En el fútbol, el resultado lo puede todo. O casi todo. Pero conviene no perder la perspectiva. El partido del Oviedo ante Osasuna deja dos imágenes muy diferentes. Antagónicas, incluso. Los primeros 60 minutos muestran al Oviedo más inoperante de la temporada. Desacertado con la pelota, incapaz de encontrar argumentos futbolísticos para someter al rival. Ya no es una cuestión de sistema, de poblar la defensa o de reforzar el centro del campo. El problema parece residir en la nula capacidad creadora del equipo cuando tiene que arrancar la jugada desde su portería. Los primeros 60 minutos del choque dejan, seguramente, las peores sensaciones de la etapa Anquela en el Oviedo.

Pero la última media hora ofrece una imagen muy diferente: un resquicio para creer. Cosas del fútbol.

¿Qué sucedió en esa media hora final para alterarlo todo? En primer lugar, un ajuste táctico. Mérito de Anquela, todo hay que decirlo. Ibra entró en escena en el papel de alborotador y, de pronto, Joselu no se encontró tan solo en su isla. El equipo, empujado por el africano, dio un paso adelante, una zancada hacia la meta rojilla. También hubo fortuna con el autogol, por supuesto.

Y hubo un cambio de mentalidad. Cuando uno ve todo perdido, el miedo desaparece. Ahí, cuando poco había que perder, se soltó el equipo. Y ofreció, desatado, su mejor versión.