Si Wences se presentara hoy mismo en el bar "Taza y Media" en La Florida y viera la que le ha preparado su nieta Paula, con bufandas y banderas a su nombre y fotos suyas colgadas de las paredes, se taparía la cara con la mano, encogería los hombros y susurraría algo para sus adentros, discreto, ni un taco, como hacía cuando perdía al Oviedo: sufrir elegantemente en silencio.

Si Wences se presentara hoy en La Florida y escuchara a su nieta Paula contar el día en que una curandera se presentó a medianoche en su casa, situada en el interior del viejo Carlos Tartiere, y que le dejó pasar al césped para hacer conjuras con unas potas y poner unas velas a ver si se esfumaba de una vez (y se esfumó) la mala racha del equipo de Antic; si Wences escuchara eso, decimos, se volvería a tapar la cara, sonrojado, y diría que no, que él de protagonismos nada. Que un ya día le invitó José María García a explicar en la radio unos novedosos cuidados en el césped y que le había dado largas.

Si Wences supiera que su nieta, admiración infinita, su hija, Susana Blanco, y su yerno, Carlos Muñiz, ya tienen todo listo para inaugurar una peña del Oviedo en su nombre, el próximo miércoles día 17 en La Florida, haría lo mismo que hizo hace meses, en noviembre, cuando el Oviedo le invitó al palco y le entregó una camiseta con el 7: adoptar un perfil bajo y quitarse importancia.

Como Wences no quería saber nada de él y sólo tenía ojos para el Oviedo, ya se encarga Paula de reivindicar la figura de su abuelo: Wenceslao Blanco Ramírez, "una persona prudente, discreta, fiel y muy bueno" que nació en 1934 y se tiró 30 años trabajando para el club: empezó de delegado de los juveniles en los 60 y fue creciendo, de la mano de su gran valedor, Eugenio Prieto, hasta acabar de conserje total, ahora taquillero, ahora utillero, confidente de jugadores y directivos, guardián del viejo Tartiere, donde tenía, literal, su vivienda: un casa de 50 metros cuadrados, cocina y salón juntos, dos habitaciones, un baño y ventanas en el techo que compartía con su mujer, Charo, y a la que se accedía por una de las puertas del estadio. Receptora diaria de decenas de paquetes de los futbolistas, museo de secretos inconfesables.

Wences murió el pasado mayo a los 83 años. El próximo miércoles, sin embargo, se hará definitivamente inmortal. Echará a rodar una peña que se llamará "Wences, siempre fiel", un escudo personalizado (el del Oviedo con una W) y un montón de gente que le quiere. De momento, el colectivo ya tiene 80 socios y subiendo, alguno de otro equipo. Su figura trascendía a los colores: "No quiero que mi abuelo desaparezca. Lo quiero tener presente siempre. Como él siempre tuvo presente al Oviedo. Vivió por y para el Oviedo", cuenta Paula, voz suave y tono emotivo, ojos queriendo llorar. Como lloró el abuelo el día que su nieta la llamó en el descanso del partido entre el Oviedo y el Cádiz en el Tartiere, mayo de 2015, ida de la eliminatoria. "Íbamos perdiendo 1-0 y lo escuché llorando. Siempre me decía: 'Yo quiero vivir hasta que el Oviedo suba a Primera'", explica Paula, que cuenta que su abuelo nunca faltó a un partido incluso en esta última época del barro. Allí estaba, Tribuna Herrerita, fila 10, asiento 16, celebrando por lo bajo, sufriendo por lo bajo, deseando fuerte un gol, dos, tres del Oviedo para ver al equipo donde siempre lo palpó, en Primera, categoría que podía tocar desde la habitación de aquella casa que mandó construir para él Eugenio Prieto, de quien su hija, su yerno, su nieta y su familia en general hablan maravillas, "el mejor presidente que tuvo el Oviedo, ojalá podamos volverle a ver".

Prieto reclutó a Wences de joven para su imprenta. Trabajaba en otra de la calle Quintana, pero cerró y se lo llevó con él. Después de unos años allí, en la imprenta del expresidente, empezó a tener problemas de asma, y cuando descubrieron que aquello era cosa de la tinta, Prieto le hizo la oferta: "Quiero que seas el todo del Oviedo". Todo era todo: cuidar el césped, abrir y cerrar el campo, ponerlo a punto, las taquillas. Todo. Así que mandó construir una casa en el Tartiere y allí que se mudó Wences con su mujer, Charo. Vendió su casa de Ventanielles y se estableció en el Tartiere. Era el año 1990, antes de la UEFA o de Michael Jackson.

Encima de aquella vivienda estaba, en la segunda planta, la lavandería: grandes máquinas y sonido insoportable. Allí, estoico, se tiraba horas y horas haciendo la colada. Lavaba la ropa después de cada partido y de cada entrenamiento. "Había gente que manchaba el calzoncillo de la tensión y él llegó un momento en que lo podía hasta distinguir", cuenta, prudente, Susana, sin desvelar nombres.

Los domingos de partido no se comía en casa de Wences. "Estaba nervioso todo el día", cuenta Carlos, que también trabajó para el Oviedo. Una de sus misiones, arreglárselas para pedir las alineaciones al rival y llevarlas al vestuario del Oviedo. ¿Cómo? "Decía al delegado que era para la Prensa y que las tenía que apuntar a mano. E iba corriendo a darlas a los nuestros". Esos días, los domingos, Wences escondía, precisamente en la lavandería, a sus tres perros: Buk, un dogo que recogió cuando se moría, y Kazan y Jako, dos cockers.

Paula, 30 años, recuerda su infancia con nostalgia. Celebraba los cumples en el Tartiere y sus amigos alucinaban. Correteaba por el estadio del Oviedo. Un privilegio. Un día abrió una puerta que no debía y, sin querer, se encontró desnudo a Pompei. Otro día conoció a Enrique Iglesias, "que hablaba inglés y comía pizza". Y había días de Reyes que había alguna sorpresa de más. "Eugenio dejaba regalos para los hijos de los futbolistas y Wences siempre cogía unos para su nieta", explica Carlos, su yerno.

"Era muy bueno", resume Paula, amor de nieta. Bueno y oviedista. Se jubiló en 1999 y se fue a una casa en Víctor Sainz. Cuando derribaron el Tartiere viejo, se acercaba cada día a ver cómo iba desapareciendo su casa. Su todo. Y cuando le dijeron que tenía descuento de jubilado en su carnet, renunció a él.