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La leyenda invisible de Andoáin: tras el rastro de Isidro Lángara en el pueblo que le vio crecer

Mito en Oviedo, donde da nombre a una calle, tan solo tiene un puente en la localidad guipuzcona | “Quizás si hubiera jugado en la Real Sociedad estaría más reconocido”, repiten los pocos que recuerdan su figura

El puente Isidro Lángara. Nacho Azparren

El puente tiene su encanto, al servir de nexo entre los dos ríos, el Lizarán y el Oria, que confluyen en Andoáin, localidad guipuzcoana de apenas 15.000 habitantes, a 15 minutos en coche de San Sebastián. Todas las mañanas, el puente es atravesado por los pequeños que acuden a la ikastola (escuela) y los madrugadores que van al polideportivo.

–¿Sabe cómo se llama este puente?

–El puente del polideportivo, ¿no?

–El nombre oficial es puente Isidro Lángara.

–¿Sí?

–¿Sabe quién fue?

–No. Ni idea.

El puente Isidro Lángara, al fondo, sobre el río Oria. N. Azparren

La conversación se repite de forma insistente durante la mañana. Muy pocos recuerdan a Isidro Lángara. Nadie sabe que el puente lleva el nombre del delantero más prolífico de la historia futbolística española (según la Federación Internacional de Historia y Estadística de Fútbol), el hombre que conquistó Oviedo a base de goles, donde se convirtió en mito y tiene una calle, y al que la Guerra Civil le empujó a aumentar su leyenda en México y Argentina. Aunque nacido en Pasajes por cuestiones laborales de la familia, Lángara llegó con 7 años a Andoáin. Y al pueblo regresó en 1986 para pasar los últimos años de su vida.

Pero en la localidad guipuzcoana su recuerdo es casi invisible. Solo un puente, sin placa ni inscripción, está dedicado a él.

“¿Lángara? Sí, me suena. Un futbolista que era de Oviedo, ¿no?”. Josean Alberdi cae en la tentación de ligarle a los colores que más marcaron su carrera. “No sabía que el puente se llamaba así y lo cruzo seis veces al día”, completa.

Javier Gil, sobre el puente Isidro Lángara. N. Azparren

“Los que se acuerdan de Isidro es porque se lo han contado sus padres o porque son muy futboleros. Pero es cierto que el pueblo le debe más reconocimiento. Quizás si hubiera jugado en la Real…”. El que habla es Juan Carlos Bolea, 57 años en Andoáin, que hace de cicerone para LA NUEVA ESPAÑA en el intento por rastrear las huellas del, para muchos, mejor futbolista de la historia del Real Oviedo.

Él, Bolea, lleva la búsqueda hasta Milagros Orbegozo, Mila, que a sus 80 años acaba de finalizar su clase de gimnasia de mantenimiento. “¿Lángara? Por supuesto. Cuando era un chaval trabajó con mi padre en la algodonera. Mi padre era jefe de mecánicos e Isidro era su pinche”, señala antes de relatar una anécdota que define las inquietudes de un imberbe Lángara: “Cuando a mi padre se le olvidaba el mono, mandaba al chaval a por él a casa corriendo. Estaría a unos tres kilómetros de distancia. Al cabo de varios olvidos, mi padre notó que el mono estaba gastado, descosido. Y descubrieron que Lángara ataba las mangas y las perneras y cubría el trayecto dándole patadas al mono como si fuera un balón”.

Xabi Oyarzun, al que conocen por Dino y que trabaja en mantenimiento del polideportivo, acude a la conversación. “Mi padre me contaba historias: le metió un golazo a la Real desde el centro del campo. Lángara era un ídolo para mi padre”, dice. Pero a él, que trabaja en el centro deportivo, le descoloca lo del puente: “¿En serio se llama así?”.

Marta Trutxuelomuestra una foto del exfutbolista con arconada y Esnaola. N. Azparren

Incluso los políticos dudan. A José Antonio Barandiaran, alcalde de Andoáin con Euskal Herritarrok entre el 99 y 2003, la cuestión del poco reconocimiento a Lángara le pilla a contrapié. “La culpa, del Ayuntamiento”, se escabulle con una sonrisa.

Y el Ayuntamiento, junto a la coqueta Iglesia San Martín de Tours, se convierte en la siguiente parada de esta búsqueda. La alcaldesa, la socialista Maider Lainez, no se encuentra allí, pero en el Consistorio señalan al archivo municipal como clave para hallar detalles de Lángara. Y efectivamente, ahí sí se encuentra el rastro: una colección de fotos, alguna de niño, muchas de sus últimos años cuando participó en diversos homenajes.

Lángara hace el saque de honor en el amistoso de 1990 entre los veteranos de la Real Sociedad y del Euskalduna.

También tienen Carmele Otaegi y Marta Trutxuelo, las que dominan el archivo, una orientación sobre el nombre del puente: “Fue el 30 de noviembre de 2006 (Lángara había fallecido en 1992) cuando se bautizaron los puentes Alondegi e Isidro Lángara, aunque este se había construido en el 87”. Como último detalle, en el archivo ofrecen un libro sobre el delantero en inglés: “Lángara, lord of the goals”. En realidad, es una publicación lanzada por el Oviedo el pasado verano. El club azul envió algunos ejemplares y el Ayuntamiento se hizo con más.

La vía institucional tampoco parece aclarar del todo el panorama sobre la figura de un futbolista como ha habido pocos en la historia. Pero no muy lejos de allí hay un reducto que conserva intacta su memoria. En la sociedad Ontza (búho, en euskera, como se conoce a los habitantes de Andoáin), con vida desde 1941, de la que es parte Asier Guerrero Lángara, sobrino nieto del goleador y que convivió con él los últimos años de su vida, sí tienen presente al artillero. “¡Cómo no voy a conocerle! Ahí tienes un par de fotos”, dice Claudio Mendikute, que trabaja en la cocina para preparar la cena semanal, mientras señala a la pared.

Carmele Otaegi muestra un libro sobre Lángara. N. Azparren

En las dos instantáneas de la pared de Ontza posa con la camiseta de la selección de Euskadi: en una de ellas, de 1939, lo hace solo, en México; la otra, formando con el equipo el 26 de abril de 1937 antes de un choque en el Parque de los Príncipes de París. Aquel partido lo ganó el combinado vasco por 0-3 al Racing de París. Los tres goles fueron de Lángara. La victoria quedó en segundo plano, pues casi de forma simultánea se produjo el bombardeo de Guernica.

Peor es la suerte que corrieron las escasas camisetas que Lángara conservó. “Su sobrina y su hermana las usaron para hacerse faldas”, advierte Jesús Guerrero. Una afrenta para cualquier coleccionista. “Lo que valdrían esas camisetas hoy en día”, responde pesaroso Asier. En Andoáin, hogar de Lángara, puede darse un curioso contraste: apenas queda rastro de las huellas de su legado, todo lo contrario que en Oviedo, donde se le recuerda con fervor, pero en algún rincón del pueblo puede descansar una falda de tela roja, que en su día el irrepetible delantero vistió para marcarle dos goles a Brasil en el Mundial de Italia de 1934.

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