Perder puede entrar en los planes; pegarse un trompazo así, no. El fútbol te puede llevar a la derrota, es parte del juego, pero lo que no puede suceder es dejarse arrollar. El Oviedo, que firmó una primera media hora convincente, se fue diluyendo a medida que se agrandaban sus errores. Tanto crecieron estos que el equipo acabó reducido al mínimo, penando sobre el césped, con síntomas preocupantes de cara al futuro. En la búsqueda de su fútbol, el Oviedo parece haber perdido el carácter. Un presupuesto básico en cualquier equipo, más aún en la exigente Segunda División. El 4-0 de Riazor se debe interpretar como algo más que una advertencia. Es el síntoma de que el equipo necesita un golpe de efecto. Un chute a la autoestima. El derbi se asoma en el calendario, pero el estado anímico del equipo no parece el óptimo para afrontar un partido así.

La ausencia de Berjón fue aprovechada por Anquela para meter más ingredientes en el centro del campo. Da la impresión de que el 5-3-2 puesto en práctica era la preferencia del técnico desde hace semanas pero que es la presencia de Berjón, jugador al margen de la pizarra, la que suele condicionar sus planes. Saúl se encuentra más cómodo en la banda y conviene tenerlo a gusto por una cuestión de cuidar el talento. Ayer, sin el extremo, las bandas se extinguieron y la medular ganó mano de obra. Y la cosa es que, de primeras, no salió mal.

El Oviedo salió al césped dispuesto a crecer con la pelota. El Dépor optó por esperar, bien plantado, intentando minimizar daños, advertido quizás por los dos arietes del Oviedo. Los azules se asentaban en el partido con la posesión pero las cosas realmente interesantes pasaban cuando Tejera entró en contacto con el cuero.

El Dépor había avisado a los 2 minutos con un remate de Carlos Fernández sin chicha, antes de que el Oviedo pisara el área deportivista. Centró Christian y la zaga tapó el intento de Joselu. Folch llegó al rechace pero remató alto. El intercambio de golpes inicial se detuvo en la maraña táctica que Natxo y Anquela habían diseñado en el centro del campo.

No es que el Oviedo asediara la meta coruñesa pero al menos sí empujaba el juego lejos de su área. La ausencia de noticias era celebrada por los azules. Pero el plan había obviado tratar un problema ya conocido: el balón parado.

El golpe llegó a los 22 minutos. El Dépor disfrutó de un córner en una de sus primeras visitas al área. Carles Gil centró desde la esquina, templadito, sin demasiada malicia. Pero el envío fue preciso al lugar sin presencia oviedista, justo en el corazón del área. Ahí apareció Domingos Duarte, solo, con la tranquilidad del que sale de paseo. Solo tuvo que poner la cabeza para dirigir a la red.

El 1-0 solo sacudió al público, apenas alteró el guion del choque. El Dépor, cómodo sin destaparse; el Oviedo, con pelota pero sin colmillo. Como si le faltara mala leche. La única oportunidad en el resto de primer acto fue para los locales. Quique retó a la zaga azul, se buscó su sitio y golpeó con la zurda abajo. Champagne respondió con agilidad.

La segunda mitad provocó un paso adelante del Oviedo. Y con él, el desastre. La fina línea entre ser atrevido y temerario. El Dépor, que vio los espacios, se relamió. Tenía el partido en su punto. Avisaron Carles Gil y Quique con tiros cruzados antes del último intento de protesta carbayón. Joselu cabeceó centrado a los 60 minutos y, uno después, Bárcenas condujo y disparó con la zurda, complicado para Giménez. A partir de ahí, llegó el vendaval.

Quique lució cilindrada ante un atascado Forlín, minuto 64, para superarle en el esprint y batir cruzado a un estático Champagne. El 2-0 mató el partido. Y despertó más hambre en los atacantes gallegos. El 3-0 fue a los 72 minutos, en un tutorial de control y definición de Carlos Fernández. El cuarto, a los 74. Otra vez Quique; de nuevo con escasa oposición. Todo ello, a la carrera.

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La defensa azul quedó desnudada en el carrusel de acciones que alimentaron la goleada. Pero no fue eso lo más preocupante, sino la sensación de que el equipo se había dejado llevar. Ese olor a equipo ausente, síntoma inequívoco de que falla algo más que lo futbolístico. Anquela defendería después del partido que más que dejarse llevar había visto al equipo "entregado". El defecto es preocupante en todo caso para el futuro inmediato.

Con el cuarto, el entrenador azul puso la vista en lo que sucederá en la próxima jornada, capital para las aspiraciones del equipo, y retiró del campo a Tejera, con cuatro amarillas y en riesgo de perderse el derbi si era amonestado.

Intentó el Oviedo acortar distancia más por una cuestión de orgullo que por convicción en poder hacer algo. Ibrahima gozó de la opción más clara, pero su derechazo se estrelló en el poste izquierdo de la meta deportivista. Estaba claro que no era el día. Al menos, en las áreas.

La derrota deja tocada la moral del Oviedo. Al debate futbolístico, un asunto que el equipo de Anquela nunca ha terminado de despejar, se unen ahora cuestiones que van más allá de lo que atañe a la pizarra. El Oviedo parece tocado en lo anímico, herido por los resultados y por los desastres defensivos que le impiden dar zancadas hacia adelante. El derbi llega en el peor momento de la era Anquela. Rehabilitación o condena.