El gol, de Diegui Johannesson, puede tomarse por varios caminos. En primer lugar, es el gol de la cantera. El acierto del penúltimo representante en surgir de El Requexón. Un guiño a los de abajo. Pero también es la victoria del nuevo Oviedo, el que apuesta por el 4-2-3-1 para dar cabida a sus artistas, a los que se salen del guion. Aunque siendo honestos, tampoco fue la victoria del talento (solo Berjón llevaba ayer la varita); sino la del trabajo y del juego inteligente. El mérito del Oviedo fue saber esperar su momento. Nunca fue superado por las circunstancias. Con uno más, Anquela introdujo a Johannesson, lateral como opción natural, por Fabbrini, media punta. Una de esas decisiones que, con un resultado adverso, habrían suscitado polémica durante la semana. Pero el gol, el del internacional islandés, también es el de Anquela con esa decisión. El de mantener el rumbo invariable, con cabezonería incluso en alguna ocasión. Porque el 0-1 del Anxo Carro, el que engancha a los azules a la pelea por el play-off, es el del nuevo Oviedo (4-2-3-1), que tiene las señas de identidad del clásico Oviedo, el que solo gana con sufrimiento. El nuevo viejo Oviedo.

Anquela optó por un cambio de dibujo y de los tres centrales y carrileros pasó a un 4-2-3-1 más natural. El esqueleto sostenía al equipo y daba rienda suelta a la imaginación de los tres medias puntas: Berjón, Fabbrini, Aarón. Da igual el orden y la posición. Los tres se movieron en el frente de ataque como atacantes nómadas, sin lugar fijo. La orden era clara: llegar la pelota a esa zona del campo donde se juntan los buenos.

El Oviedo no tardó en presentarse ante Juan Carlos, con una falta que Berjón sirvió a la frontal y Fabbrini continuó disparando alto. La idea azul era incomodar el inicio del Lugo. Se vio en el primer saque del portero local, a los tres minutos. El Oviedo pisó campo contrario, incluso Folch mordía en el área rival. En eso no cambia el equipo a pesar del nuevo aspecto: el primer mandamiento es hacerse incómodo al rival.

El Lugo también tenía claras las cosas. Tienen los gallegos una ventaja en esta categoría: se saben de memoria su papel. Desde tiempos de Quique Setién la apuesta es decidida por el balón, por el juego combinativo. Cada inquilino nuevo del banquillo comulga con ese ideario. Solo con echar un vistazo a la pareja de pivotes se intuye la propuesta. Seoane y Pita pueden jugar andando porque es la pelota la que se desplaza a velocidad vertiginosa. Futbolistas rápidos de mente.

Como el meticuloso Anquela conocía sus intenciones, minó la medular gallega. En su primera aproximación, el Lugo amagó por la izquierda y quiso golpear por la derecha, pero el cabezazo de Iriome no encontró la portería de Alfonso.

El Oviedo mató al Lugo al final con una bonita jugada

Apenas encontró vías el Lugo en el primer acto. Alguna recepción de Campillo y alguna incorporación aislada. El lateral Kravets chutó a las nubes en un intento de correr. El Oviedo le dio réplica rápidamente, también al galope. Cotugno pisó campo enemigo, cambió hacia la izquierda, territorio de Berjón. La opción más sabia. El extremo controló y chutó raso, desviado. No dio para más una primera parte demasiado cuadriculada, encerrada en las libretas de los técnicos.

La charla de Francisco al descanso trajo efectos inmediatos y, al minuto de regresar, Iriome accedió al área del Oviedo. Cedió atrás, donde llegaba Vico, que chutó de primeras casi en el área pequeña. Emergió Alfonso bajo el larguero para despejar en un alarde de reflejos y evitar que el segundo acto se pusiera muy pronto cuesta arriba para el Oviedo. Respondió el equipo de Anquela, apoyando su argumento en Berjón, que puso un centro milimétrico, marca de la casa. Josete evitó el remate de Toché, despejando lo justo para no marcar en su puerta.

La más clara de los azules llegó casi de inmediato. Christian condujo la contra por el carril central, eligió el momento del servicio y se la dio a Fabbrini, que chutó abajo. Pero Juan Carlos despejó con apuros.

El acelerón de la segunda parte, un guiño al aficionado a las grandes emociones, sufrió un parón a los 65 minutos. El impetuoso Kravets, ya con amarilla, se fue al suelo en un balón dividido con Cotugno. Demasiado empuje. El árbitro castigó la acción con la segunda amarilla.

Fue el punto de inflexión el choque, el momento en el que el Oviedo supo que debía salir de allí con los tres puntos. Lo exigía la afición, a 2.000 seguidores desplazados no se les puede negar una satisfacción así cuando las cosas se ponen de cara. Y lo exigía la tabla. Con nueve jornadas por culminar la temporada y con el play-off separado antes del choque a dos puntos, todo pasaba por ganar. Por dar un salto en vez de pequeños pasitos.

Pero Anquela no se volvió loco. No suele hacerlo en los cambios. El Lugo, en parecida situación al Oviedo, siguió intentándolo con la pelota. Atacando, sí, pero también descubriendo espacios atrás. Quizás Anquela esperaba ese momento, o quizás solo fueron las circunstancias del juego, pero el caso es que el Oviedo podía aprovechar su superioridad en cualquier momento ante el alegre Lugo.

Toché lo buscó a los 79 minutos, en el enésimo regalo de Berjón desde la izquierda, pero su volea no fue limpia. Dos minutos después, sí llegó el premio. Fue de esos tantos que la gente grita con más fuerza. Por el minuto, por el momento, por la grada coloreada de azul. El gol, además, fue elaborado. Aarón centró, Toché interpuso el cuerpo ante el portero local y se la dejó a Johannesson, que controló y tiró en el área con calma, como si no fuera consciente de lo que estaba en juego. Un remate silbando.

Quedaba un suspiro para el final y Anquela empleó los cambios en minar el campo con gladiadores, consciente de que el Lugo apretaría por las últimas ofertas de billete al play-off. Aguantó la zaga, sostenida por Forlín, y respiraron los dos millares de oviedistas en la grada. Al fin otra victoria fuera de casa. Con nueva apuesta aunque con viejas costumbres: sufriendo. Porque de eso, dice Anquela, se trata en Segunda.