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Abel Xavier | Exjugador del Real Oviedo y actual entrenador

“Jugué en medio mundo y ningún campo me cantó como el Tartiere”

“Rechacé ofertas porque me pedían que cambiara mi ‘look’; y en Estados Unidos fue al contrario, me dijeron: ‘Tu peinado es muy importante, queremos que seas el Dennis Rodman del fútbol”

Diferentes momentos en la carrera de Abel Xavier. Por la izquierda: como jugador azul en 1996, en un choque ante Armando en el Deportivo en 1997, en su etapa como seleccionador de Mozambique en 2016, protestando al árbitro Gunter Benko en las semifinales de la Euro 2000, junto a Eugenio Prieto en una visita a Oviedo en 2001 y con Beckham, en Los Ángeles Galaxy en 2007. | LNE/FMF/Reuters

Hay una imagen icónica del fútbol de los 90 en Oviedo. Abel Xavier (Nampula, Mozambique, 1972), exuberante lateral diestro que se ganó al Tartiere por su entrega entre 1996 y 1998, en plena grada del viejo Tartiere, entre los hinchas, con una bufanda al cuello y el megáfono en la boca, coreando con la gente. ¿Un futbolista con alma de ultra? Más bien, un gesto con mensaje. “Era una manifestación de que no me sentía solo un jugador, era un embajador”, dice ahora a LA NUEVA ESPAÑA, 25 años después de que aterrizara en el Oviedo para vivir dos años “inolvidables”.

Quien piense en Abel Xavier como un tipo de impulsos corre el riesgo de llevarse un chasco. El portugués, ahora entrenador, tiene explicación razonada para todo: para aquella sorprendente escena, para sus peinados estrafalarios, para su conversión al Islam o para aquella sanción por dopaje. Su vida da para serie de Netflix y el capítulo de Oviedo, cuenta, fue uno de los más sentidos en su excéntrico guion.

Abel Xavier, en un Oviedo-Compostela de 1997. Nacho Orejas

–¿Dónde se encuentra ahora?

–En Lisboa, en casa. Después de entrenar a Mozambique decidí volver, para estar cerca de la familia (tiene dos hijos, Davide, de 27 años, y Lucas, de 19). Luego estalló la pandemia y aquí estoy. Mirando opciones para entrenar.

–¿Ve al Oviedo?

–Siempre que puedo. Lo sigo bastante. Hay cosas de las que veo que me gustan, otras se pueden mejorar. El equipo no empezó muy bien, con el entrenador incluso siendo cuestionado, pero ahora sí le veo más equilibrado. Tiene una evolución positiva, pero puede mejorar.

–¿Tiene contacto con alguien del club?

–El año pasado intercambié algunos mensajes con Arturo Elías. Le mandé una documentación, un currículum. Supongo que tendrá conocimientos de quién fui como futbolista, pero para que sepa también de mi idea como entrenador, lo que yo puedo aportar a que crezca una estructura. Intenté acercarme. A mí me encantaría poder ayudar al Oviedo.

Abel Xavier disputa el balón con Armando, este en el Deportivo, en un choque de 1997. IVAN ARTIMEZ

–¿Qué Oviedo le gustaría ver?

–Uno que tenga una base de cantera y fichajes en posiciones específicas. Como en mi época. Pero no solo el Oviedo, creo que esa es una tendencia general. Si fichas muchos jugadores cada año vas a encontrarte con problemas de integración. El Oviedo tiene que ser una marca y apostar por la gente de la casa; va en su ADN.

–Hace 25 años de su llegada a Oviedo. ¿Lo recuerda?

–¡Claro! Aquellos dos años fueron oxígeno para mí. Muy importantes en mi vida. Era feliz en el campo y en la ciudad. Me recibieron de una forma increíble y no me costó nada adaptarme.

El Tartiere tenía mística, eso es algo que no se logra con dinero, sino con una identidad que debe construir cualquier club. Nosotros la teníamos. Si el Oviedo de ahora quiere hacer cosas importantes no puede perder esa mística.

