"Esto es muy hermoso, ¡hermosísimo!", exclamó un Jesús Martínez maravillado con el entorno nada más poner un pie en Covadonga. El nuevo dueño del Real Oviedo fue el primero en llegar. Un sol resplandeciente se elevaba sobre la estatua de Don Pelayo, como una halagüeña profecía, mientras Bolo y sus jugadores descendían del autobús que los trasladaba desde el Carlos Tartiere.
La gran afluencia de feligreses en la santa cueva provocó que la misa se trasladase esta vez a la basílica. Allí, el padre Santiago Heras, capellán del Oviedo, ofició la homilía mientras la plantilla azul compartía los bancos de madera con el resto de devotos. A la salida de la iglesia, foto de familia con el sacerdote. "¡Pa-ta-ta!", bromeaba Sergi Enrich. De camino a la cueva, Marcelo Flores compadreaba con Hugo Rama, y Jesús Martínez hacía gala de su habitual carácter solícito para con la afición: foto por aquí, saludo por allá, siempre con una sonrisa.
"Tenéis una gran afición y a ella os debéis". En estos términos comenzó el sermón del abad de Covadonga, Adolfo Mariño, a los jugadores del Real Oviedo. Ya en la cueva, Mariño les instó a "entregar el alma" para conseguir el ascenso, lo que sería "bueno para toda Asturias". El abad concluía su intervención apelando al espíritu colectivo: "Un ejército dividido nunca vence. Un equipo, tampoco".
Hombre de profundas raíces religiosas ("tengo mucha fe", explicaba al salir de la santa cueva), Jesús Martínez anunció la construcción de un espacio en el Tartiere para rezar todos juntos antes de los partidos", tal y como es costumbre en los equipos que posee. A la Santina, hermosa ayer con su camiseta azul, seguro que le pareció buena idea.