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De cabeza

Parque de atracciones

Sobre la derrota del Oviedo en Almería

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¿Cuándo tendrá un partido el Oviedo como el que ha tenido el Almería: ganar con un penalti regalado y un gol fruto de la falta de entendimiento entre el portero y un defensa? Es posible que tras la respuesta a esta pregunta se escondan varios enigmas por resolver. Y es posible que dinero llame dinero, salvo en el caso del Oviedo, claro, cuyo máximo accionista está más cerca de Ciudadano Kane que del Rey Midas. A quien vaya a jugar al estadio almeriense le dan una entrada para un parque de atracciones: un Disneyworld o un Tívoli donde todo rezuma felicidad. Luces de estreno que convierten la noche en día, anuncio de fichaje bomba, sorteo de coches en el descanso, un entrenador con pasado mediático... Más de un oviedista pensó que con la llegada al Oviedo del grupo Carso la realidad azul iba a ser así pero ya digo que somos un equipo "Rosebud", un trineo de la infancia que Orson Welles consideró más trascendental que cualquier fortuna.

El caso es que Rozada cambió bajas por novedades: nunca dos fichajes tardaron tan poco en debutar y en vista del resultado, las conclusiones se precipitan. Pero habrá que poner las cosas en su contexto y aunque no valga de nada, el resultado contra el Almería es engañoso. Cuando un equipo como el andaluz está aupado en la clasificación, lo que más apetece, como en la canción de "Ilegales" es llegar a la fiesta sin estar invitado. Y pone el Oviedo maneras de malote pero la falta un poco de mala leche para aguar fiesta tras fiesta en más ocasiones. En esta pasarela de fichajes y despedidas, me sumo a quien dice que el mejor fichaje es la recuperación de Berjón. Él puede robar bandejas enteras de entremeses antes de que lleguen a los anfitriones. Y Ortuño, que como Paul Newman en "La leyenda del indomable", tenía que ponerse ciego de huevos duros, no le cabe ni una aceituna. Necesita otro comilón a su lado, pues de Ibra empiezo a sospechar que acierta pocas veces con el menú adecuado. Y la virtud de un futbolista empieza por la capacidad de saber elegir.

Después del penalti del uno a cero supe que aquello ya no tenía remedio y sospechaba que los jugadores también. Y no se lo reprocho: no se cuela uno en una fiesta para que sea el anfitrión el que la arme. Cuando te marcan un primer gol así te quedas bobo mirando la noria, los caballitos, la montaña rusa. Con decirles que yo ya iba a pedir por teléfono una nube de azúcar (ah, que aún no existe tele nube...). Pero como el fútbol es imprevisible: va Luismi y a la salida de un córner estrella el balón contra el larguero del Almería. Qué cosa, cuando ves un tiro al palo ya ves al gol pisando los talones. Sólo es cuestión de echar el aliento. Nada de eso sucedió. Como niños ebrios por los colores y la musiquilla, inventamos el juego de uno por otro y la casa sin barrer. Es entonces cuando desistes de la nube de azúcar y llamas para pedir una pizza extra.

Es cuando te acuerdas de los que faltan: Sangalli, Bolaño, Tejera... Cuando te rasgas las vestiduras increpando al árbitro. Una jornada más y la vida sigue igual. ¿Llegará la fiesta en que lo pongamos todo patas arriba? Luismi da el pego de chico formal. Mientras, Bárcenas mostró una versión más dinámica aunque no lo suficientemente incisiva. ¿Y Borja? Me costó encontrarlo. Hay una prueba ineludible durante una retransmisión: la de veces que nombran a un jugador. Y su nombre no sonó mucho. ¿Tan rotunda es la gripe de este año? Los médicos recomiendan agua y filosofía. Por un momento, pensé que hablaban del Oviedo.

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