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–¿Cómo era jugar en el antiguo Tartiere?

–¡Era mágico! El Tartiere tenía mística, eso es algo que no se logra con dinero, sino con una identidad que debe construir cualquier club. Nosotros la teníamos. Si el Oviedo de ahora quiere hacer cosas importantes no puede perder esa mística. Hoy en día con la globalización hay cosas que se están perdiendo.

–En el Tartiere le ganaron al Barça, golearon al Atlético o le empataron al Madrid.

–Éramos guerreros. Y es por esa mística que te digo. Podíamos estar mejor o peor en la clasificación, pero en casa no éramos precisamente un rival cómodo.

–Tuvo buenos maestros aquí: Lillo, por ejemplo.

–Tenía la misma edad que los jugadores, era curioso. Impresionaba su conocimiento y esa cultura “valdanista”. Míralo ahora al lado de Guardiola. Lo mejor de Lillo era que hacía crecer a los jugadores entendiendo el juego. No consistía en entrenar por entrenar; sino que se hacía de forma razonada.

Abel Xavier y Eugenio Prieto, en una visita en 2001. LNE

–¿Tabárez?

–Tenía visión, experiencia y te hacía aprender. Otro genio, pero con otro estilo. Para Lillo el juego con balón era lo más importante. Óscar trabajaba muy bien el físico, tenía un staff muy potente.

–¿Y los compañeros?

–Casi todos jugábamos en nuestras selecciones, con eso está todo dicho. Estaba Dubovsky, que era un fuera de serie. Onopko, fuerte defendiendo y con simplicidad en el pase. Y los de la casa, que tenían garra, carácter. Y llevaban la camiseta en la piel.

–Cuente cómo se fraguó aquel episodio en la grada.

–Fue algo natural, me salió. Lo entendía así: como futbolista me tengo que exprimir, tengo que hacer vibrar a la gente. Ese día no jugaba y pensé que podía hacerlo en otro sitio, en la grada. Se trataba de una manifestación de que no me sentía solo un jugador, era un embajador; el futbolista tiene que contagiar al aficionado. Fue algo espontáneo.

Hoy en día los clubes cuidan la comunicación, el marketing, los códigos de conducta… Y parece que se aleja al futbolista de la gente, cuando tiene que ser justo al contrario.

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–¿El club no le dijo nada?

–No, no. ¿Por qué, si no me había saltado ninguna norma? Al contrario: creo que se dio un efecto positivo, la gente lo recuerda. Tú me estás preguntando por ello. Es que yo creo que el jugador tiene que estar cerca del aficionado. Hoy en día los clubes cuidan la comunicación, el marketing, los códigos de conducta… Y parece que se aleja al futbolista de la gente, cuando tiene que ser justo al contrario.

–Usted tenía canción propia: “¡Oh mamá Inés! ¡Oh mamá Inés!...”

–(Cantando) ¡Abel Xavier! ¡Abel Xavier! (En realidad, la versión original se completaba con “¡todos queremos que marque Abel Xavier!”). Jugué en muchos clubes, grandes y pequeños, en muchos países, estuve en medio mundo, pero en ningún lugar me cantaron como en Oviedo. Era música desde la grada. En el Galatasaray también me dedicaron una canción, me querían mucho, pero lo de Oviedo fue especial: no era canterano pero la gente me consideraba uno de ellos.

Abel Xavier, en el Galatasaray. KERIM OKTEN

–Menuda carrera la suya: Benfica, PSV, Everton, Liverpool, Roma…

–Te digo una cosa: No me define dónde llegué, sino cómo llegué. Un periodista me preguntó un día que si cambiaría algo de mi carrera. Le dije que no. Que todo me había servido para aprender. No cambiaría ni lo malo.

–¿Ni la sanción de 6 meses por los altercados con el árbitro del Portugal-Francia?

