Siete meses después, el Oviedo volvió a perder en Liga en el Tartiere ante un rival que tiene misteriosamente atragantado: el Alcorcón. El batacazo fue de órdago porque nadie imaginaba semejante traspié ahora que la cosa se pone seria. En un partido con muchas aristas, el primer análisis exige levantar la lupa y tomar un vistazo general de la situación. La conclusión es innegablemente inquietante: ayer ganaron Zaragoza, Numancia y Valladolid y perdió el Oviedo, el único que frenó en seco. Todavía queda mucho y hay margen de sobra (aquí la esperanza), pero la sensación ahora (aquí la desesperanza) es que el equipo azul está atascado, sin fuelle, gripado cuando más fresco hay que estar y sin ningún plan en el horizonte al que abrazarse. El Oviedo no tira cuando la mayoría tira. El destello de luz que se advirtió en Córdoba quedó dolorosamente sepultado ayer con un sopapo que, por mucho que escueza, que escuece, debe tener una inteligente digestión. Los pellizcos en la caseta son ahora tan urgentes como la calma y la tranquilidad fuera de ella. No queda otra a nueve jornadas para el final de la temporada.

El patinazo tiene crueldad en el envoltorio, porque es cierto que se perdió cuando seguramente no se mereció, porque es verdad que hubo ocasiones para ganar (un larguero, un gol anulado por otro ajustadísimo fuera de juego) y porque es verdad que se bregó y se furó. Pero el envoltorio no debe ocultar un escenario preocupante que tiene que ver con la sensación de fatiga que emite el equipo, más táctica que física. La condena del Oviedo empezó ayer en su propia propuesta, excesivamente conservadora durante una hora de partido cuando se trataba de ganar en casa al Alcorcón, equipo con menos potencial y que lucha por no descender. Durante muchos minutos, hasta la entrada de Ñíguez y el cambio de dibujo, el Oviedo pareció jugar más a no perder que a ganar.

Más allá de las piezas, que son las que son, el hecho de que el sistema con cinco haya dado tan buenos resultados tiempo atrás no implica la obligación de actuar con él siempre, independientemente del escenario y el lugar. Especialmente cuando, como se vio ayer en la media hora final y reconoció Anquela después, hay alternativas. Al Oviedo le faltó tiempo ayer para completar el arreón una vez que Fabbrini se fue al centro y el equipo se desabrochó. Después llegó el error de Viti, un fallo muy cruel para un canterano querido que, por cierto, debió salir mucho antes que en el minuto 86. Aunque costó la derrota, no se le debe crucificar. Viti tiene fútbol y futuro y, arropado como estará, el error le fortalecerá.

Para completar la película de terror, el gol del Alcorcón fue de un exjugador azul, Pereira, que no lo celebró. El traspié deja muy mal cuerpo y síntomas de debilidad en el peor momento pero, después de todo, el play-off quedará como mucho a tres puntos. Es sólo una zancada, que debe darse en Lugo sin falta.

La jornada amaneció ya muy torcida, con un disgusto de época. El accidente de Pelayo Novo en Huesca no sólo cortó la respiración al fútbol sino que tocó la fibra más sensible del oviedismo, en ascuas por uno de los suyos, chaval excelente y futbolista sencillo y llano, de esos que engrandecen este negocio plagado de buitres. A las seis en punto, cuando sonó el silbato en el Tartiere, había otro partido más importante en un hospital de Zaragoza, donde el futbolista luchaba fuerte y, con él, un montón de almas azules. Pela remó cuando el Oviedo estaba en pañales y es uno de los responsables de que tenga el futuro que tiene hoy. Eso no se olvida jamás.

Atontado por el brutal escalofrío, el Oviedo asomó por el irregular césped destemplado, con menos electricidad de la esperada. Anquela apostó por Hidi en lugar de Rocha y dio continuidad a Cotugno y a Fabbrini en la derecha, relegando a Aarón. Retoque de nombres, nunca de dibujo. Sin ser nada del otro mundo, el Alcorcón manejó mejor la pelota y el centro del campo en un primer tiempo ni fu ni fa del Oviedo, más pendiente de guardarse la ropa que airearla y lucirla.

