazo. Longo porfiaba con Verdés cuando la pelota quedó suelta en la frontal. Apareció por allí Mula para conectar un chutazo imparable a la escuadra. Ya había quedado suficientemente claro que el Tenerife, además de jugar mejor, estaba más atento a los detalles: como ese balón sin dueño en una zona tan peligrosa. La defensa azul pensó que el árbitro iba a señalar la falta sobre Longo, pero solo Mula creyó en un final mejor. El segundo mazazo acentuó las diferencias. La sensación al descanso es que tras el gol de Longo se habían mostrado las realidades de uno y otro equipo, tan diferentes sus trayectorias el último mes como lo expuesto en el primer acto.

Decidió Anquela darle otro enfoque al asunto. O directamente empezar de cero. Introdujo a Fabbrini en el campo por Mossa y el equipo se convirtió en un 4-2-3-1 con el italiano como enganche.Un nuevo traje y una clara apuesta por acumular más gente arriba. También tenía sus riesgos, pues las espaldas quedaban expuestas a la velocidad de los locales. Se entendía el riesgo por el marcador.

La apuesta estuvo cerca de obtener resultados a la primera. Aarón ganó línea de fondo por vez primera y cedió a Fabbrini que controló y disparó, pero la pelota chocó con Alberto casi en la línea de gol. Rocha no pudo acertar en el rechace. Tampoco la suerte estaba esta vez de cara.

Lo que siguió a esa acción es una serie de galopadas del Tenerife a la contra. En un par de ellas, a Acosta le faltó precisión. En la tercera, la más clara, a Alberto le pudo el lucimiento: su globo se fue fuera. El Oviedo, que se paseaba en el alambre, había sobrevivido al momento crítico y aún le quedaba una última vida.

Se agarró a ella con el balón parado, por supuesto. Un factor que nunca falla, ni en las buenas ni en las malas. Berjón ejecutó el centro y Forlín cabeceó limpiamente a la red. El Oviedo, he aquí un mérito en una noche poco afortunada, había encontrado un tronco al que agarrarse en su intento por llegar a la orilla. Carlos Hernández tuvo en su testa el empate pocos minutos después, pero el intento se fue arriba. Hubiera parecido muy exagerado que de dos cabezazos el Oviedo igualara el choque, pero cosas más raras se han visto en el fútbol.

Seguía arriesgando el Oviedo, postura entendible a esas alturas de película, cuando llegó la sentencia. Fue a la contra, cómo no. Esta vez, la pelota le llegó a Mula, sangre fría y calidad para picar la pelota por encima de Alfonso y hacer un 3-1 que parecía una ventaja enorme con lo que quedaba por jugarse.

La derrota, que puede entrar dentro de lo razonable ante un rival tan fuerte, se suma a un mes previo que hizo daño. En ese contexto se entiende el dolor del 3-1. Pero la competición siempre ofrece otra oportunidad. Y con tres por delante, al Oviedo aún le quedan vidas.