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Rozada, Arnau y las trincheras

El despido del ovetense, el mando del director deportivo y la necesidad de un buen clima para salvar la temporada

Francesc Arnau y Javi Rozada, en El Requexón tras un entrenamiento. REAL OVIEDO

El despido de Rozada aguanta poca discusión. El fútbol y la dictadura del resultado. Seis victorias en 23 partidos son seis victorias en 23 partidos. Aunque haya levantado el ánimo competitivo de un equipo que estaba hundido con un punto. Aunque haya resucitado a jugadores que eran cadáveres. Aunque mereciera bastante más botín del que logró; por ejemplo en Girona, por ejemplo en Almería. Aunque no tuviera números de descenso y mantuviera al equipo vivo. Aunque haya tenido que dar la cara cuando no le correspondía y poner su voz en momentos de brutal descuajeringue institucional. Seis victorias en 23 partidos equivale a casi un triunfo cada cuatro encuentros, proyección poco alentadora cuando el cronómetro ya aprieta. Las sensaciones pueden ser (o no) calientes, pero la frialdad de los números es incontestablemente cruel. Por muchos aunques que haya, que los hay. Las reglas del fútbol son así. Él lo sabe. No es el primero al que le pasa. Ni será el último.

Más allá de los argumentos numéricos, todos ellos difícilmente rebatibles, Rozada se pegó tiros en el pie con dos expulsiones que reforzaron una fama, la de tipo caliente en la banda, que había conseguido rebajar con un inicio más o menos sosegado a pie de banquillo y comparecencias siempre serenas ante la prensa. La reincidencia en Vallecas, sin embargo, le dio a Arnau la munición que llevaba tiempo esperando, vía libre para apretar el gatillo. Ahí, en el estadio del Rayo, empezó a tomar la decisión el director deportivo azul, precisamente después de un partido muy aseado del equipo, emborronado, eso sí, por unos cambios discutibles y, sobre todo, por la letal expulsión. La derrota ante el Alcorcón fue la puntilla. Rozada nunca fue el entrenador de Arnau.

En la temporada más difícil de la era Carso, cuando el Oviedo es más un dolor de cabeza que un proyecto para degustar desde el Bernabéu, Arnau ha encontrado en una aparente mezcla de desapego y hartazgo el escenario propicio para ejercer su liderazgo. Con un presidente intrascendente en el fútbol y proclive a pisar charcos, y dos directivos que hacen lo que pueden cuando pueden, el catalán se ha hecho con el poder total en Oviedo. Por encima incluso de Federico. Sabe de qué va esto y conoce los atajos del mundillo. A falta de oviedistas capacitados en una estructura de plastilina, era lógico que un hombre con su perfil se hiciera cargo del rumbo de la entidad. Eso se le pedía, y ahí está él. Para bien y para mal, su suerte es la del club. Y viceversa. Aunque sigue dependiendo de cómo sople el viento en México, de si llueve o hace calor, de momento Arnau da más órdenes de las que recibe. Su criterio se impone. Y, a lo peor, se escucha. A él le han encargado una doble misión: solucionar el Oviedo sin dar problemas. Enderezar al club sin que moleste en exceso allí. Marrones, los justos.

La prueba de su jerarquía se advirtió en el cambio de entrenador. Aunque había una mayoría dentro del club que abogaba por mantener a Rozada al menos hasta Lugo, él convenció al yerno de Slim de que lo mejor era un cambio. Y Elías, en una concesión coherente con los galones que le dio, aceptó. Pero en ese proceso tuvo el catalán errores que, queriendo o sin querer, contaminaron la operación. Lo que sucedió entre el sábado y el martes fue un paripé que cogió a todos a contrapié, hasta a los propios jugadores, y que acabó por tener en el escenario mediático los efectos contrarios a los deseados. Si a principios de semana se pidió a los periodistas que transmitieran calma para hablar del Lugo, la realidad fue que ni hubo calma ni se habló prioritariamente del Lugo. Al ocultar estratégicamente sus planes en la reunión post Alcorcón en la que participó Arturo Elías (es cierto que él nunca ratificó al ovetense) y protagonizar el lunes en El Requexón un acercamiento a la prensa torpemente calculado, Arnau consiguió que el despido de Rozada, previsto en su cabeza desde el principio, acabara sonando a volantazo, convirtiendo en llamas la tranquilidad que horas antes pidió. Un error en las formas, quizá involuntario, pero que constituye su primer lunar en un trabajo hasta ahora merecidamente reconocido por su buen hacer en el mercado invernal.

El paso de Rozada por el Oviedo ha servido también para comprobar la incorregible vocación autodestructiva de una parte del entorno, incapaz de entender la vida fuera de las trincheras. Hubo quien, para juzgar el trabajo del técnico al frente del Oviedo, aplicó antes un injusto filtro ideológico, condicionado sin remedio por sus propios prejuicios. Todo ello exageró el incómodo clima de división que tanto dificulta cualquier mínimo avance en este club, palpable especialmente en esos barrizales cibernéticos que deforman hasta el infinito la realidad que, sin filtro ninguno del club, llega a México; barrizales en los que, al parecer, todo es verdad de la buena: hoy una campaña a favor de fulanito y mañana una pelea a no sé cuántas bandas en el vestuario, como bien admitió el jueves, ya ven qué escándalo, nada menos que el capitán del Oviedo.

Rozada, 37 años, encontrará vuelo en otro club fuera del Oviedo, como lo encontró Iván Ania por ahí y como espera encontrarlo también aquí Ziganda, apartado de la rueda desde que salió del Athletic y con muchas ganas de entrenar; no hay más que escucharle en su serena presentación. Hay que admitirle al Cuco la valentía de aceptar un reto de aúpa y darle, desde fuera, el tiempo que no tiene dentro. Quedan 14 jornadas y el peligro de descenso es tan real como real es la necesidad de saber gestionar con inteligencia la ansiedad que se anuncia en este sprint final de una temporada a tiempo de salvarse. La suerte del Cuco es la de Arnau, la de Rozada. La de todos.

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