Y eso que cuando se cumplió el primer minuto Mossa había llegado dos veces al área rival. Pura apariencia. Lejos de las arrancadas del valenciano y de los arrebatos de Berjón, como siempre la bandera azul, el Oviedo nunca atacó con soltura ni con precisión, trastabillado Fabbrini y perdido el centro del campo. Por una vez, Folch no gobernaba el cotarro y, a su vera, a Hidi le costaba pedirla y jugarla. El Oviedo mantenía el orden en defensa, sin mayores lamentos que un disparo de Asdrúbal desviado y otro de Bruno Gama. Pero no se imponía ni tampoco mordía.

No había fútbol en el Tartiere, ni del Oviedo ni del Alcorcón, y la sensación, sin embargo, era de que los azules tenían más o menos a punto el partido, confiados en el aguijonazo definitivo. Pudo llegar en un disparo con intención de Christian desde la frontal y, sobre todo, en una exquisita combinación de Toché y Berjón. El murciano no acertó de primeras ante Casto. Fue la mejor ocasión del equipo de Anquela, que se desgañitaba en el banquillo en cuclillas, con su habitual tensión. El partido pedía un paso adelante de Hidi y mayor tino de Fabbrini, ambos focos del leve runrún del estadio, que subió el volumen con pitos a la vuelta de las duchas, cuando el Alcorcón aceleró y embotelló durante un cuarto de hora al Oviedo. Fue un momento de colosal pájara en el que se temió lo peor. En pleno desconcierto azul, descosido el equipo y enfadado el estadio, Bruno Gama pudo hacer sangre con una doble ocasión que acabó en nada porque con la zurda remató fuera y con la derecha se encontró con Alfonso.

Con el miedo instalado en la grada, Anquela reclutó a Ñíguez, retiró a Hidi y el dibujo cambio. Fabbrini pasó a la media punta y Aarón se acostó en la derecha. El sistema pasó a ser una suerte de 5-1-3-1, o de 3-3-3-1, porque Mossa adelantó algo su posición. Pizarra al margen, lo cierto es que el Oviedo se desabotonó y se fue a por el partido. Empujado por la inercia y con una hora de retraso, pero a por el partido.

A los tres minutos del cambio, Toché remató violentamente al larguero en media volea. A los siete, el murciano empujó a la red una asistencia de Fabbrini, pero el tanto se anuló por fuera de juego muy justo.

Había otra cosa en el campo y el Tartiere se volvió a conectar. Volcado, seguros ya de la victoria, los azules se fueron hacia arriba. Fabbrini se desató y Ñíguez dio la electricidad que faltaba. Enchufado, el alicantino es fundamental. El Oviedo, ya sí, era merecedor del triunfo y embotelló al Alcorcón, que solo tomaba oxígeno con groseras pérdidas de tiempo. Aarón Ñíguez tuvo dos cabezazos que a punto estuvieron de ser gol y el equipo se mantuvo volcado hasta el final. De diez situaciones así, el equipo azul, poco acertado de cara a gol, hubiera salido victorioso nueve.

El epílogo resultó cruel, porque de un córner a favor el balón le cayó a Viti, que falló en la entrega. Bruno Gama se la entregó a Pereira, que batió por Bajo a Alfonso para dar el triunfo al Alcorcón, equipo ordenado cuyo mérito fue resistir y no arrodillarse jamás.

El duro golpe devuelve las dudas al Oviedo, al que le cuesta un mundo hacer gol. El clavo ardiendo es, debe ser, Lugo, un partido difícil que tiene el disfraz de final. La reacción es urgente porque el momento es clave y el resto de competidores acelera. Una victoria convincente, ya se sabe, lo puede cambiar todo.