–Tampoco eso. De los momentos malos es de los que más se aprende. Aquella situación fue dura. Muy dura. El árbitro dijo que le había agredido en el túnel de vestuarios y luego se demostró que era mentira. Me bajaron la sanción de 9 meses a 6. Fue una travesía por el desierto. Después, el tribunal me dio la razón. Rehice mi imagen, volví a mi nivel, me levanté, y regresé a la selección.

En ningún control de la Premier di positivo, pero sí en uno de la UEFA. Se descubrió que un lote estaba contaminado, de ahí el positivo. Se decidió que era doping no intencionado. Quedé tranquilo con la resolución

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–En 2005 fue sancionado por dopaje, positivo por methandienone, un esteroide anabolizante.

–Fue una situación extraña. Estaba en el Middlesbrough y me daban un suplemento vitamínico. En ningún control de la Premier di positivo, pero sí en uno de la Copa de la UEFA. Se investigó qué había pasado, yo hacía lo que me mandaban en el club, y se descubrió que un lote estaba contaminado, de ahí el positivo. Se decidió que era doping no intencionado. Quedé tranquilo con la resolución.

–Y volvió otra vez.

El club me renovó porque creyeron en mí. El presidente fue un “gentleman”. En el partido del regreso me recibieron 40.000 espectadores aplaudiendo de pie. No se me olvidará.

–Cuando se retiró anunció que se había convertido al Islam.

–Fue una evolución. Se cuenta como si me hubieran dado un toque en la cabeza y de repente hubiera visto la luz. No, no. En Mozambique el 60% de la población es musulmana y en mi familia hay musulmanes, moderados todos, y cristianos. Yo de pequeño iba con mis padres a la Iglesia cristiana, les seguía. Lógico. Pero siempre tuve esa curiosidad. En Estambul hay una gran comunidad musulmana y yo viví allí. Y yo como soy pues te integras, escuchas lo que dice la gente, te paras a pensar… Fue algo natural.

–Se cambió el nombre a Faisal.

–No es exactamente así. En mi pasaporte y en los documentos soy Abel Xavier, pero en la comunidad musulmana también respondo a Faisal. La familia me llama Abel Xavier.

Teñirme de rubio no era solo algo estético, también había un gesto de irreverencia. Yo me crie en el barrio, en la calle, en la pobreza. El fútbol me dio una calidad de vida, pero lo del pelo era como mantener mis raíces

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–Los peinados. Fue un revolucionario en su época.

–Teñirme de rubio no era solo algo estético, también había un gesto de irreverencia. Yo me crie en el barrio, en la calle, en la pobreza. El fútbol me dio una calidad de vida, pero lo del pelo era como mantener mis raíces. Además, después de lo de la Euro 2000 supo que tenía que seguir con esa estética.

–¿Por qué?

–Imagínate que después de varios meses de sanción reaparezco con el peinado normal. Sería como asumir que estaba equivocado. Que me había reformado. Quería mantener mi integridad, decir que seguía vivo.

David Beckham y Abel Xavier, en el Galaxy, en 2009. MIKE CASSESE/Reuters

–¿Le dio problemas su aspecto?

–El fútbol tiene una mentalidad conservadora. No sabes la cantidad de veces que un equipo me dijo que le interesaba mi fichaje pero que debía cambiar mi aspecto. Cuando me decían eso, yo me levantaba de la mesa, agradecía el interés y me iba. ¿Me quieres por mis condiciones o por mi imagen? Luego en Estados Unidos pasó justo lo contrario.

–Cuente.

–Mi último equipo fue Los Ángeles Galaxy, con David Beckham, que era la marca de la Liga. Además de entrenar y jugar, teníamos que cumplir con muchos actos publicitarios, algo impensable entonces en Europa. Los de la Liga me decían que era el típico afroamericano y que con ese pelo rubio la gente me iba a adorar. Que el pelo era muy importante para mi imagen. Me dijeron ‘queremos que seas el Dennis Rodman del fútbol’. ¡Qué contraste con Europa!

–¿Cuándo lo veremos por Oviedo?

–Ojalá pronto, ojalá. Y que sea con el equipo en Primera División. Echo mucho de menos esa ciudad. Allí fui feliz.

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