Mientras haya vida, que la hay, vaya su la hay, a Dani Pérez no le van a quitar la esperanza. Uno no se hace 1.574 kilómetros así como así para ver al Oviedo. Él sí. Él llegó ayer a Madrid desde Londres, donde pasó el fin de semana. Dos horas y pico de avión, 1069 kilómetros. Aterrizó a las ocho de la mañana en el aeropuerto de Barajas y cogió el coche. Ni se lo pensó. Madrid-Lugo, 505 kilómetros, en cuatro horas escasas. A las doce del medio día de ayer ya tenía una botella de cerveza en la mano. Ya brindaba por el triunfo. "Hay que estar aquí y ganar", dijo a la salida de un bar. Después se dio la vuelta y se fue. Llevaba puesta una camiseta del Oviedo con el número tres: Varela. Lo conoce del gimnasio. Y es amigo. Como de tantos otros.

Como Dani, un montón de oviedistas lucían orgullo azul muy pronto en la Praza Do Campo de Lugo, pleno centro, calles empedradas, un montón de bares alrededor y una fuente (sin agua) en el centro. Había oviedistas abuelos y oviedistas niños. Había oviedistas jóvenes, muchos con gorros y gafas de sol para un sol que, cuando salió, fue mentira. Jornada gris con fina lluvia. En esa coqueta plaza no cabía un alma a las dos y media de la tarde, bufandas al viento y gargantas afinadas. "El partido de hoy marcará nuestro rumbo", decía Manuel Suárez, oviedista cuarentón, por aquí un poco de pulpo, por allá una de raxo. "Hay que ganar sí o sí", decía.

Y sí o sí se ganó. Se ganó para euforia de los dos mil oviedistas que tiñeron las calles de azul pacífico porque, otra vez más, el comportamiento de la afición carbayona volvió a ser ejemplar.

"Ahora tenemos dos partidos en casa que son vitales. Es nuestra oportunidad", aseguraba Ramón Serra mientras vigilaba de refilón a su hijo, el pequeño Monchu, ojos más azules, azules, color Real Oviedo.

Hubo un imponente marcha del centro de Lugo al estadio que sirvió para exhibir por el centro de la ciudad el impresionante orgullo azul, en las duras y en las maduras, inmortalizado por una marabunta de móviles, propios y ajenos, desde la calle y desde los balcones de las casas. En ella, en la marcha, iba José Antonio Alonso Penedo, de la peña Azul Lugones, que llegó de Oviedo junto a varios amigos por la mañana. "Hacía mucha falta volver a ganar", comentaba. Unos metros más allá asentía Carlos Patillo y Dafne Alzola, que aparecieron por Lugo desde Vitoria con parada en Candás. Ellos con Iyán, tres años y mirada tierna. "Somos socios en la distancia, y nunca dejamos de apoyar", señalaba Carlos. También estaba por allí Pablo, policía nacional, ovetense residente en Coruña con su mujer, Ana, en Oviedo. Por la mañana había estado trabajando en Vigo. "Es nuestra oportunidad, no nos queda otra", decía, satisfecho al conocer la alineación y el cambio de sistema.

El oviedismo desfiló por Lugo y se ubicó en dos zonas: una grada en el fondo y otra en el lateral. Desde allí, la hinchada azul aplaudió fuerte en el minuto 18 en un emotivo homenaje a Pelayo Novo, que apareció en el marcador y puso en pie a todo el estadio. Después, los dos mil aficionados se dejaron la garganta y reventaron con el gol de Diegui y con el pitido final. "Ahora Oviedo ahora", cantaba un grupo después, abandonando ya el estadio. "Tiene que ser como en la primera vuelta. Ahora hacia arriba", apuntaba Lorena, feliz con una cerveza. El oviedismo vuelve a creer. Ilusiones renovadas en Lugo. Ahora toca mantenerlo.