El sábado por la noche en El Arcángel (domingo ya de madrugada, 31 grados a las 00:45), mientras el departamento de prensa local repartía bocadillos entre los periodistas, detalle habitual en partidos de Liga de Campeones, en el vestuario del Oviedo se imponía una consigna: autocrítica. Estaba bien lo del 2-4, lo del premio en la primera salida y esos datos históricos que endulzan los oídos del oviedismo, pero el mensaje era obligatorio: quedarse con los errores y mejorar. Ni Anquela, ni Berjón ni Alfonso, que fueron los que hablaron con los medios, lanzaron las campanas al vuelo. Que lo hicieran otros. Normal y necesario, por otra parte, cuando ni siquiera ha acabado agosto. Será por las vueltas que da la Segunda.

De puertas hacia adentro, en realidad, existe un moderado optimismo en el seno del club. Está claro que el arranque motiva. Lo transmiten las sensaciones y lo corroboran los datos. Varios de ellos son contundentes, pero uno, por su paralelismo, suena especialmente ilusionante para la hinchada azul: la última vez que el Oviedo metió cuatro goles fuera de casa en Segunda fue el 13 de diciembre de 1987, hace casi 31 años. Fue también 2-4 y fue también en Andalucía, pero en Granada y no en Córdoba (goles de Juliá, Hicks y dos de Carlos). Aquella temporada, 1987-1988, el Oviedo acabó subiendo a Primera. El último ascenso a la élite de los azules.

Aquello queda tan lejos como lejos queda también mayo, el mes en que se decide todo. De momento, el Oviedo ya ha firmado su mejor inicio liguero desde su vuelta al fútbol profesional (cuatro puntos, por uno el año pasado, tres con Hierro y uno con Egea) y presenta un boceto que, aunque necesitado de ajustes, promete. En la nueva foto azul se advierte un imponente potencial ofensivo que suple la también visible fragilidad atrás, asunto que urge corregir. Por eso, por esa dificultad para ganar sin agobios, hay un punto agridulce en un Oviedo que, bien mirado, ha dejado muchas más cosas buenas que malas en este inicio.

Plantilla muy mejorada. La dirección deportiva azul se ha movido rápido y bien y parece haber corregido un déficit arrastrado en los últimos años: la falta de quilates en el centro del campo. Hay talento en la medular y dinamita arriba. Ya no existe una dependencia exclusiva de Saúl Berjón. Por poner en perspectiva el subidón en la plantilla: Ñíguez, incorporación de relumbrón el curso pasado, no parece tener aquí y ahora sitio en el once azul. El equipo ha pegado un evidente salto de calidad, que redondeará con Alanís para darle salida de balón desde atrás. Ahora es el entrenador el que tiene el reto de manejar los mimbres con habilidad. Ya no solo hay soldados, ahora abundan los buenos violinistas.

Versatilidad en la pizarra: asociación y contra. En estas dos jornadas ya se ha visto que el equipo puede mezclar toque y galope. Un traje u otro, según convenga. Ante el Extremadura en casa el Oviedo secuestró el balón (más de un 60% de posesión) y se gobernó desde la combinación; en Córdoba, que se perdió la posesión (apenas un 35%), se creció a partir del contragolpe, personalizado en el explosivo Bárcenas, protagonista, quizá por todavía desconocido, de la portada oviedista. El equipo tiene estudiado del año pasado el sistema con tres centrales y dos carriles, que puso en práctica ayer cuando compareció Forlín.

Mayor acierto en el remate. Si el Oviedo se dolió ante el Extremadura de su falta de puntería, el sábado en Córdoba se curó la herida casi por completo. Los azules tuvieron menos ocasiones, pero las marcaron. Anotaron a pares los dos extremos. Bárcenas y Berjón, la doble B, primeros pichichis del equipo. El fondo de armario arriba es de Primera: falta por engrasar a Joselu y a Ibra, los delanteros fichados este verano. Toché se quedó a cero, pero dio dos asistencias y trabajó de lo lindo. Se vació.

Capacidad de reacción. Otra de las buenas noticias cordobesas fue la capacidad de reacción. Menguado atrás, el equipo azul supo responder con un aguijonazo cada vez que su rival acortó distancias. Anotó Romero y tres minutos después amplió Berjón. Recortó Piovaccari y diez después marcó Bárcenas. El ruidoso Arcángel apretó después de cada gol, pero el equipo supo aguantar la presión.

Falta de contundencia defensiva. El Arcángel también dejó asuntos a revisar. Por ejemplo, la fragilidad atrás. Dos partidos, tres goles recibidos. ¿Los rivales? Extremadura y Córdoba, un recién ascendido y un equipo con la permanencia como objetivo. El bagaje resulta de todo menos halagüeño si se atiende exclusivamente a este concepto. Al Oviedo le cuesta vivir sin agobios. No es que conceda mucho, que no lo hace, es que le dañan con muy poco. Como si le entrara el tembleque en cada llegada. El Extremadura mordió en el único córner que tuvo y el Córdoba, en dos jugadas que evidenciaron fallos de marcaje y de contundencia defensiva. No ha empezado del todo fino Carlos Hernández, de los mejores el curso pasado, y tampoco ofreció su mejor versión en Córdoba Forlín, reclutado mediada la segunda parte para sostener el triunfo. Es necesario resolver el problema central. Ahora llega Alanís, jugador con buena salida de balón y contundencia, que añadirá sana competencia a la defensa. Dos centrales zurdos y dos diestros. Anquela tiene donde elegir para mejorar el rendimiento en una zona capital en esta categoría.

Lectura de los partidos y el paso atrás. Lo dijo Anquela en plena autocrítica en sala de prensa: hay que saber leer los partidos. Al Oviedo no se le da bien jugar con el resultado. Cómodo en esa adrenalina guerrera que impone el jienense, el equipo falla cuando tiene que dormir los duelos y jugar a que no pase nada. En los dos partidos hasta el momento, el equipo reculó cuando lo tenía todo a favor. Con el paso atrás, el rival se oxigena y se crece. En El Arcángel la cosa no pasó a mayores por el buen hacer de Alfonso y la rápida reacción a cada bofetón. Pero el susto queda y cala. Y a veces decide.

Los cambios. Como cada aficionado tiene dentro un entrenador, el asunto de los cambios pocas veces generará unanimidad. Hubo quien en el debut, con el 1-0, lamentó que Anquela no abrochara el centro del campo retirando a Javi Muñoz, ya cansado, por Forlín. Fue exactamente lo que hizo el jienense en Córdoba, y por ello también fue directo a la diana. El técnico dio entrada al argentino para atornillar al equipo, que de alguna manera se aculó. Más que la presencia del argentino o el cambio de sistema, el Oviedo sufrió a partir del cambio por la ausencia de Boateng, futbolista que, por su enorme despliegue, otorga amplio equilibrio. Resultó también carne de debate el tardío cambio de Toché. Fatigado por su notable trabajo, no fue sustituido hasta el minuto 82. Desde mucho tiempo antes, el Córdoba dejaba espacios atrás, un paraíso para delanteros rápidos como Joselu o potentes como Ibra. El murciano, finalmente, acabó dando el pase del cuarto gol de una goleada ilusionante. La última gran goleada del equipo fuera en fútbol profesional data de 1998, cuando los azules derrotaron al Athletic en San Mamés por 3-5 con tantos de César, Iván Ania, Dely Valdés, Iván Iglesias y Lasa en propia.