A principios de los años 90, en el antiguo Carlos Tartiere, se cantaba mucho el "Ahora, ahora, ahora, Oviedo, ahora". Solía coincidir con un saque de esquina o con una falta a favor y era fruto de un encuentro: el del empuje del equipo con la ilusión de la afición. Los jugadores habían metido una marcha más. La hinchada entendía que era el momento. El resto lo hace la melancolía: recordamos aquel estadio como un fortín. Hoy nos encontramos en un momento inversamente proporcional. El equipo suma 5 jornadas sin ganar y parte de la afición comienza a mostrar síntomas de que la confianza se quiebra. El derbi, admitámoslo, nos dejó extasiados. Fue como una gran fiesta en la que nos olvidamos de recoger (como suele pasar en todas las fiestas, por otro lado) y de la que parece que aún estamos resacosos. Jugadores y afición.

Pero ya. Tampoco es ningún drama. El equipo da sensación de bloqueo, pero no de estar muerto. De las tres derrotas -ninguna de ellas hubiera sido algo descabellado a priori- la de Cádiz fue como fue y las otras dos, malos partidos de los nuestros. Los empates en casa supusieron más tedio que otra cosa.

Contra esta racha no valen argumentos como los de aquellos que dicen "en la primera vuelta llevábamos los mismos puntos", más que nada porque esto es fútbol y las estadísticas no sirven para nada, pero tampoco caben los agoreros que ven una repetición de los finales de las dos últimas temporadas. Y no caben, principalmente, porque el equipo ha dado sobradas muestras de saber competir y porque el entrenador ha dejado claro que no le importa rectificar lo que no funciona. Anquela ha ganado muchos partidos desde el banquillo y es normal que pierda alguno. Si tuviera la varita mágica para ganarlos todos seguramente no estaría con nosotros.

Ni los resultados de la primera vuelta se van a repetir por arte de magia ni el desastre final de Generelo y Hierro va a volver porque sí. Los jugadores están con el entrenador, cosa básica para poder luchar por el objetivo. Y, por otro lado, a día de hoy no se conoce ningún caso de un preparador que deje de poner a los que considera los mejores -o los más preparados- para jugar un partido.

Después de cinco jornadas sin ganar, estamos a un punto de los puestos de play-off de ascenso. La poca fiabilidad de todos los equipos es un motivo para la esperanza de un Real Oviedo que tiene que armarse para los 12 partidos que quedan. ¿Hace falta que alguien nos explique lo que puede cambiar la vida con 36 puntos en juego? ¿Alguien, a estas alturas, no ha comprendido aún lo complicado que es el fútbol cuando sacas un poco de pecho? ¿A algún oviedista no le pone un partido ante uno de los candidatos al ascenso, al que acudimos con un montón de bajas y con todas las de perder, y en el que todos soñamos que algún chico del filial nos saque las castañas del fuego? Los que quieran bajarse del barco están en su derecho de hacerlo, pero que no nos lo impidan a los que, con argumentos sólidos, queremos seguir soñando.

Ahora que es el peor momento de la temporada, ahora, Oviedo, ahora.