“La historia de las historias” del Real Oviedo en su cita histórica por el ascenso: habla Kily sobre un gol clave en los años de barro y duchas de "agua fría"
El autor de un tanto que impulsó al equipo cuando tocaba fondo revela cómo se fraguó una comunión inquebrantable con la afición

Jimena Aller / Sara Bernardo
Hay goles que quedan grabados en el imaginario popular. El de Iniesta contra Países Bajos en 2010, el de Zidane contra el Bayer en 2002 o el de Koeman al Sampdoria en el 92. Quizás, el tiempo acabe metiendo en el saco el gol de Cazorla el pasado miércoles contra el Almería, porque todos estos tantos precedieron a la gloria: un mundial para España, la novena Champions para el Madrid o la primera para el Barça.
Sin embargo, para saborear ese ansiado premio, a veces hay que empaparse de humildad. 31 de agosto de 2003. Estadio Carlos Tartiere. El Oviedo estaba todavía aterrizando en Tercera, aprendiendo a amoldarse a unas circunstancias que nada tenían que ver con las de tres años antes: no había jugadores ni dinero. Y la ilusión entre los aficionados vivía sus horas más bajas. En eso estaba el club cuando un chaval de 18 años, con un "Kily" estampado en la espalda, anotó el primer tanto del club en la categoría regional. Su artífice lo recuerda como "el gol más feo" de su carrera. Pero en esto del fútbol, no hay goles feos. Volver a ver el balón en la red del Tartiere supuso la esperanza. La constatación de que el equipo seguía vivo. La primera piedra del muro sobre el que se escribió la palabra "volveremos".
David Álvarez, "Kily", rememora esos años en el tercer capítulo de "La historia de las historias", la serie de cuatro episodios en la que estamos contando las batallas que, a lo largo de los años, superaron los azules para intentar volver a la máxima categoría del fútbol español.
El "punto de inflexión" para el oviedismo
De aquellos años dorados que Vili, el capitán del 88, relató en el capítulo 2, el equipo pasó a los campos de Tercera en cuestión de dos años. A un descenso deportivo se le sumó otro administrativo que acabaría dinamitando los planes del club. Pero, también, forjando una personalidad "distinta" en el oviedismo: "Fue un punto de inflexión", reconoce Kily, que como cualquier niño "del Requexón", tenía como sueño pisar el Tartiere con el primer equipo.
"El club estaba tan mal que no sabíamos si el campo llegaría a abrir esa temporada", pero abrió. Un estadio con capacidad para 30.000 personas abocado a albergar partidos regionales. "Los jugadores éramos prácticamente todos de categorías inferiores. Nos duchábamos con agua fría y el material, el justo... Ni palcos, ni dinero, no teníamos nada", recuerda Kily.
La "comunión" creada entre el Oviedo y su afición
Lo que sí tenía ese equipo "del barro", eran ganas. "No sé ni cómo marqué el gol, me empujó el sentimiento azul", bromea. Un sentimiento que empujó dentro y fuera del campo: "El objetivo aquel año era subir, no se consiguió, pero se creó una comunión con la afición, que fue la que realmente empujó para que hoy estemos a las puertas del ascenso a Primera", agradece.
Kily habla con orgullo de aquellos años que cada vez menos generaciones vivieron. Lo hace mientras se toca el antebrazo en el que lleva tatuado el escudo: "El Oviedo es el amor de mi vida, no me arrepiento en absoluto de haber apostado por él", sonríe, al tiempo que reconoce que los años del barro le dan sentido al "orgullo, valor y garra". Es la parte más fea de esta historia, pero también es la que le da la épica. Al igual que ese "feo" gol de Kily, le dio sentido a la lucha, porque, a veces, son precisamente esos goles imperfectos los que abren el camino hacia la gloria.
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